El interior de la sala de la piscina estaba tan silencioso que se oía el débil golpear del agua tranquila contra los bordes. Y nada más. En cuanto entré, me quedé absorto en el reflejo de la luz del sol que en las paredes y el techo reinterpretaba el movimiento de las ondas en el agua. Esas lineas luminosas en movimiento me permiten adentrar mis sentidos en lo etéreo.
Me acerqué al borde del agua y suavemente toqué la superficie con la palma de mi mano. Después la moví con cuidado, para perturbarla como si fuera la piel de un tambor, pero sin que mi mano llegara a hundirse. Mientras, no dejé de observar los reflejos de las ondas por la sala y así seguí hasta encontrar un ritmo, un pulso con el que empezó a mostrarse lo invisible, la quintaesencia que a modo de luz y vibración sonora compone la realidad última de cada cosa.
Todo es más luminoso y cristalino, con un resplandor hipnótico. Y la quintaesencia se mueve, aunque a pesar de su movimiento no se desdibujan las formas de las cosas. Al igual que un tornado está hecho de aire en movimiento, todo a mi alrededor y yo mismo éramos quintaesencia en movimiento.
Fue entonces cuando al concentrarme sobre la planta del Soma y el agua de la piscina, me di cuenta de algo que me sobrecogió. Había visto el fluir de la quintaesencia en otras ocasiones y siempre sin discontinuidad, quiero decir, parecía no tener una fuente ni un final, sino que forma un continuo fluir.
Pero allí ocurría algo diferente. Algunas nuevas gotas de "luz" aparecían de la nada en el agua de la piscina y sobre la planta del Soma. Conjuradas de ningún sitio, como rocío condensado a partir de aire sin humedad. Tras aparecer fluían con el resto, pero lo hacían desde las ramas de la planta hacia sus raíces, descendiendo por el cable. Sentí como seguían descendiendo los treinta pisos de la torre para llegar hasta la tierra donde se unían al resto del continuo que lo forma todo. Parte del fluir de la quintaesencia también se producía en sentido contrario, de la tierra a la piscina, pero su flujo era menor.
Allí estaba. Podía contemplar la "luz coagulada del mundo"... ¡mientras se coagulaba! El mismísimo comienzo del movimiento del no-ser al ser. El mismísimo principio.
Cuando salí del trance y pudimos hablar tanto Gabrielle como yo de lo que habíamos sentido, Judith me dijo que Santiago, nuestro alquimista, había presenciado eso mismo en un viaje que hicieron a la India. En dicha ocasión, la fuente de la quintaesencia era la voluntad de un hombre. Un santo que se encontraba en profunda meditación.
Dijo que los ojos de Santiago brillaban cuando trataba de explicar lo que había sentido. Para un hombre de profunda fe como él, fue un contacto directo con la divinidad que se abrió ante sus ojos para mostrarle parte del secreto del ser del mundo; de cómo Dios se revela en cada una de las formas.
Comprendimos que en nuestra torre, a diferencia de lo que habíamos observado en otros lugares de poder telúrico - como Chartres - la quintaesencia no es que fluya y allí se acumule o circule de una manera especial, es que se genera, naciendo del "cielo" y pasando al interior de la tierra para participar de la creación del mundo, para que ella engendre todas las cosas.
Y la pregunta que se plantea con todo esto es: ¿Es así como se formó el mundo en un principio?
¿Quién sabe?
Sobre esta cuestión hablan los preciosos versos que pueden leerse en el Rigveda:
"¿Quién puede saber acerca de estas cosas...?
¿Quién puede decir de dónde procede lo creado?
Los dioses no pueden saberlo,
porque son posteriores a la creación.
¿Quién sabe de dónde procede el mundo?
¿Ha sido creado o... quizá no?
Eso solo lo sabe o quizá no sabe
Aquel que en lo más alto, vela por todo"
1 comentario:
De la Voz del Sol y la Luna y las Estrellas, a la del corazón de las Piedras retornando de nuevo al Cielo cuando la Roca se hace Astro, siempre es igual pero como en los ríos siempre distinto.
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