La quintaesencia es la realidad última que compone cada cosa y todo puede ser formado a partir de ella. Mis compañeros, mucho más sabios que yo, son capaces de tomarla impregnándose con ella. Incluso son capaces de moldearla creando entidades etéreas o servirle de canal para transferirla de un lugar a otro.
Aunque me han explicado sus métodos yo sé que no soy capaz de hacer algo hasta que no comprendo el fundamento de forma profunda y significativa para mí. Pero si había un lugar donde poder tratar de comprender estas cuestiones, ése era la piscina de la torre.
Después de lo que habíamos descubierto sentí la quintaesencia con mayor claridad que nunca, precisamente allí donde se conjuraba de la nada sobre el árbol del Soma. Gabrielle había descubierto que la planta no sólo era un ente espiritual, sino que estaba vivo de alguna forma diferente a todo ser que hubiera observado en otra ocasión. Al tratarse de un ser espiritual, ella pensó abordarlo para comunicarse con él a la manera en que podía hacerlo con otros espíritus.
Volvimos a subir juntos a la piscina a la mañana siguiente. Adentré de nuevo mis sentidos en lo etéreo y pronto me vi envuelto por su luz y su brillo. Sentí entonces curiosidad por saber si ocurriría algo especial si me movía entre la luz de la quintaesencia con los suaves movimientos del Tai-chi. Fue increíblemente hermoso. Al sentir cómo fluía la quintaesencia podía alinearme con su flujo y los movimientos eran más fluidos que nunca. A mi alrededor y a través de mí sentía una calidez especial y cerca de la punta de mis dedos, la "luz" que flotaba como pequeñas gotas de finísima lluvia suspendidas en el aire, respondía a mis movimientos formando intrincadas espirales a la manera del humo.
Fue en el momento que me encontraba totalmente integrado, moviéndome sin pensar cuando cogí la cola del gorrión, uno de los movimientos que el señor Yu me había enseñado. Cuando "solté" la cola, vi que las volutas de quintaesencia tomaban la forma de un pájaro que voló por unos instantes hasta volver a diluirse con el todo.
No pude continuar. Me detuve respirando hondo cuando mis pensamientos volvieron a asaltar mi mente. Si realizaba movimientos sin sentido no parecían tener ningún efecto. Sin embargo aquello me hizo pensar que un movimiento u otras actividades rituales llenas de sentido para quien las realiza (una letanía, música, una danza), podrían tener efectos profundos sobre la base misma de la realidad.
Fue cuando me di cuenta que Gabrielle me observaba con una sonrisa desde el borde de la piscina. También había visto el pájaro. Me dijo que había sentido que a la manera ordinaria que conocía no podría comunicarse con la planta del Soma, pero que sabía que debía haber otra forma. Entonces le pregunté si conocía alguna danza ritual y dijo que sí. En su reciente viaje a Rumanía había participado de una antigua danza de celebración del inicio de la primavera. Con ella se le convocaba, despertando a la naturaleza de su letargo invernal.
Le pedí que bailara para mí y me explicara el ritmo para poder acompañarla con percusión. Una vez estuvimos preparados comenzó a danzar y a cantar. Con sus pies descalzos y su pelo suelto giraba y alzaba los brazos.
Y en el vaivén del sentir de la danza, su cuerpo movía la etérea quintaesencia. Y vi a Gabrielle conectar con un estrato profundo de su alma y ya no estaba ante ella, no contemplaba al individuo, sino al mundo mismo cuyo aire se llenó de frescor, humedad y aroma primaveral emanando de la fuente en que se había convertido su pecho, viajando como una ofrenda hasta la planta del Soma y extendiéndose por sus raíces como un pulso por la ciudad. Consagrando a la primavera y siendo consagrada por ella, recuperó todo el sentido que esconden las formas de los viejos ritos.
Y habría quien podría argumentar: "para que llegue la primavera sólo tienes que esperar". Y es cierto.
Pero hacer-no-haciendo, como dicen los taoistas, no significa no actuar, sino actuar según la naturaleza de las cosas. Comprender y participar del hacer sagrado del mundo: ¿qué puede haber más grande?
Esa mañana, Gabrielle fue lo más grande.
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