domingo, 1 de abril de 2007

El templo inconcebible IV. Aprendiendo de mi locura

Después de lo ocurrido durante la noche, decidí permanecer lo más alerta posible. Elyse me pidió que en cuanto estuviéramos cerca de las ruinas, utilizara mis hechizos para tratar de encontrar el clavo. Por mi parte decidí prestar mucha atención al Otro lado para evitar que volvieran a sorprendernos.
La ruta de esa mañana fue menos arriesgada que la jornada anterior, aunque cada ráfaga de viento y cada sombra de una roca parecían observar nuestro paso. Me negué a despedirme mentalmente de nada ni de nadie. Debía estar muy atento y mantenerme lo más sereno posible.
Fue pasado el mediodía cuando Elyse me indicó que ya estábamos cerca. No había necesidad de que lo hiciera. El aire parecía como tensado y una niebla espectral cubría el paisaje. Me concentré con el pequeño espejo y siguiendo el humo de un cigarrillo comencé a adentrar mis sentidos al Otro lado. El paisaje era más oscuro y la niebla formaba decenas de figuras que nos observaban desde ambos lados de la senda que seguíamos. Una quietud vigilante. Pero la presencia más intensa se encontraba en nuestro camino, frente a nosotros, unos veinte metros adelante. Parecía un hombre tibetano con ropajes de la zona, aunque muy alto. Y lo más terrible eran sus ojos. Incluso a esa distancia desvié la mirada por temor a caer fulminado.
Elyse sacó de un bolsillo una pistola que yo ni sabía que tenía. Le apuntó.
Entonces todo ocurrió muy rápido.
Un fogonazo prendió en la mano de Elyse y su pistola se volatilizó mientras ella caía de rodillas entre alaridos de sorpresa y dolor. La criatura apareció junto a mí y en un instante, antes de que pudiera ni gritar, me levantó del suelo agarrándome de la ropa, llevándome en volandas hasta la cima de un risco cercano.
Y vi sus ojos.
Tras ellos moraba una furia y un fuego apenas contenido que amenazaba con escapar pulverizándome a su paso. Desvié la mirada aterrado cuando nos posamos sobre la roca. Al bajar la vista hacia el suelo vi las ruinas del templo a quince metros bajo mis pies y junto a ellas un paisaje espantoso. Se abría el suelo para mostrar una sima en cuyo interior asomaba un laberinto cuyas paredes parecían formadas de fuego o de roca incandescente. Si me soltaba caería directamente en su interior.
Entonces comenzó a hablar en un idioma que no pude identificar pero que entendí perfectamente:
- Escucha mago. Este lugar ya no os pertenece. Hemos vuelto. Somos las fuerzas contenidas en la Voluntad y estos son nuestros dominios. Si tú o los tuyos volvéis, me llevaré tu alma y la de ella. Y nadie quedará con vida.
Pensé:
-Pola, estás ante un volcán, un terremoto. Es un espíritu de la naturaleza, terrible, pero una fuerza que tiene su papel y está en su terreno. Sé el mosquito taoista que debes ser. Comprende y retírate. Mataros es lo menos cruel que puede haceros. Entiéndelo, es una fuerza del caos de este lugar que durante un tiempo estuvo sometida por el poder del clavo y que no desea volver a estarlo. Comprensible. Dile que sí y lárgate. El clavo ya no debe estar aquí.-
Sin volver a mirarle a los ojos le dije que sí y me dejó sobre el suelo, para después saltar al interior del laberinto, cerrándose la tierra sobre él tras su paso.
Todo quedó en absoluto silencio.
Aun no sé cómo bajé tan rápido, pero en un instante me encontraba junto a Elyse que había hundido su mano herida en la nieve. Parecía absolutamente aturdida.
- Nos vamos.- Le dije.
- Ni hablar tío, tenemos que encontrar el clavo.
- Calla, confía en mí. Vámonos.
Pensé que me iba a golpear con su mano sana, pero comprendió que mi gesto era el de quien conoce un secreto y se hace el interesante para desvelarlo más tarde. Es una experta, ya que se pasó haciéndomelo a mí durante todo el viaje de llegada hasta aquí. Ahora pensaba "vengarme" en la vuelta. Le dije que no iba hablar de esto hasta que no estuviéramos volando lejos de aquí.
Nos pusimos en marcha sin parar de mirar atrás hasta que volvimos a la caverna. Ahora estábamos casi seguros de que no vendrían a hacernos daño. Lo habrían hecho ya.
Esta vez si que recuerdo que nos turnamos para dormir, pero yo no lo conseguí. Si cerraba los ojos veía los de aquella criatura y sentía que perdía la razón. En un intento de aferrarme a algo familiar, pensé que si iba a volverme loco quería al menos conservar cierto sentido de la realidad a la manera de Egon, un curioso personaje de París que se hace llamar El Maestro del Caos. Oí entonces la voz de Egon en mi cabeza:
- Venga pequeño aprendiz, ¿por qué crees que no te ha matado?
- No lo sé - le dije.
- Pero piensa hombre. Reparos morales no parecía que tuviera.
- Entonces es que no le interesaba hacerlo. Tal vez espere que le conduzcamos hasta el clavo.
- ¿Y para qué crees que lo querría?
- Bueno, no sé, supongo que le interesa no volver a verlo por aquí. Parecía temerlo.
- Sigue que vas bien. Pero, ¿por qué no te ha matado? ¿Por qué ha preferido pactar la paz contigo?
- ¿Por miedo entonces?, ¿miedo de que si nos mataba los demás vinieran aquí a someterlos de nuevo?... ¡Mierda!, ¡Claro!
- ¡Hombre!, ¿por fin una conclusión?
- Sé dónde está el clavo. Dónde ha estado todo este tiempo. Ése es su increíble poder. No sólo recolectar quintaesencia de la tierra, sino someter al propio caos y crear el mundo a partir de él. ¡El cable!
- Bueno chico, y pasando a cosas más interesantes, ¿qué me dices de esa especie de Indiana Jones con tetas?, ¿te gusta?
- Hombre, pues está muy bien.
- ¡Qué idiota! No sabes lo que quieres.
- ¡Sí que lo sé!
- ¿Pola?- escuché a Elyse mientras me zarandeaba- creo que estas delirando, ¿estás bien?
- Se me está yendo la cabeza - contesté - pero todo está bien. ¡Tenemos que salir de aquí con vida!
- Tienes los ojos demasiado abiertos tío. Respira anda, respira.

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