martes, 25 de diciembre de 2007

Eterno retorno

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Este es el camino del sol durante el solsticio de invierno en el hemisferio norte. La foto es de la web de la NASA y está tomada junto al mar Tirreno.

Cuando el fotógrafo eligió situarse en esta perspectiva consiguió capturar el camino del sol como un arco sobre un árbol solitario. Comprendió que al superponer las imágenes de la estrella a lo largo del día obtendría un imagen de una fuerza y belleza singular. Es seguro que compuso previamente esa imagen en su mente consciente de su potencia, intuyendo que componía un símbolo, una ventana a la aprehensión de algo eterno situado más allá. En esta imagen no sólo captó el ciclo de un día que marca el ciclo de un año; me pregunto si pudo ver hasta qué punto fue capaz de captar la eternidad.
Explica René Guénon en su libro "El simbolismo de la cruz", que la imagen del sol en diferentes tradiciones está íntimamente ligada a la del árbol ya que el sol es visto como el fruto del "Árbol del Mundo"; este fruto abandona su árbol al comienzo del ciclo y al final va a reposar de nuevo sobre él.
En la tradición hindú se dice que los doce Adityas, las doce formas del sol, aparecen simultáneamente al final del ciclo, momento en que el árbol del mundo posee doce frutos. Son los dioses solares hijos de Aditi, diosa madre primigenia, fuente de la que todo parte y a la cual todo debe retornar. En ese instante eterno, las diferentes formas se reintegran en la unidad esencial de su naturaleza común, pues no son más que manifestaciones, diferentes estados de una esencia única e indivisible.
El fin y el inicio del ciclo se corresponden con la reintegración de todas las cosas a su estado primordial; queda superada la dualidad en la unidad y es así recuperado el sentido de la eternidad.

Ese día el fotógrafo captó el Edén a orillas del mar Tirreno.

viernes, 14 de diciembre de 2007

Imaginatio Vera

"Si hay un rasgo revelador de la posición del hombre en el cosmos es la nostalgia por las formas trascendentes."
Mircea Eliade.

En la raíz misma del pensamiento griego y de la filosofía hermética y por influencia de éstos en las tradiciones místicas de judaísmo, cristianismo e islam, se encuentra una doctrina que influyó profundamente en la cultura occidental. Tuvo un importante papel en las teorías que pretendían explicar tanto los procesos de conocimiento del mundo sensible como las posibilidades del ser humano de adentrarse en el verdadero conocimiento: aquel que supone el acercamiento al mundo inteligible (el arquetipo eterno, estable y preexistente de todo lo que existe, la realidad de las Formas y las Ideas o el mundo supraceleste de la divinidad). El concepto que condicionó estas teorías fue la creencia de que existe una homología entre el macrocosmos que es el universo y el microcosmos que es el hombre. El ser humano, que se entiende compuesto de cuerpo y alma, reúne los dos mundos: su cuerpo forma parte del mundo sensible material y su alma, según la doctrina platónica y hermética, lleva impreso en sí el compendio del mundo inteligible.
Para Aristóteles (384-322 a.C.) y Zenón de Citio (333-264 a.C.) fundador del estoicismo, una teoría de cómo el ser humano es capaz de conocer el mundo sensible debía explicar cómo pueden ponerse en comunicación cuerpo y alma para que aquello que captan nuestros sentidos se traduzca en una forma que pueda ser entendida por el intelecto. Propusieron la existencia de una facultad "traductora" capaz de producir "fantasmas comprensibles", es decir, de elaborar imágenes a partir de la información sensible, pues según proponía Aristóteles, el alma jamás intelige sin el concurso de una imagen. Este órgano traductor era para él la envoltura sutil del alma, compuesta de la misma sustancia (el pneuma o espíritu) del que estaban hechas las estrellas: tan sutil que se acerca a la realidad inmaterial del alma pero capaz a su vez de entrar en contacto directo con la realidad sensible. Los estoicos sin embargo pensaban que el pneuma era la propia alma en sí. En cualquier caso, ambos proponían que es la facultad hacedora de imágenes del alma la que lleva a cabo el proceso; la imaginación se convierte así en intermediaria entre percepción y pensamiento, sirviendo de enlace entre el mundo exterior y el interior.
Mientras que Aristóteles consideraba que todo conocimiento derivaba de las impresiones sensoriales, Platón (427-347 a.C.) afirmaba que el alma contiene las huellas de las Ideas del mundo inteligible, las entidades abstractas que constituyen el sustrato de la realidad. De esta forma, el conocimiento verdadero se realizaba por comparación, es decir, el objeto se comprende porque la impronta de su impresión se adecua a la forma de la realidad superior, o dicho de otro modo, el objeto es reconocido por el alma. Dado que el mundo inteligible posee las formas de todo lo que existe en el mundo sensible, el alma humana tiene nada menos que los moldes eternos de los que deriva la manifestación del mundo, es decir, contiene en sí el modelo mismo de la creación.
Estas ideas también se encontraban en los textos del Corpus Hermeticum donde la mente del hombre se considera reflexión directa de la divina y cuando el alma se encarna en un cuerpo puede recobrar su naturaleza superior a través de la experiencia religiosa hermética. Dice en el Asclepio:
"Oh Asclepio, qué gran milagro es el hombre, ser digno de reverencia y honor. Pues pasa a la naturaleza de un dios como si el mismo fuera un dios; es familiar a la raza de los demonios, sabedor de que ha salido del mismo origen, desprecia aquella parte de su naturaleza que sólo es humana, pues ha puesto su confianza en la divinidad de la otra parte."
Para los neoplatónicos (movimiento filosófico iniciado en Alejandría en el siglo III d.C.), esta idea estaba contenida en su concepción filosófico-religiosa. Según su creencia, a partir del Uno o realidad suprema surgía como primera emanación el Logos o Inteligencia, que contiene las ideas de todo lo que existe (mundo inteligible), del cual emana a su vez el Alma, base misma de la realidad, principio del movimiento y de la materia. Esta Psyché tou Kosmou o Alma del Mundo es inmanente al universo sensible y se manifiesta en todo, incluida el alma de cada ser humano. Es pues tanto colectiva como individual, tanto un macrocosmos como un microcosmos.

El ser humano es tratado por todas estas filosofías como una criatura de posición privilegiada, compendio en sí mismo de todos los niveles del cosmos, desde el Uno o Dios hasta la materia, y aquello que conecta al hombre a todos los escalones del ser es su alma. Debido a que participa tanto del mundo inteligible (cuyas formas tiene impresas) como del mundo sensible (al cual es inmanente), el alma es llamada copula mundi o nodus mundi, y se hablaba de ella como un espejo de doble cara capaz de reflejar en su superficie tanto el mundo sensible como el mundo superior. El ser humano posee así en su interior dos "órganos de la vista" orientados hacia ambos mundos.

Marsilio Ficino (1433-1499) entró en contacto con estas ideas y las propagó con gran intensidad en el Renacimiento al traducir al latín el Corpus Hermeticum y las obras de Platón y de Plotino. Consideraba que este ojo vuelto hacia el mundo inteligible, el oculus spiritualis, realizaba la operación simétrica a la del conocimiento sensible. Proponía que era posible a través de una elevación intelectual gradual la formación de una consciencia interior capaz de percibir revelaciones del mundo inteligible en forma de imágenes. Así, a través del uso de jeroglíficos, emblemas, talismanes, música o poesía, se exaltaba y se dirigía la imaginación para hacerla capaz de recibir las influencias celestiales y las revelaciones del mundo superior. El microcosmos que es el alma podía reflejar el divino macrocosmos y captar su significado, siendo posible aprehender y entender el macrocosmos por el poder de la Imaginación, la más elevada potencia en el hombre. Pero no se refiere esta imaginación a aquella con la que fantaseamos realidades imaginarias, sino a la Imaginatio Vera. Llamada por los alquimistas Astrum in homine, es un órgano o facultad de verdadero conocimiento o mejor podríamos decir de conocimiento verdadero.
Y es esta estrella en el hombre o espejo del cosmos aquello que debe cultivarse, bruñirse y exaltarse y de cuya mano viajan hacia su meta místicos, poetas, magos, cabalistas y alquimistas.

El mago era alguien que habiendo tomado conciencia de sus posibilidades, entendía la forma en que se relacionan las partes de arriba (macrocosmos) y de abajo (microcosmos), de forma que era capaz de manipular las imágenes a nivel de su propia alma pudiendo actuar a través de ella. La meta consistía en conseguir cierto dominio para dirigir los poderes divinos del mundo superior y modificar el modo en que actuaban sobre el mundo inferior. Conocer las correspondencias entre los objetos del mundo sensible y el mundo inteligible le permitía hacer uso de cierto tipo de elementos como talismanes (con formas, símbolos y colores apropiados), estatuas, música o conjuros y canalizar así hacia su propio espejo el influjo de potencias divinas (como por ejemplo los planetas). Era una invocación que le proporcionaba el trato con dioses y demonios con el que podía trasformarse a sí mismo o al mundo. La magia permitía pues a los hombres atraer hacia sí la influencia y el poder de las potencias mediante el manejo de los elementos inferiores con los que se correspondían.

Esta capacidad de elaborar imágenes significativas correspondientes con el mundo superior y manipularlas sobre el alma con el fin de reflejar el divino macrocosmos, es lo que otros filósofos de la época trataron de conseguir mediante el uso del antiguo Arte de la Memoria. Su invención se atribuye a Simónides de Ceos (556-468 a.C.) y a lo largo de las épocas ha sido cultivado irregularmente pasando de ser una ayuda para la oratoria a todo un camino para comprender el significado de la creación y avanzar hacia la meta de la contemplación del Uno.
El Arte de la Memoria se basa en la selección de imágenes de gran poder evocador, como estatuas o escenas mitológicas, distribuidas ordenadamente en paisajes especiales o edificios de arquitectura singular. Al asociarse y tener relación con aquello que se quiere memorizar permitía, por ejemplo, que se recordaran los argumentos de un discurso o las palabras de un texto, mientras el orador caminaba por el paisaje que había diseñado en su imaginación. Su mayor exponente en el Renacimiento fue Giordano Bruno (1549-1600), quien se basó en el principio hermético de la reflexión del universo en la mente como experiencia que permite ascender hacia el Uno, para aplicar el Arte con un profundo sentido mágico-religioso. El objetivo de su sistema de la memoria era elaborar en la psique una imagen completa del plano astral, pues igual que para Ficino, las imágenes de las estrellas eran las intermediarias entre el mundo supraceleste y el elemental (él las denominaba umbris idearum, las sombras de las Ideas). Utilizó las imágenes talismánicas de las estrellas propuestas por Cornelio Agrippa (1486-1535) en su obra "De occulta philosophia", y las colocó en un sistema de ruedas concéntricas giratorias heredero del Ars brevis de Ramón Llull (1232-1315). Este sistema le permitía elaborar un modelo que reproducía en su mente el cielo entero, sus movimientos y sus influencias astrológicas. Unificaba en su memoria el plano astral, escala por la que la Luz del Uno desciende y se difunde hacia todo y por lo tanto la misma por la que el místico puede ascender.
En cierto sentido era un camino similar al utilizado por los místicos judíos a través de la Cábala, tradición originada en España y el sur de Francia a principios del siglo XIII. La Cábala pretende describir el proceso por el cual a partir de un Dios oculto sin cualidades ni atributos (En-Sof) se manifiesta el mundo en una serie de etapas a través de las cuales las sephira (los nombres creadores que Dios se dio a sí mismo), se despliegan generando la creación, aspecto externo de la acción de Dios operando sobre sí mismo. La Shekináh es la presencia e inmanencia de Dios en nuestro mundo manifestado, y se encuentra en todo, incluyendo cada uno de nosotros. Es pues de nuevo una visión del Alma del Mundo. Aquel que comprendía estos procesos descritos en el significado oculto de la Torah, y con ellos la arquitectura del cosmos, es decir, aquel que conocía la senda por la cual la creación se desplegaba desde arriba hacia abajo, podía conocer el camino para remontar el proceso espiritual que lo devolvía a la unidad original, armonía perdida tras la Caída y simbolizada por la unión sagrada de Dios y su Shekináh.

El corpus de la Cábala surgió de la tradición (muchas veces oral) de maestro a discípulo, pero otras veces se enriquecía por "inspiración divina". Ésta se producía mediante revelaciones nuevas a través de éxtasis y sueños visionarios, experiencias para las cuales también era fundamental el ojo espiritual que supone la imaginación activa.
Igualmente fundamental era para las experiencias visionarias de los místicos del Islam, en las que se producía un despertar cuando se anulan las facultades de la percepción sensible ante las primeras luces de la visión extática. A partir de dicho momento los objetos no son puramente físicos, sino que también revelan acontecimientos del alma, es decir, pasan a poseer un profundo significado de forma que el místico ha transfigurado la Tierra a través de su meditación, paso previo a la ascensión hacia la Luz de luces.
Por último, la Imaginatio Vera era la piedra angular de la Alquimia, de modo que permitía al filósofo vivir la obra no sólo como un acontecimiento sobre la materia, sino al mismo tiempo como operaciones llevadas a cabo sobre el alma, permitiéndole avanzar en las diferentes etapas. Su meta era la reunificación de los opuestos, la piedra filosofal llamada Rebis, el ser doble o andrógino hermético. En la piedra toda oposición se anulaba por la unión de lo masculino y lo femenino, lo alto y lo bajo, lo celestial y lo terrenal, lo exterior y lo interior. La obra era pues realizada por y en el ser humano; milagro llamado a reunificar en sí mismo el cosmos en su totalidad.



Fuentes:
-Yeats F. A., "El Arte de la Memoria" (Siruela,2005)
-Culianu I. P., "Eros y magia en el Renacimiento" (Siruela,1999)
-Chevalier J., Gheerbrant A., "Diccionario de símbolos" (Herder,1999)
-Scholem G., "Las grandes tendencias místicas del judaismo" (Siruela,1996)
-Harpur P., "El fuego secreto de los filósofos" (Atalanta,2006)
-Corbin H., "Cuerpo espiritual y Tierra celeste" (Siruela,2006)
-Wikipedia, la enciclopedia libre

 
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