jueves, 26 de abril de 2007

La Señora del Laberinto III. La caracola de Dédalo

A pesar de todo lo que esperaba de la jornada siguiente, los acontecimientos acabaron superando mis expectativas. Incluso durante la madrugada recibí la visita de Angelo. Algo me dice que tal vez fuera la última, porque ahora al fin comprendo quién es él para mí. Pero no adelantemos acontecimientos.
Madrugamos considerablemente teniendo en cuenta la noche anterior y nos pusimos en camino cuanto antes. Atravesamos campos, monte e incluso una pequeña aldea abandonada en la que nos detuvimos a almorzar. El sol intenso nos obligaba a detenernos de tanto en tanto bajo la sombra de algún algarrobo o junto a los muros de un pequeña ermita. En una de nuestras pausas aproveché para explicar a Elyse cómo utilizo el humo y un espejo para poder asomar mis sentidos al Otro lado, al reino intermedio donde moran los espíritus y se nos presentan los dáimones. Ella escuchó con atención y trató de hacer su primer intento, en principio sin éxito. Aunque el éxito pronto llegaría.
Caminamos así toda la mañana y toda la tarde hasta que encontramos un buen sitio para acampar junto a una pinada. El sol había estado calentando la vegetación todo el día y al atardecer, con el frescor nos rodeaban los aromas de los pinos, la lavanda y muchos otros que no supe identificar.
Levantamos la tienda de campaña y nos preparamos una buena y merecida cena en un pequeño montículo desde el que podíamos observar el mar. El paisaje se me antojaba muy antiguo. Como si volvieras al hogar donde naciste pero miles de años después, cansado tras tus muchas vidas y dispuesto a renovar tus fuerzas. Desde allí ya se veían las ruinas de Cnosos.
Esta vez estuvimos mucho más silenciosos y contemplativos. Decidimos preparar nuestro brebaje divino mezclando unas gotas del jugo del Soma en una botella de vino. Al abrir el pequeño vial sentí curiosidad por cuál sería su aroma y lo acerqué a mi nariz. No me pareció que en sí mismo tuviera un olor propio, pero me di cuenta que al inspirar profundamente comencé a percibir con gran nitidez e intensidad todos los olores que me rodeaban; el mar, las plantas, la tierra, Elyse, Gabrielle... También sentí que se despejaba mi mente, otorgándome un atención vigilante pero relajada. Empezaba a intuir los efectos que podría tener beberlo y esperaba que estuviéramos preparados para apreciarlo.
Comentamos poco más antes de irnos a dormir. El plan era levantarse en cuanto comenzase a clarear el cielo y llegar a Cnosos antes de que despuntara el sol.
Estaba ya dormido cuando sentí que alguien me observaba. Abrí los ojos y vi a Angelo sonriente asomado a la entrada de la tienda. Me hizo un gesto para que no hiciera ruido y otro para que le siguiera. Sigiloso, le seguí hasta una piedra unos metros más adelante. Se sentó y me indicó que tomara asiento a su lado dando palmaditas sobre la roca.
- Es bueno verte por aquí - le dije.
- Lo mismo digo - contestó cordial -. Aunque me gustaría saber qué es lo que te ha traído aquí exactamente. ¿Qué piensas que vas a encontrar Pola?
- ¡Por dónde empezar! - le dije -. ¿Dispones de tiempo?
Esa pregunta le hizo mucha gracia.
- De todo el tiempo del mundo. Eso ya deberías saberlo.
- De acuerdo - comencé -. La idea de venir empezó cuando comprendí el efecto de la danza de la consagración de la primavera que me mostró Gabrielle. Danzando, ella se fundió con el proceder del mundo. Estuve después leyendo sobre el sentido sagrado de la danza y no me sorprendió que siempre hubiera tenido la función de servir para identificarse con el creador y con el proceso de la creación. Las danzas sagradas permiten asociarse a la energía, al proceso que preside las perpetuas transformaciones del mundo.
Y luego estaba el significado de la espiral - continué levantándome para poder gesticular cada vez más emocionado. Angelo me observaba sin interrumpir -. Leí que la espiral tiene la notable propiedad de crecer sin modificar la forma de la figura total, símbolo de la permanencia del Ser a pesar de las fluctuaciones del cambio - dibujé una espiral en el aire con mi mano mientras me explicaba -, es un glifo universal de la temporalidad porque dibuja en el espacio la evolución del tiempo. Y todas estas ideas podían integrarse en la danza del laberinto.
Estuve leyendo que la antigua danza de la espiral que Ariadna enseño a Teseo (y por enseñanza de éste se bailaba en Delos), recibía el nombre de geranos o "danza de amor de las grullas". En ella los participantes formaban una cadena al estar cogidos a una misma cuerda. Danzaban hasta el centro de la espiral para después cambiar el sentido y volver sobre sus pasos.
Me detuve en mi explicación pensando que ya había terminado.
- ¿Y bien? - preguntó - ¿Qué más?
- ¿Qué más? - si seguía preguntándome es porque quería señalar la posibilidad de que yo no lo tuviera del todo claro.
- Pues pienso que la danza de la espiral esconde el secreto de vivir la muerte como una iniciación. Supone que mientras eres uno con los cambios y transformaciones del mundo puedes comprender que el núcleo del Ser permanece a través del cambio. Se intuye la inmortalidad y se goza del laberinto, pues para quien comprende esto la travesía es segura y Ariadna le permite el regreso.
- Bonitas palabras - me dijo con un poco de sorna mientras se giraba a coger algo que parecía haber dejado antes a su espalda. Era una caracola marina. Se parecía a la que hacía tiempo me había dado y yo le había regalado a Olympia.
- ¿Ves esto? - dijo -. El rey Minos, para saber dónde se escondía Dédalo después de que éste hubiera huido volando del laberinto... ¿Conoces la historia? - Asentí - Bueno, pues decidió dar una recompensa a aquel que fuera capaz de hilvanar un hilo por el interior de una caracola, y así descubrir dónde se ocultaba Dédalo. Porque ni que decir tiene que él fue el único que lo consiguió. Para ello ató el hilo a una hormiga y ella caminando por su interior hizo el trabajo.
Me dio entonces la caracola mientras se levantaba y me dijo:
- Ahora hilvánala tú.
Después me apretó fuerte con la mano en mi hombro y me deseó suerte antes de desvanecerse.


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