jueves, 28 de junio de 2007

Incandescente lago Tana

La noche anterior a mi partida hacia Etiopía estuve despidiéndome de Olympia. Ella siempre alienta mis búsquedas, tanto con sus palabras como con su mera compañía, perfecto ejemplo de una forma de presencia en el mundo que puede ser alcanzada. De madrugada, cuando tuve que levantarme para ir al aeropuerto no la desperté, pero le dejé sobre la mesita una nota con mis intenciones. Ella las conocía a la perfección pero quise que llevara ese papel consigo cuando se marchara al cabo de unos días a Grecia a pasar la navidad con su familia. Más o menos decía así:
"Marcho en busca de Hurqalya, el mundo de las ciudades de esmeralda.
Decir dónde no tiene sentido porque allí el dónde reside en el alma.
Es el Oriente donde encontraré mi Guía de luz, mi Naturaleza Perfecta.
Ante nuestra presencia mutua experimentaré la eternidad
y mi ángel me dirá: yo soy tu daena."
La besé con cuidado y me marché.

No había vuelto a hablar con el profesor Mengistu pero una ayudante suya, una chica llamada Mariam, me explicó por teléfono que debido a unas investigaciones de campo el profesor no podría atenderme hasta el veintidós, día en que podríamos vernos en su despacho de la universidad. Me gustó la idea de tener un par de días para vagar por mi cuenta. Quería visitar el lago Tana, la fuente del Nilo azul al que confluyen más de cincuenta cursos de agua y donde se encuentran las cataratas de Tis Issat, con una caída de más de cuarenta y cinco metros y una anchura de cuatrocientos en la época de lluvias. En el lago hay decenas de islas con antiguos monasterios y tumbas de emperadores. Era un paisaje que imaginaba increíble a mil ochocientos metros sobre el nivel del mar, con una flora y una fauna diferente a todo cuanto había visto y pescadores que navegan en sus tankwas, embarcaciones hechas de papiro trenzado según una tradición de siglos.
En lugar de instalarme en la ciudad de Gondar cogí un autobús hasta Bahir Dar, la capital de la región que se encuentra en la orilla sur del lago Tana. Desde allí preparé mi visita al lago. Pensé que tendría tiempo más adelante de visitar Gondar, llamada la Camelot de África debido a los castillos que los portugueses construyeron allí en la ciudadela de Fasil Ghebi durante el siglo XVII.
Tal como imaginaba el paisaje del lago me resultó sobrecogedor. Está impregnado con un aura de verdadera antigüedad y sacralidad, un lugar arcaico que te transporta al hogar de tus antepasados más lejanos. Algo en África te hace sentir que has vuelto a casa, que te encuentras en un mundo antiguo y formidable en el que el tiempo no transcurre de igual manera, o más bien en un lugar que permite que comprendas que el tiempo no transcurre en absoluto.
Esta sensación se fue depositando en mí conforme el sol iba cruzando el cielo. Era el sol del solsticio, aquí mucho más brillante y formando un arco más alto que en París. Este es el momento frágil del ciclo, el día más corto que ha preocupado desde siempre a tantas culturas diferentes. Algunos prendían hogueras para darle fuerzas al sol, otros entendían que era un momento análogo al inicio de la creación y durante los días siguientes realizaban los ritos con los que otorgar realidad a los doce meses por venir, colaborando con los dioses para evitar el triunfo de la oscuridad y del caos. Por esto mismo es el momento que marca el día del nacimiento de Mitra o de Jesucristo, avatares de la divina luz.
Allí en el lago, esa luz se descomponía en el arco iris al atravesar las pequeñas gotas que llenaban el aire por efecto de la caída en las cataratas y componía un símbolo en suspensión del origen común de toda manifestación.


Pasé todo el día en torno al lago Tana. Tuve ocasión de "charlar" con un pescador (él en amárico y yo en checo), mientras compartíamos agua y comida y nos fumamos un cigarro bajo la sombra de un árbol. Había multitud de especies de pájaros que no supe identificar y otras que sí, como bandadas y bandadas de pelícanos. Y creo que unas mujeres me alertaron para que llevara cuidado con los hipopótamos, aunque no llegué a ver ninguno.
Cuando el sol descendió sobre el lago se incendiaron tanto el agua como las verdes islas, tiñéndose de un dorado intenso. Poco a poco se fueron convirtiendo en oscuras siluetas que parecían los lomos de gigantescos dragones. Cuando empezaron a distinguirse las primeras estrellas supe que quería pasar allí toda la noche y contemplar el cielo girar sobre su eje tal como había estado siguiendo el camino diurno del sol.

Y allí me quedé, contemplando la danza del cielo en torno a la estrella Polar. Entonces fui comprendiendo que las sensaciones acumuladas de todo el día se concretaban en una especie de certeza: aquel amanecer sería diferente a todos los que hubiera visto hasta ahora; un sol nuevo, renacido sobre una tierra sagrada, emergería del agua terrestre y celeste, pues es el espejo en el que el cielo se contempla, nuevo, eterno y lleno de señales.
Esta sensación fue creciendo y creciendo en mi interior hasta que con los primeros rayos del sol todo cambió y se volvió incandescente; el cielo, el horizonte, el agua, la tierra, mi alma. Sentí como si hubiera estado dormido y Ella hubiera velado mi sueño como una madre atenta. Al abrir los ojos comprendí que lo que contemplaba en aquel paisaje glorioso era su rostro, y el Ángel de la Tierra me sonrió alegre al ver que había despertado. Acarició mi pelo con sus dedos de viento fresco y susurrándome al oído me mostró un sendero que parecía conducir hasta un árbol lejano. No sé si Ella o mis propias piernas me levantaron del suelo y me pusieron en camino.
Pero aquel amanecer ante aquel mundo transfigurado no me encontraba solo.


jueves, 21 de junio de 2007

La fascinante Etiopía del profesor Mengistu

Cuando comencé a profundizar en el simbolismo de las leyendas del Grial y del reino del Preste Juan me encontré con algunos estudios publicados por un profesor de la universidad de Gondar, ciudad del noroeste de Etiopía. Era el profesor Bogale Mengistu, historiador y antropólogo, especialmente interesado en todo lo concerniente a las peculiaridades y las leyendas de su país, dicho sea de paso, el único de todo el continente africano que nunca ha sido colonizado. Sabía que había oído ese nombre alguna vez y tras unas averiguaciones recordé quién lo había nombrado: aquel que fue mi maestro y amigo en Praga, Roman Korenek. Si había habido alguien en mi vida que siempre tuvo una visión profunda del mundo y era sensible a los mensajes que le pudieran ser revelados, ése había sido Roman. Desde que le conocí mi objetivo había sido parecerme a él. Recordé que no sólo había seguido los estudios del profesor Mengistu, sino que incluso habían llegado a encontrarse en alguna ocasión.

En sus publicaciones, además de sus estudios sobre las leyendas y la búsqueda del Preste Juan en Etiopía, el profesor se había centrado en las peculiaridades de la riqueza religiosa de su país.
El cristianismo en Etiopía sigue el credo monofisista, según el cual Cristo no era hombre y Dios, dos naturalezas en una única persona sin confusión, sino que ambas naturalezas se encontraban confundidas de modo que la humana quedaba absorbida en la divina. Este credo fue condenado por el concilio de Calcedonia en el año 451 como herejía.
Además sus costumbres y ritos han quedado muy impregnados por las antiguas costumbres hebreas, valga como ejemplo el hecho de que en las iglesias etíopes se guarda una réplica del Arca de la Alianza a la que sólo tienen acceso los monjes. En relación al Arca, según las leyendas del país, se cuenta que Menelik I, hijo de la reina de Saba y del rey Salomón y mítico fundador del imperio etíope, había robado el Arca del templo de su padre en Jerusalem y la había llevado hasta su país. Allí había permanecido primero en una de las islas del lago Tana, fuente del Nilo azul, concretamente en la isla de Tana Kirkos, antiguamente llamada Debra Sehel, que significa monte del perdón. Permaneció allí hasta que en el siglo IV el rey Ezana fue convertido al cristianismo por el monje sirio Frumencio y llevó el Arca hasta su capital Aksum, donde según las creencias de la zona, continua custodiada en una iglesia.
Todavía en la actualidad existe una antigua comunidad judía en Etiopía; son los falashas, muchos de los cuales han emigrado a Israel.
También estudió Mengistu a otro grupo religioso aún más curioso que los falashas; era los qemant, quienes al parecer siguen un culto hebreo pagano. Sus creencias religiosas incluyen el culto al aire libre en arboledas plantadas por los fundadores en los lugares apropiados que les fueron revelados en sueños. Explicaba que según sus leyendas, el culto había sido traído por su fundador desde Canaán y que veneraban a un único Dios omnipresente, aunque asistido por sus ángeles. Comparten muchas costumbres de restricción alimentaria y el descanso del Sabat con los falashas. Mengistu había documentado los ritos que aún practicaban y había visitado un lugar en el que los qemant conservan uno de sus árboles sagrados, llamados qole, que según ellos alberga un poderoso espíritu. Era una antigua acacia cuyas ramas estaban engalanadas con tiras trenzadas de telas de colores.
La idea que impregnaba los textos de Mengistu era la búsqueda de puntos comunes y universales en todas las creencias que estudiaba y compartía la idea del metafísico francés René Guénon, a quien citaba en sus trabajos a menudo, de que existe una sabiduría primordial que corre como un río subterráneo por creencias de todo el mundo y que aunque se encuentre velada, está salvaguardada en su forma original por unos pocos en estos tiempos de pérdida del sentido de lo sagrado. En este sentido analizaba René Guénon las leyendas del Grial y del reino del Preste Juan. Hablarían en forma simbólica de la pérdida del sentido de la eternidad por parte del ser humano.
Explica en su libro el rey del mundo, que en la versión del Parzifal de Eschembach, el Grial es una copa tallada a partir de una esmeralda desprendida de la frente de Lucifer en el instante de su caída. Según otras leyendas se afirmaba que el Grial había sido entregado a Adán pero que no pudo llevarlo consigo cuando fue expulsado del paraíso. Así, desde el momento de su expulsión, el ser humano pasa a estar confinado en la esfera de la temporalidad, en la circunferencia, habiendo perdido el centro, "incapaz de alcanzar el punto desde le cual observar todas las cosas bajo su aspecto eterno." Este es el estado primordial que el Grial puede restaurar y que según Guénon es el primer estadío de la verdadera iniciación. Según la tradición, Seth hijo de Adán, consiguió entrar al paraíso y llevarse el Grial. Así él y quienes lo custodiaron después de él, establecieron un centro espiritual en la tierra destinado a reemplazar el paraíso perdido. Explica que "la posesión del Grial representa la conservación íntegra de la tradición primordial."

Tras leer todo lo que pude conseguir sobre el profesor Mengistu decidí ponerme en contacto con él y llamé a la universidad de Gondar. Me atendió muy amablemente. Cuando le expliqué que había "estudiado" con Roman y el interés que tenía en sus trabajos, su tono cambió. Más pausadamente me explicó que estaría encantado de hablar conmigo, aunque el teléfono no era el modo más apropiado. Me dijo que si estaba realmente interesado viajara a Etiopía donde podríamos hablar con tranquilidad, y con un tono más misterioso comentó:
- qué fascinante que te pongas en contacto conmigo precisamente ahora.
Conseguí un vuelo hacia Addis Abeba para el diecinueve de diciembre. En cuanto al profesor Mengistu, jamás llegué a verlo.

jueves, 14 de junio de 2007

La búsqueda

"no hay camino material que conduzca hasta él
y no pueden recorrerlo los que él mismo no guíe"
Parsifal,
de Richard Wagner.

La esencia de la búsqueda que quiero emprender, que he emprendido, siempre ha estado representada por símbolos que expresan su trascendencia, su totalidad, que sólo pueden ser alcanzados tras un arduo camino. Este camino requiere una trasformación de nuestra forma de comprensión, que se orienta en busca del significado profundo, del sentido oculto del mundo. Esta búsqueda en palabras de Henry Corbin "expresa una experiencia humana fundamental, que es de una fecundidad inagotable. Dondequiera que es vivida el mismo síntoma aparece, anunciando el sentimiento de una trascendencia que prevalece contra toda coerción y colectivización de la persona." Es pues una búsqueda universal e intemporal.
¿Y qué es lo buscado? Esto es lo más difícil de expresar y por eso mismo se han empleado para ello tantos símbolos. De nuevo en palabras de Corbin: "tal vez el medio más directo de situar este universo consista en constatar el vacío que deja su ausencia."
Es el vacío del paraíso perdido y el anhelo del retorno, la reunificación, alcanzar el centro y la propia totalidad. Encontrar el Grial y no sólo verlo, sino comprenderlo.
En los relatos medievales de la búsqueda del Grial el caballero encuentra al rey pescador y es testigo del mal que aqueja al monarca y a su reino. Sólo es capaz de triunfar en su cometido si tras comprender la tragedia que supone la decadencia y después de que le sea mostrado el Grial, plantea el problema de la restauración. Aquel que ve el Grial y (se) hace la pregunta, es aquel que no quiere ser un simple testigo de la decadencia, sino que está dispuesto a comprender y a trasformar el mundo a la luz de su nueva comprensión. El reino del rey pescador es un símbolo del mundo que debe ser restaurado y el Grial es aquello que otorga todas las riquezas y dones y devuelve la vitalidad: "es por la virtud de esta piedra que el fénix se consume y se convierte en cenizas; de ellas renace la vida" dice sobre el Grial en el Parzifal de Wolfram von Eschembach.
Recuperar el sentido de la unidad y de la eternidad mediante la restauración del estado original es la vuelta al centro.
Como explica Juan Eduardo Cirlot en su diccionario de símbolos: "el paso de la circunferencia a su centro equivale al paso de lo exterior a lo interior, de la forma a la contemplación, de la multiplicidad a la unidad, del espacio a lo inespacial y del tiempo a lo intemporal."
Por algo en el centro del paraíso está el Árbol de la Vida, inaccesible para el ser humano "caído", aquel que ha perdido el sentido de la eternidad.

En la Europa medieval se creía en la existencia de un reino cristiano maravilloso, una especie de paraíso en el que crecía el Árbol de la Vida y en el que se encontraba la Fuente de la Eterna Juventud entre otras maravillas. Se lo situaba en muchos lugares, entre otros la India o Etiopía. Era el reino del Preste Juan, que los autores de historias del Grial llegaron a incorporar a sus relatos dada su gran popularidad. Es nombrado tanto en el Parzifal de Eschembach como en
el jóven Titurel de Albrecht von Scharfenberg, donde es el propio Parzifal quien asume la función del Preste Juan llevando el Grial hasta su reino. Surgió así este lugar como símbolo del paraíso perdido y se realizaron esfuerzos reales por encontrarlo, como los de Joao II, rey de Portugal, quien envió a algunos exploradores en su busca. Uno de ellos fue Joao Alfonso de Aveiro, también conocido como Alfonso de Paiva, quien según los libros de historia, murió en Egipto en 1490 a la edad de treinta años después de haber fracaso en su intento de encontrar al Preste en Etiopía.
Sobre Joao prometo que en otro momento me extenderé más. Por ahora valga con comentar que cuando le conocí y le pregunté por qué marchó en busca del reino del Preste me contestó:

- No es la búsqueda de un reino en el que esconderse, sino que aquel que lo encuentre sabrá traer ese reino hasta éste.

Más tarde fui yo quien se marchó a Etiopía.


sábado, 9 de junio de 2007

El inmóvil señor del movimiento

Estuve meditando sobre el consejo de Karel para tratar de vincularme a la estrella Polar. Sería un medio de orientarme hacia ella, preludio del día en que tal vez fuera capaz de escalar el monte que me llevará hasta allí. Pero mi magia no funciona mediante talismanes, sino mediante la observación de las cosas que a veces te revelan sus secretos escondidos tras cada voluta, cada onda, cada evento que parece y es fortuito pero que está conectado al resto del cosmos y por tanto lo delata. No debía ser diferente con las estrellas que forman infinitos dibujos en el cielo sobre el cual los antiguos leyeron tantos mensajes. Quería ser capaz de compartir un poco de su sabiduría, la de aquellos que reciben directamente la influencia de la actividad en el cielo.
¿Podría yo escuchar sus mensajes? Quería que la propia estrella me indicara el secreto de la orientación, el paso de la circunferencia al centro, el punto que ordena el movimiento sin participar de él.
En la tradición sufí se habla de la orientación respecto al cielo del alma como el ascenso de lo semejante a lo semejante a través de todo el cosmos, el retorno de la luz a la luz, pues es el hombre una partícula de la luz divina. Las partículas encerradas en el hombre sufren la atracción por sus semejantes en el cielo, un magnetismo que es nostalgia y anhelo por el hogar de la totalidad; son las piedras preciosas que aspiran al mundo original del que fueron extraídas.
Está pues en ti la materia del talismán que resuena con la roca esmeralda del polo, aquello que ya participa de las energías de la estrella a la que pertenece. No es necesaria otra piedra preciosa sino la que anhela desde el interior contemplarse y completarse en el cielo, hogar original en el oriente luminoso.

Aquella noche viajé a kilómetros de París. Busqué un lugar oscuro donde escuchar al cielo nocturno y me tendí en la tierra bañado en su luz. Lo primero que me asaltó fue la emoción de su profundidad, de su infinita riqueza que tantos tendemos a olvidar por el velo en que La luz de las ciudades se ha convertido. Recuperé el sentimiento que se tiene en otros lugares y se tuvo en otras épocas donde la salida del sol, la luna y las estrellas era el acontecimiento cósmico ante el que maravillarse cada día. La oscuridad llena de luz era todo a mi alrededor y pronto me sentí como flotando en ella, compartiendo el movimiento ordenado por aquel punto magnético. Concentrándome en la clave de la bóveda, sentí cómo atraía al pequeño vástago, la pequeña esquirla que le pertenece y que ahora mora en mi pecho. Sentí que descendía sobre mí su asentimiento, su "sí, en realidad conoces el camino pues esta es tu casa" y el mensaje que me traía su luz, como la carta que llega al príncipe parto en el canto de la perla me decía:

"Danza conmigo. Soy el inmóvil señor del movimiento. Conoce la armonía no manifiesta de las conexiones ocultas y conviértete en un hombre verdadero."

martes, 5 de junio de 2007

Trazando el camino a Hurqalya. La estrella Polar

¿Cuál era pues el camino que debía seguirse para llegar a la tierra del Alma? Leer todo lo posible sobre el tema ocupó mis siguientes semanas. En la biblioteca de la torre tuve la fortuna de coincidir con Karel en algunas de sus horas de estudio, una compañía de lo más inspiradora y apacible. También muy estimable cuando te encuentras con algunos textos en latín o con simbolismo de lo más hermético.
En los relatos de los peregrinos místicos que leí se hacía referencia a la marcha en cierto sentido hacia el que debía uno orientarse para encontrar el camino. Esta dirección es el Oriente-origen del alma, que no se encuentra al este geográfico, sino que es un símbolo de otro símbolo, el de la ascensión hacia el polo cósmico, aquel en el que se encuentra Hurqalya, el umbral del más allá. ¿Cómo llega el peregrino al polo u oriente cósmico? Los diferentes relatos que narran sus experiencias utilizan la temática de aquel que habiendo abandonado su tierra de origen y encontrándose en el exilio, debe emprender el camino de vuelta para encontrarse con su Yo celestial, su ángel o Guía y reencontrar así su totalidad.
Leí por ejemplo el precioso Canto de la perla, que pertenece a los evangelios apócrifos de Los hechos de Tomás (siglo III). Allí un príncipe abandona su morada luminosa en Oriente cuando sus padres lo envían a occidente con la misión de traer la perla que guarda un dragón en Egipto. Habiéndose extraviado en su camino, pues llega a olvidar quién era y cuál era su cometido, mensajeros del reino de su padre le hacen llegar una carta que le revela cuál es su identidad. Al partir de regreso vuelve a vestir el traje de luz que poseía cuando vivía en Oriente, imagen en este relato de su Yo celestial. Explica su encuentro diciendo:

"Como si fuera un espejo, vi de repente el vestido sobre mí,
Lo vi enteramente sobre mí, me vi y me reconocí a través suyo;
Habíamos estado separados, de nuevo éramos lo mismo."

En otro texto llamado Relato del exilio occidental, el místico iraní Sohravardi (s. XII) narra la vuelta al polo origen, el norte cósmico, el centro donde se encuentra la tierra mística de Hurqalya. Se encuentra en la superficie convexa de la última esfera, aquella que envuelve todo el universo sensible y está por tanto más allá de éste. Debe pues ascender por la montaña cósmica que recibe tantos nombres. Y la clave de esta bóveda celeste, el polo, está constituido por la Roca de esmeralda que ilumina toda la montaña. Allí está el umbral donde se encuentran las ciudades de esmeralda iluminadas por su propio resplandor interior. Allí lo corporal deviene espíritu y lo espiritual toma cuerpo. Se produce el encuentro del peregrino y su Guía, en la cima de la montaña cósmica, el lugar intermedio entre el mundo físico y aquel de puras luces espirituales.
En el Avesta, el texto religioso del zoroastrismo, se dice que es en la cima de la montaña cósmica, en la estrella Polar, donde está la morada del ángel Sraosha, nada menos que el ángel de la iniciación.
Cuando el peregrino se aproxima a la cima resplandece el sol de medianoche, imagen de la luz interior que se levanta en el cielo del alma. Esta es la luz que puede guiarle en semejante viaje, muy diferente a la luz ordinaria del día que es aquella de las evidencias que aprendemos en la vida como única realidad. Así el sol de medianoche es el portador de la luz en la noche mística en que se produce la reintegración del ser humano.
Debido al simbolismo que en estos relatos posee el centro cósmico, se percibe la estrella Polar como imagen de esta experiencia del centro primordial. La estrellas de la constelación de la Osa menor que la rodean participan de su esplendor, dotadas de gran simbolismo a su vez. Son designadas como los siete abdal, personajes misteriosos que constituyen los ojos por los que el más allá mira este mundo. No es extraño en absoluto que sea la estrella Polar un símbolo del centro cósmico, siendo el centro alrededor del cual gira la bóveda celeste en el mundo físico.
Charlando con Karel en un descanso de nuestras respectivas lecturas, le comenté que yo mismo había meditado sobre la estrella Polar. Fue cuando comprendí que era capaz de percibir otros tiempos desde nuestra torre y que esto se debía a que por su rito de construcción había sido erigida como un templo del centro del mundo. Al comprender esto pensé que si encontraba alguna forma de llevar el centro conmigo sería capaz de realizar esa magia desde cualquier lugar en el que me encontrara. Me había imaginado entonces teniendo una atalaya en la estrella Polar, en el centro del cielo desde el cual poder contemplarlo todo. Karel me explicó que las propiedades de los astros pueden ser captadas si se elaboran los talismanes adecuados, y que tal vez se pudieran vincular las energías de la estrella a algo que yo pudiera manejar.
- ¿Y a uno mismo?- dije - ¿Puedo vincularme yo mismo con la estrella Polar?
- Es posible - comentó - Deberías generar un fuerte lazo con ella, para que existiera correspondencia entre vosotros y resonarais - se calló un momento pensativo - Aunque de algún modo ya lo haces... Es un buen comienzo.
- ¿A qué te refieres? - pregunté intrigado
- ¡A tu nombre Pola! - contestó riendo.
 
Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.