jueves, 19 de julio de 2007

El puente

"Sabe que el alma, el demonio, el ángel, no son realidades extrínsecas a ti; tú eres ellas mismas."
Najmoddin Kobra.

Aquel bosque estaba sumido en el más inquietante silencio. Pronto incluso el viento cesó, aunque la humedad y el frío seguían siendo penetrantes. En unos instantes se haría de noche y mirando en todas direcciones intenté decidir qué hacer y qué camino tomar antes de que la oscuridad fuera más profunda. La vegetación, el olor del aire y algo más intangible hacía que me embargara la sensación de estar en un lugar familiar, pues todo me recordaba a los bosques de Bohemia en el otoño. Me esforcé en ubicar una luz, un olor, un recuerdo, cualquier cosa que me indicara una dirección hacia la que adentrarme. Finalmente, buscando en el suelo me pareció distinguir un sendero de aquellos que recuerdan vagamente su trazado porque llevan demasiado tiempo sin ser transitados. Decidí seguirlo mientras pudiera verse y me puse a caminar en la dirección de la puesta de sol.
A pesar de que aún quedaba algo de luz y mis ojos se habían acostumbrado a la penumbra, el sendero parecía ser visible ora sí, ora no, en una extraña manera que se me antojó un juego siniestro. Aquello me intranquilizó más si cabe e imaginaba que trataba de extraviarme con algún propósito oscuro. Nervioso, me detuve a mirar hacia arriba. Aunque no vi la luna, la fortuna quiso que estuviera despejado y pudieran verse las estrellas. Esto me reconfortó; aquella sería la única luz de que dispondría a partir de ese momento, instante en que el cielo pasó del azul oscuro al negro.
Cuando devolví toda mi atención al sendero, observé una silueta redondeada unos metros más adelante. Al acercarme vi que era una piedra de casi un metro de alto. Alguien la había colocado allí y su presencia me resultó muy intensa, mucho más que la de los árboles que me rodeaban. Decidí aproximarme con cautela mientras sacaba el mechero de mi bolsillo. Con su llama podría apreciar si tenía algún tipo de marca o inscripción, pero además me proponía utilizar la vibrante luz del fuego para que su movimiento sobre la piedra me delatara a qué se debía su aura numinosa.
Me acuclillé y acerqué la luz. Las sombras danzaron por sus recovecos y me pareció distinguir una forma similar a la de una calavera. Entonces mi respiración hizo oscilar la llama y vi, por un instante, que tenía un rostro cuyos ojos estaban fijos sobre mí. Me aparté de forma brusca y con el sobresalto se apagó el mechero. Estaba seguro de que había sido colocada en el camino para vigilar y me intranquilicé profundamente pensando que aquel que lo hubiera hecho conocía ahora mis pasos.
Cuando los latidos de mi corazón y mi respiración se calmaron lo suficiente para dejarme escuchar otra cosa, me pareció oír el rumor de un río aun lejano. Al menos sería algo que seguir. Pensé llegar hasta él y caminar siguiendo su curso. Tarde o temprano encontraría alguna casa o alguna aldea y no deseaba detenerme en aquel lugar tan sombrío ni continuar caminando por aquel sendero traicionero cuya nada inocente intención parecía ser como mínimo la de extraviarme aún más.
Tomé otra dirección y caminé un buen rato lo más sigiloso posible prestando total atención a todos los sonidos. Comprobé que el rumor del agua se iba acercando pero también que algo más se movía conmigo. Si me detenía sentía su presencia detenida; con la marcha sentía que algo me seguía. ¿Era tal vez una sombra y un eco de mí mismo? Ya no estaba seguro de nada, pero al detenerme a escudriñar por enésima vez la oscuridad a mi espalda lo vi. A menos de diez metros, un lobo negro, enorme, cuyos ojos brillaban intensamente fijos en mí, adelantó y bajó su cabeza mientras emitía un gruñido que sonaba a amenaza y a muerte. Aterrado, recordé una vez más lo inapropiada que resulta mi magia para defenderme de algo así, si es que eso era posible, pues sabía que podría alcanzarme con un solo salto.
Durante unos instantes eternos permaneció así para después, con un sigilo antinatural tratándose de una bestia de semejante tamaño, desaparecer rápidamente de nuevo en la espesura. Alarmado pensé que tal vez me estuviera rodeando y giré sobre mí mismo tratando de abarcar todo lo posible con mi vista, una y otra vez, seguro de que no andaba lejos, aunque por ahora hubiese decidido no acercarse más.
Seguí caminando hacia el sonido del río sin dejar de girarme, desesperado, con la sensación de que podría atacarme en cualquier momento y la vaga esperanza de que si esa fuera su intención lo habría hecho ya. Quería creer incluso ¿por qué no?, que tal vez me escoltaba o protegía.
No sé cuánto rato estuve caminando sin seguir más dirección que el sonido. Espoleado por el pánico que me provocaba el acecho de la criatura llegué al río y encontré algo sorprendente.
Junto a la orilla, cerca de donde salí de la espesura, estaba la torre gótica del puente de Carlos, la magnífica puerta que se alza en el lado de la Ciudad Vieja de Praga. Imponente, negra, desgastada, viva. Me acerqué a la entrada y pude ver a través de ella el puente y sus fantasmagóricas estatuas barrocas ennegrecidas por el tiempo. Toqué la piedra y excitado sentí que ese lugar tenía algo mío, o más bien yo algo suyo y que más allá del umbral me aguardaba lo más terrible, lo más hermoso... o ambas cosas.
Desde allí no divisaba bien el final del puente, pero en el horizonte al otro lado del río se alzaba la colina del castillo en la que destacaba la majestuosa silueta de la catedral de San Vito.
Aliviado en parte por abandonar el bosque me adentré bajo el arco de la puerta y comencé a caminar. Las estatuas también parecían mucho más desgastadas que como yo las recordaba, e incluso algunas faltaban de su pedestal. Las contemplé mirando a uno y otro lado, sintiendo casi cómo respiraban cuando percibí una presencia mucho más fuerte que esperaba de pie bajo la salida del puente en la otra orilla.
Paré un momento tratando de distinguirla mejor, pero estaba muy oscuro y demasiado lejos. No había ninguna luz en la ciudad tras aquella salida y me pareció que las casas estaban en ruinas. Giré para comprobar si tras de mí podía ver ahora la Ciudad Vieja, pero allí seguía aquel bosque. Y en la puerta que acababa de atravesar se detuvo el lobo negro y supe que no me permitiría volver sobre mis pasos.
Entonces la figura del otro lado comenzó a andar hacia mí. Decidí seguir la marcha pero instintivamente mi paso se hizo más lento. No podía ver su rostro. Era una figura alta y encapuchada, con las manos escondidas dentro de sus negros ropajes. De esto sólo me consoló el hecho de que no llevara una guadaña, pero mi pequeño chiste privado se esfumó cuando sentí que en su naturaleza parecía estar el haberla llevado.
Me detuve y la figura siguió caminando hasta quedar a no más de tres palmos de mi cara. Entonces echó hacia atrás su capucha y vi el rostro de una mujer. Que no era humana era evidente. Su piel era muy blanca, algo enrojecida alrededor de sus brillantes y enormes ojos oscuros, como si hubiera estado llorando. Su pelo largo, liso y negro cayó sobre sus hombros. Lo terrible y lo hermoso que había sentido a la entrada del puente manaba de ella, sin duda. Entonces esbozó una sonrisa inhumana y un cálido aliento que transportaba una cálida voz me dijo:
- Saludos Pola - la sonrisa se esfumó de repente y con un tono ligeramente severo prosiguió -, ¿sabes a dónde vas?
- Sigo mi camino - contesté inquieto.
- Tu camino - volvió a sonreír -. ¿Tu camino hacia dónde?
- Hacia el centro del Alma - dije mirándola inquisitivo.
Ella abrió más los ojos al igual que su sonrisa y con un tono próximo a una canción comentó:
- puede que ya estés cerca.
Levantó lentamente su mano y acarició mi cara observándome con atención. Su tacto también era cálido.
- ¿Quién eres? - le pregunté entonces.
- Soy tu daena - me respondió con una mueca aún más extraña.
Todas las fibras de mi ser me decían que aquello no era cierto.
- No me reconozco en ti - le contesté tras meditar la respuesta.
- ¿Estás seguro? ¡Mírame bien! - dijo abandonando el tono dulce de su voz -. Soy el perro que vive de tus entrañas, el que aúlla en tu interior. Acompáñame, ¡ven conmigo al bosque!
Todos mis músculos se tensaron al oír su nueva voz.
- ¿Qué me espera allí? - le pregunté.
- Allí está la felicidad, el placer, la alegría. Allí te librarás del invierno - dijo recuperando su tono dulce mientras se aproximaba y volvía a acariciarme.
- ¿Qué invierno hay en mí? - pregunté.
- El invierno de los demás - contestó tajante. Después se acercó hasta abrazarse a mí y me susurró al oído - Serás libre Pola, podrás ser todo lo que quieras al fin. Es lo que deseas. Te conozco.
Miré de nuevo hacia delante y vi las fantasmagóricas siluetas de la ciudad y el castillo. Entonces le pregunté:
- ¿Qué hay al otro lado?
- No debes ir hasta la otra orilla - me contestó mientras me abrazaba con más fuerza -. Allí está él; te convertirá en piedra, como a los demás.
Vino a mi mente entonces la extraña roca vigilante que había visto en el camino.
- ¿Él? ¿Quién es él? - pregunté. Pero no obtuve respuesta.
Sentí como sus dedos apretaban con fuerza mi cintura y mi espalda y su contacto comenzó a dejar de ser cálido. Supe que si seguía a aquel espectro surgido de las moradas de la noche me llevaría al final de un camino del que ya no podría volver sobre mis pasos. Sentí que se escapaba mi fuerza y que el viento volvía a soplar helado a nuestro alrededor mientras me embargaba la náusea.
- Quiero ir al otro lado - le dije con un hilo de voz -. El bosque me esperará.
Entonces ella se separó dejándome exhausto y temblando. Sonrió siniestramente y asintiendo con la cabeza dijo:
- El bosque te espera.
Después, dando unos pasos hacia atrás, volvió a cubrirse con la capucha y flotando en el viento como una nube de vapor pesado se alejó mientras su contornos se desdibujaban confundiéndose con la oscuridad de la noche.
Haciendo acopio de mis últimas fuerzas corrí entonces hacia el final del puente, pero la debilidad de mis piernas y un fuerte mareo hicieron que cayera de rodillas. Respirando con dificultad levanté la vista; frente a mí estaba una de las estatuas del puente que más me intrigaba de niño, pues en su base había representada una prisión en la que se lamentaban tres hombres bajo la atenta vigilancia de un perro.
Me levanté y despacio llegué al fin hasta la otra orilla. Más allá de su umbral se abría ante mí una ciudad en ruinas que parecía desierta. Totalmente agotado lo crucé sin poder evitar pensar que tal vez estaba perdido y que siempre es posible que existan destinos peores que la muerte.


domingo, 15 de julio de 2007

La noche

En la soledad de mi escritorio rememoro todo lo que aconteció a continuación. Forzándome a ser sincero trataré de no omitir los detalles de las historias que no nos enaltecen ni enorgullecen. Pero así he resultado ser: no soy Joao ni Santiago. No soy Galahad ni Perceval.

El descenso por las raíces del árbol al final del sendero fue un poco aparatoso pero no largo. Pronto salté de su extremo al suelo y pisé la húmeda tierra de un bosque de extraña y familiar fragancia. Hacía poco que había llovido y el barro y las hojas caídas tapizaban aquel paisaje sombrío apenas iluminado por la huidiza luz de un sol que se ponía. Desorientado miré hacia arriba y el frío y húmedo aire barrió las raíces por las que acababa de bajar como si hubieran estado compuestas de arena.
Pero aquella tierra que pronto me pareció reconocer no sería el final del descenso; sólo el inicio de la noche.

"Quien está solo de noche en campo abierto o camina por tranquilas calles percibe el mundo de otra forma que de día. Algo susurra y suena, no sabe dónde ni qué. El sentimiento también es incierto. Por el más amoroso misterio se experimenta cierta extrañeza, y lo espantoso excita y atrae. No hay más diferencia entre lo muerto y lo vivo, todo está animado y sin alma, durmiente y despierto a la vez. Lo que el día acerca paso a paso y hace reconocible se desprende de improviso en la oscuridad. Como un milagro aparece el encuentro; ¿qué es lo que se revela, una novia mágica, un monstruo o un tronco cualquiera? Todos lo objetos irritan al caminante, juegan con rostros conocidos y al instante se difuminan los contornos. De repente asustan con gestos extraños y de nuevo son familiares e inofensivos.
El peligro acecha por doquier. De la oscura garganta de la noche que se abre frente al caminante puede salir, en cualquier momento y sin advertencia, un asaltante, un horrible espectro o el espíritu intranquilo de un muerto; ¿quién sabe lo que alguna vez ocurrió en aquel lugar? Tal vez la voluntad de nebulosos espíritus maliciosos que lo apartan del camino recto hacia el yermo donde reina el espanto y donde demonios seductores danzan el corro que a nadie deja con vida. ¿Quién puede protegerlo, acompañarlo rectamente y aconsejarlo bien?
El mismo espíritu de la noche, el genio de su bondad, de su encanto, de su ingenio inventivo y de su profunda sabiduría. Ella es la madre de todos los secretos. Cubre a los cansados con el sueño, les quita las inquietudes y divierte sus almas con ensueños. Su protección la busca el infeliz y el perseguido tanto como el astuto al que su oscuridad ambigua proporciona miles de invenciones y habilidades.
Pero la oscuridad de la noche, la que invita al dulce sueño, también otorga al espíritu nueva atención y claridad. Lo hace más conocedor audaz y temerario. Una intuición se enciende o desciende como una estrella, una intuición rara, preciosa y aun mágica.
Así la noche puede asustar y engañar al solitario, y es al mismo tiempo su amiga, ayudante y consejera."

Walter F. Otto. Los dioses de Grecia

martes, 10 de julio de 2007

Las que han elegido

- Ahura Mazda, el sabio señor, el justo y el bondadoso es el nombre con que los zoroástricos se refieren a Dios. Es la causa primera de todo lo que es bueno, creador y guardián del asha, el orden cósmico y de todo lo que se encuentra en armonía con él.
Elyse hablaba con voz pausada mientras con sus brazos hacia lo alto dibujaba un arco con el que quería enfatizar la idea de totalidad.
Me había pedido que permaneciera junto a ella en el interior de aquel anillo de fuego. Prometió que ningún demonio lo traspasaría y que cuando sintiera que era un momento seguro ella misma me escoltaría hasta el árbol al final del camino.
Había sacado todo lo necesario de las alforjas de su caballo para preparar un té y me senté junto a ella a responder a sus preguntas y a escuchar sus respuestas. Primero hablé yo, explicando mi búsqueda y lo que me había llevado hasta allí. Después ella, llena de pasión y orgullo, me contó su historia:
- Y sobre Ahura Mazda hablan los versos de este Gatha, uno de los himnos del Avesta:

"Esto te ruego, dime la verdad, Señor. ¿Quién era el Padre del Asha al principio, en el momento de la creación? ¿Quién determinó el rumbo del sol y las estrellas? ¿Gracias a quién crece y mengua la luna? Esto y aún más, oh Mazda, es lo que deseo saber.
Esto te ruego, dime la verdad Señor. ¿Quién ha sostenido la tierra desde abajo e impedido que el cielo se desplome? ¿Quién protege las aguas y las plantas? ¿Quién engancha veloces corceles a los vientos y a las nubes?
Esto te ruego, dime la verdad, Señor. ¿Qué artesano creó la luz y la oscuridad? ¿Qué artesano creó el sueño y la actividad? ¿Gracias a quién existe el alba, el mediodía y el atardecer, que recuerdan a los fieles su deber?"

- Pero del Abismo - continuó explicando -, surgió aquello opuesto al asha: era Angra Mainyu, el padre del druj, la falsedad y la mentira. Se levantó desde las profundidades y al contemplar la maravilla que era la creación, su odio y su rencor le llevó a forjar en las tinieblas a la multitud de sus demonios que se entregarían a su obra de corrupción y aniquilamiento. Y Angra Mainyu enfrentándose a Ahura Mazda le dijo: "Me levantaré e incitaré a tu creación a desprenderse de ti y a prendarse de mí."
El Sabio Señor comprendió que podría vencer a las contrapotencias del druj, pero para ello necesitaría tiempo, y creó el tiempo limitado a imagen del tiempo eterno. Este ciclo de tiempo, este Aión sería el instrumento para llevar a cabo la ruina de los demonios, pero en él deberían combatir los seres de luz para asegurar la victoria. Además de a los arcángeles (los Amesha Spentas) y a los ángeles (los yazatas como Mitra), Ahura Mazda había creado un ser celeste, un ángel tutelar para cada elemento de la creación. Estas eran las fravarti, ángeles de cada ser del mundo, a quienes despertó a la individualidad y a la conciencia. Y fue a las fravarti de los seres humanos a las que Ahura Mazda pidió que decidieran su destino: o bien permanecer en el mundo celeste protegidas de la corrupción que en la tierra ejercía el druj, o bien combatir para la llegada de la regeneración al término del Aión. Las fravarti accedieron a luchar y así dieron sentido a su nombre, las que han elegido. Y esta decisión fue fundamental - me explicó tras una pausa -, pues Ahura Mazda reveló a su profeta Zaratustra que sin la ayuda de las fravarti no habría podido proteger la creación del ataque de Angra Mainyu.
Es tarea de todo ser humano participar de esta lucha y encontrar la vocación propia durante su existencia terrenal. Aquel que abre los ojos como tú has hecho hoy inicia la restitución de la tierra a su pureza paradisíaca. Esta es la victoria del alma descendida. Somos seres de luz Pola, responsables del estado de la creación, hijos de la Señora de la Morada. Tú hoy te has sentido como tal, has comprendido. Continúa con tu camino y vuelve trasformado para participar en tu misión como ser de luz.
Después, con un tono muy diferente y su sonrisa ladeada me dijo:
- Te digo esto porque te conozco y sé que eres capaz de largarte al paraíso y no volver, pillín.
Era más que curioso ver a un ángel poner esa cara y ese tono de voz. Elyse la fravarti. Casi nada.
Sonreí y le expliqué aquello que en referencia a la búsqueda me había dicho Joao: "no es un lugar en el que esconderse, sino que aquel que lo encuentre podrá traer ese reino hasta este."
- Me gusta ese Joao - me dijo.
- Pues espera a verlo en persona - le comenté -. Le encantará saber que hay alguien más dispuesto a partirse la cara junto a él contra todos los demonios.
- Eso es importante - comentó volviendo a un tono más grave -. Algo terrible está ocurriendo. El druj está muy activo y yo siento como una llamada. También debo ir a un lugar... No sé, tal vez haya una batalla, o tal vez muchas. Supongo que no debo demorarme más - me dijo de pronto levantándose del suelo.
Recogió los cacharros del té y tendiéndome una mano me ayudó a incorporarme mientras con un gesto de la otra apagaba el anillo de fuego. Después cogiendo las riendas de su caballo caminó junto a mí por el luminoso sendero hasta la sombra de aquel árbol. Junto a su tronco en el suelo había una abertura por la que se podía descender. Entonces nos miramos a los ojos y nos abrazamos con fuerza:
- Ve con cuidado cariño - me dijo -, no eres demasiado bueno defendiéndote. No tienes ni media...
Interrumpí su acertada frase dándole un beso.
- Ten cuidado tú también - le dije acariciando su pecosa cara.
Cuando comencé a descender por las raíces del árbol, vi que se asomaba al interior del hueco y con un gesto lleno de determinación me dijo:
- Y no te preocupes. Ahora ya sabes que la victoria sólo es cuestión de tiempo.

jueves, 5 de julio de 2007

La sombra y el ángel

Sobre la brillante tierra despertada por la aurora se formó un camino luminoso. Conducía hacia aquel árbol cuyas hojas parecían cirios encendidos por el reflejo del sol, aunque intuí que no era el final del trayecto sino algún tipo de umbral misterioso. Como fuera de mí me puse en marcha caminando despacio, sintiendo que le otorgaba así a cada paso la trascendencia que merecía. Me entraron ganas de llorar y reír y creo que lo estaba haciendo todo al mismo tiempo cuando sentí un escalofriante viento cortante a mi alrededor. No era como el frío aire matutino con el que me había sentido arropado, sino una amenaza expectante que empezaba a cobrar una intensidad opresiva.
Mis piernas comenzaron a pesar y mi pulso se aceleró con fuerza mientras trataba de comprender y de ubicar la fuente de aquel terror repentino. Entonces, sintiendo como si unos dedos fríos acariciaran mi nuca, supe que una terrible presencia se encontraba a mi espalda. Sentía su atención muy fija y todo el peso de su mirada. Intenté girarme con todas mis fuerzas y aunque me sentía casi paralizado pude hacerlo muy lentamente.
Detrás el paisaje había cambiado: estaba muy oscuro, como si hubiera retornado la noche, pero no una noche corriente que sabes que terminará con un nuevo amanecer, sino la noche más oscura que jamás termina. Me di cuenta entonces que mi temor y los negros pensamientos que me asaltaban eran como el eco de una voz que arrastraba aquel viento, sugerencias que hundían mi ánimo y me arrebataban el calor y la vida. Y aquel árbol estaba tan cerca...
El viento me decía que no se llevaría sólo mi vida, sino que me arrebataría mi alma, llevándola al pozo del que había emergido:
- criatura despreciable - sentí que decía su voz en mi interior -, no habrá tierra bajo tus pies ni nada que te sostenga. Caerás, caerás... Nos perteneces.
- No es cierto, ¡no lo es! - quería pensar mientras mis esperanzas flaqueaban al ver como la negrura comenzaba a oscurecer el suelo bajo mis pies.
En medio de aquella nada me pareció intuir la forma de una silueta aún más oscura, pues en ese momento se movió y uno de sus largos brazos se levantó hacia mí mientras extendía lentamente sus dedos. Aunque estaba lejos sentí que rozaba mi cara mientras una risa parecida a un siniestro gorgoteo resonaba a mi alrededor helándome la sangre.
Pero podía sentir el suave calor matutino calentando mi espalda.
- No es cierto - dije con un débil hilo de voz -. Tal vez me mates pero no puedes llevarme contigo.
Y aquella frase me sorprendió a mí mismo.
Era una certeza, ¡era fe! y traía consigo una paz y una fuerza que no pensé que poseyera; la de aquel que ha comprendido que no tiene miedo a la muerte. Por primera vez en mi vida entendí que estaba preparado para ello y al sentir que mis pensamientos y mi voluntad volvían a pertenecerme creo que me permití esbozar una pequeña sonrisa.
Entonces aquella silueta comenzó a acercarse primero con paso lento para después echar a correr, mientras el frío viento se aceleró y rugió con fuerza levantando polvo y piedras a su paso.
Yo sólo pensé que quería brillar, que quería que surgiera de mí la luz, aquello que forma nuestra esencia más profunda y que tantas veces había visto brillar y vibrar en el estanque sagrado de nuestra torre. Me preparé para que fluyera desde mí como si yo fuera un espejo en el que se reflejara aquella aurora perfecta.
Sin embargo, algo más ocurrió, pues escuché el trote y el relincho de un caballo que se aproximaba. Cuando galopó frente a mí vi que tras su paso dejaba un rastro de fuego que formó una barrera entre aquella criatura y yo. Después el luminoso jinete completó un círculo a mi alrededor y ambos quedamos encerrados en el interior de un anillo de fuego. En la confusión del momento me pareció que era una mujer vestida como una princesa oriental, y que un par de azuladas alas se extendían desde su espalda. No podía ver a la criatura pero seguía escuchando sus siniestros gorgoteos y amenazas desde el otro lado del fuego.
Entonces la mujer tensó un arco en el que cargó una flecha mientras entonaba un cántico extraño. La flecha comenzó a brillar con un resplandor dorado y cuando soltó la cuerda surcó el aire y se inflamó como lo había hecho la tierra bajo los cascos de su caballo. Se oyó un impacto más allá del muro de fuego y el gorgoteo se convirtió en un terrible alarido de dolor que terminó cesando tras unos instantes. Cuando el aullido paró también lo hizo el viento y al poco tiempo todo quedó en silencio a excepción del crepitar de aquel fuego sobrenatural.
Aturdido miré a la figura que desmontó ágilmente y caminó despacio hacia mí. Me quedé mirando extasiado y confuso su precioso rostro, sus alas y sus vistosos ropajes. Entonces me di cuenta que sonreía y me pareció percibir aprecio, pero también cierto aire burlón que me resultó familiar. Fue entonces cuando tras varios segundos mirando sus intensos ojos azules perfilados de negro reconocí el rostro de Elyse, tan hermoso como siempre pero con un brillo especial. Totalmente alucinado estiré mi mano para tocarla con el infantil gesto del que quiere comprobar si algo realmente está ahí. Ella miró hacia su hombro mientras la tocaba y mirándome después a mí me dijo con su inconfundible tono socarrón:
- Eh Pola cuidado, que no soy de piedra.
 
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