miércoles, 10 de febrero de 2010

Interludio

“Nadie puede ‘escribir un cuento de hadas’ si no cree en las hadas y no está familiarizado con las leyes del país de las hadas.”
Ananda K. Coomaraswamy

“-¡Ay! dije, en esta estación lluviosa de lluvia oscura, en este lúgubre tiempo ignorado, sólo vuestras lámparas de niños arden. Y yo también querría volver a mirar otra vez la luz del espejo.”
Marcel Schwob, El libro de Monelle


Si el pueblo feérico tiene canciones infantiles, si los niños que secuestran en sus intercambios se atreven a nombrar aquello que más temen, tal vez lo hagan acompañados de una musiquilla sencilla e intrigante, una de esas melodías protectoras de los juegos más secretos capaces de ahuyentar el mal, como un talismán. Entonces, mientras corretean en los patios de los palacios subterráneos, puede que girando alrededor del árbol más alto, o quizá saltando a la pata coja sobre baldosas de bronce, plata y oro, se atrevan, antes que mengüe la luz de las lámparas, a nombrar ese lugar:

Molaki limita con todos los males del mundo,
por eso su cercanía es un mal augurio.

Molaki es origen de grandes pesares,
pues es propio de los sueños convertirse en vigilia.

Molaki sin embargo debe existir: si el fuego de Molaki se extingue, desaparece la frontera con el Mal.

Quisiera narrar, antes de que me guíen hasta ese lugar, todo lo que aconteció para acabar afrontando semejante destino. No sé en qué momento vendrán a por mí pero, si no terminara ahora, espero continuar a mi regreso. O mejor, tal vez debería expresarlo de esta manera: espero regresar.
Y aunque averiguar cómo encontrar el camino de retorno habría de ser lo único que ocupara mis pensamientos, creo que será propicio tener todo lo ocurrido en cuenta al tratar de afrontar esta historia. Mas, ¿por dónde iniciarla? ¿Cómo comenzó todo? No es fácil buscar algún principio a este vórtice de acontecimientos.
Pero si en verdad me propongo hacerlo, tal vez pueda empezar por cómo Xavier, hijo del Vigilante, liberó a la Serpiente de su cautiverio.
 
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