domingo, 29 de abril de 2007

La Fuente

- Mientras tú estés conmigo estaré seguro de que no me disolveré por completo y todos me olvidarán - dije mirando a Olympia a sus profundos ojos.
Me despedía de ella tras acompañarla como muchas otras mañanas hasta la puerta de la universidad. Mientras sonreía me acarició la cara e hizo un gesto con la mano como sacando el corazón de su pecho para guardarlo en el mío:
- sujétate a esta roca amor mío - y me dio un profundo y cálido beso.
Después se alejó con su caminar ligero y la contemplé maravillado hasta que desapareció tras una esquina.
Decidí pasear durante el resto de la mañana y experimentar esa calmada extrañeza que me acompaña desde que volvimos de Creta: la sensación de estar anclado con más fuerza al mundo pero como disuelto en él, fundido.
Caminaba entre la gente sintiéndome lejano y sin embargo conectado, como si los conociera profundamente. De alguna manera me reconozco en cada uno de ellos, pequeñas fuentes de la corriente subterránea.
Entré en una bonita cafetería inundada con una luz muy apacible. Imaginé cual era la silla que me correspondía en una especie de intuición. Me senté y al mirar alrededor vi que tenía la mejor perspectiva para contemplar todo el local y a la vez no me reflejaba directamente en ninguno de sus espejos. Eso me hizo sentir más invisible, casi como un fantasma, y fantaseaba con que si alguien intentaba hacerme una foto no podría captar mi imagen. La atención de la camarera y el café que me sirvió me demostraba que esto no era literalmente así, pero no por ello la sensación era menos real.
Cuando fui a beber mi café observé como las espirales de su espuma giraban en torno a un punto en calma; era como mirar el cielo girando alrededor de la estrella Polar, ese centro más allá del discurrir del tiempo.
Más tarde creí que sería interesante pasear hasta Notre Dame y me senté en su plaza contemplando la fachada mientras encendía un cigarrillo. Seguí distraído el humo con la mirada y sus volutas viajaron hasta una pareja que estaba sentada a pocos metros de mí. La mujer explicaba algo a su compañero mientras consultaba un libro.
- ¿Sabes? - comentó -, antiguamente habían casas en esta plaza y hasta 1748 también una fuente monumental. Tenía una estatua alta y estrecha muy desgastada por el tiempo que sostenía un libro en una mano y una serpiente en la otra. La gente del pueblo la llamaba Monsieur Legris, Gran Ayunador o Ayunador de Notre Dame. También Matre Pierre, queriendo decir piedra maestra. En la fuente había una inscripción en latín que decía:

"Tú que tienes sed ven aquí; si por azar faltan las ondas, ha dispuesto la Diosa las aguas eternas".

Sonreí fascinado al entender el sentido de esa frase, al escucharla justo ahora. Me imaginé levantándome y caminando entre callejones estrechos, flanqueados por los pintorescos edificios que debían haberse alzado aquí, hasta salir a una pequeña plaza donde estaría la fuente. Miraría entonces a Monsieur Legris a los ojos y le diría "desde luego que estoy sediento" y bebería y bebería hasta saciarme.
Lamenté entonces que ya no existiera, que el afán racionalizador de abrir los espacios hubiera destruido algo tan bello. Pero recordé que no puede ser destruida.
Aunque no podamos contemplar esa fuente, ahora sé que existe y siempre existirá La Fuente.

viernes, 27 de abril de 2007

La Señora del Laberinto V. Las aguas eternas


En aquella caverna espectral nos detuvimos sin soltarnos. Un rumor de agua se oía más allá de una abertura inmensa, un umbral imponente que daba paso desde esta primera caverna hasta otra cuyos límites no se divisaban. Nos detuvimos frente a ese umbral y aunque parecía que estábamos solos en aquella inmensidad, sabíamos que de algún modo nos acompañaban multitud de presencias que no podíamos ver. Allí la luz era aún más mortecina y el único sonido era el del fluir del agua.
Frente a nosotros corría un río subterráneo como de densa y brillante agua, tal vez mercurio. Vi como se reflejaba en los preciosos ojos de mil azules distintos de Elyse que ahora se me antojaba parecida a un djinn del viento, y en los de verde vegetación otoñal de Gabrielle que parecía un espíritu del bosque, con el aire de un árbol milenario. Se reconocían en él como aquel que se observa relajadamente en un espejo. Me parecieron entonces pequeñas fuentes a través de las cuales la corriente subterránea mana en la superficie del mundo, y me di cuenta que esa era también mi naturaleza. Somos las fuentes individuales que brotan de la corriente común, y por lo tanto sólo vagamente somos individuos, tanto como lo son las ramas de un árbol. Pero a través de nuestros ojos las aguas mercuriales se observaban a sí mismas, reconociéndose, haciéndose conscientes y dada la familiaridad que sentía en ese lugar sabía que podría descender hasta él desde mí mismo, por una escalera interior cuya entrada comenzaba a vislumbrar.
Fue entonces cuando comenzamos a sentir una poderosa presencia que nos observaba desde todas partes. Su voz no se oyó, pero me pareció que formaba ondas en las aguas eternas. Entendí que me ofrecía la posibilidad de permanecer allí y aprender la Verdad sobre las cosas del mundo. Los tres sentimos a la Señora absolutamente cercana y a la vez como si percibiéramos que se dirigía caminando hacia nosotros. Sus lentas pisadas hacían vibrar todo aquel lugar, perturbando el discurrir de las aguas. Y las ondas que producían sus pasos escondían verdades sin fin. Allí podría aprender a leerlas y el mundo no tendría secretos para mí.
Pero sentí algo difícil de explicar, pues en la calma de aquel lugar y la paz de mi espíritu una inquietud se abría paso. Pensé que si dudaba la diosa caminaría hasta llegar a mí y ya no sería capaz de retornar cuando me mirara a los ojos. Supe que no era capaz de enfrentarme a aquel conocimiento y volver victorioso. Aún no. Comprendí que no poseía la plenitud, pues anhelaba volver a la superficie donde estaba Olympia; mi daena, mi Sofía.
Supe, como si fuera yo mismo quien lo pensaba, que Gabrielle y Elyse también rechazaban la oferta, y al mismo tiempo dejamos sobre la roca a nuestros pies las ofrendas de miel que habíamos traído.
Volvimos a cogernos de las manos y giré sobre mí mismo para tomar el camino de vuelta que de nuevo se abría bajo mis pies. Y así caminamos y caminamos juntos hasta que la luz volvió a manar de la fuente del sol que ya se estaba poniendo, y pudimos divisar de nuevo el cielo desde el patio del palacio.

Habíamos vuelto. Me giré, vi a las dos sonreír y nos abrazamos. Entonces nos dimos cuenta que no habíamos salido cogidos de las manos, sino asidos a una cuerda brillante. Las primeras palabras que brotaron de mi boca al ver aquello fueron: - ¡Lo sabía! - al comprobar que lo que portábamos era un trozo de unos tres metros de largo igual al cable de nuestra torre. Aquí estaba el origen de ese increíble artefacto, de ese pequeño avatar con el que podríamos consagrar otro lugar (al igual que nuestra torre), cuando fuéramos lo suficientemente sabios como para decidir dónde y cuándo hacerlo.
Elyse preguntó mientras lo acercaba a sus ojos para observarlo mejor:
- ¿Qué es exactamente esta cosa?
Yo le contesté:
- Esta "cosa" simplemente ES.
Ella se rió de mí con una carcajada:
- ya tío - me miró ahora con su pícara mirada de costumbre -, ya veo de qué vas, flipado-. Sin duda mi Elyse de siempre.
Pero en Gabrielle había algo diferente. Sus ojos eran brillantes, dulces y expresivos como los de una niña alegre. Había desaparecido esa mirada antinatural que producía una terrible inquietud. Cuando yo la conocí, acababa de volver de un lugar terrible que había marcado su vida y comprometido el destino de su espíritu a través de una maldición, pero parecía que el camino que decidí tomar la había liberado finalmente. Me quedé contemplándola plácidamente, viendo como miraba el cable, como respiraba profundamente. Sonreí porque me pareció que todavía no se había dado cuenta y quería observar su reacción cuando lo hiciera. Entonces me miró a los ojos y también sonrió. Había comprendido. Se acercó a mí y me dio un abrazo que me levantó del suelo.
Cuando me soltó fue el momento en que volví a reparar en la caracola que llevaba en la mano. Para mi sorpresa noté que ya no estaba hueca, sino que el animal se encontraba escondido en su interior. ¡Estaba viva!
Se la mostré a las chicas y les pregunté divertido:
- ¿Esto puede considerarse haberla hilvanado?

La Señora del laberinto IV. La danza de la espiral


Antes de que saliera el sol los tres nos habíamos colado a hurtadillas en el recinto de las ruinas de Cnosos. Atravesamos su incitante puerta de los leones y penetramos en el palacio en silencio absoluto. Seguíamos un pequeño plano que había conseguido Elyse con la intención de contemplar la sala del trono y después salir al patio, centro de la construcción, lugar donde se nos antojaba más probable poder encontrar la representación del laberinto que Dédalo construyó para que Ariadna danzara.
Algunas partes del palacio han sido reconstruidas y los frescos restaurados: pudimos ver jóvenes saltando por encima de un toro, delfines nadando, y en la sala del trono de Minos, unos grifos vigilantes sobre un fondo granate oscuro. Una vez alcanzamos dicha sala llegó el momento de mirar al Otro lado y ver si en él se conservaba aún la maravilla que habíamos venido a buscar, pero en aquel lugar no fue necesario utilizar ningún artificio; todo se hizo más real e intenso y los grifos ya no eran inertes figuras sobre el muro, sino criaturas esbeltas que caminaban hacia nosotros. Tenían brillantes plumas doradas en la cabeza y ojos penetrantes de esmeralda intenso. Sentí que no había posibilidad de esconder nada a sus atentas miradas y por suerte para nosotros no teníamos nada que esconder. Huir no habría tenido sentido; como guardianes que son necesitábamos su permiso y permanecimos quietos mientras nos rodeaban y sentíamos su inquisitivo aliento resoplar en nuestra nuca. Entonces salieron lentamente de la sala y les seguimos hasta el patio. Y allí sobre el suelo, brillante bajo los primeros rayos del sol, se encontraba un gran laberinto formado por baldosas de piedra de diferentes colores. Sorprendidos vimos como éstas no dibujaban un camino estático, sino que sus meandros reptaban y cambiaban ante nuestros ojos como si se tratara de un ser vivo.
Los grifos se postraron a ambos lados del umbral de salida y nosotros avanzamos bajando unos escalones hasta quedar enfrente de la entrada de la espiral.
Decidido me volví hacia Gabrielle y Elyse y les recordé todo lo que le había dicho a Angelo que esperaba encontrar allí: la importancia de la danza, la comunión con las transformaciones del mundo y aun así el sentimiento de permanencia del Ser. Les dije que debíamos recordar que la danza no debía ser algo rígido que siguiera un orden de pasos, de hecho ni siquiera conocíamos los pasos de esa danza. Les propuse que nos dejáramos arrebatar, que las danzas sagradas buscan desórdenes, oposiciones y manifestaciones espontáneas y que debíamos abandonarnos a las pulsiones divinas. Para ello habíamos traído el jugo del Soma. La clave era la conexión mediante la embriaguez sagrada, la espontaneidad. Ser uno con las trasformaciones del mundo debía ser dejar que el mundo bailara a través de ti.
Asintieron y me dijeron:
- Tú primero.
Entonces bebimos el vino por turnos y sentí todos mis sentidos y mis fuerzas despertar como jamás creí que pudieran hacerlo. Cuando ellas bebieron supe que sentían lo mismo y su presencia se hizo increíblemente hermosa. Ellas lo son pero ahora irradiaban fuerza y belleza de un modo especial.
Con mi mano derecha sostuve la caracola de Angelo. Decidí dejarme llevar como la hormiga de la historia de Dédalo; ella únicamente se había dedicado a seguir el camino. A mi mano izquierda se sujetó Gabrielle y a ella lo hizo Elyse.
Y así comencé mis pasos en la espiral del laberinto. Con la mente clara, despejada. No sentía ningún temor y todos mis pensamientos se iban apagando mientras mis pasos se sucedían. Aquello era un paisaje exterior, pero sentí que el camino estaba en mi interior.
Extasiado, comprendo que yo he caminado esto antes y ¿cómo no iba a ser así? pues no soy sólo yo, soy el mundo y mi movimiento genera sus transformaciones. Siempre lo he sido, no Pola sino YO, y me dejo llevar por la espontaneidad absoluta; porque el camino que yo tomo es, se hace natural, posible. Y no sólo posible, sino espontáneo, probable, favorable.
Escucho a Gabrielle cantar al sol y la luna con una melodía que armoniza perfectamente con nuestros pasos y decido que nuestro camino al centro nos llevará por el sendero de la bendición, para apartar de ella el oscuro destino, la maldición que pesa sobre su espíritu.
Y así, ligeros, danzando y cantando descendimos, descendimos hasta que dejamos de sentir que la luz venía del sol, sino que se volvió plateada, mortecina y parecía provenir de todas partes y ninguna.
Habíamos llegado al centro, al inframundo, a la morada de la Señora del Laberinto.

jueves, 26 de abril de 2007

La Señora del Laberinto III. La caracola de Dédalo

A pesar de todo lo que esperaba de la jornada siguiente, los acontecimientos acabaron superando mis expectativas. Incluso durante la madrugada recibí la visita de Angelo. Algo me dice que tal vez fuera la última, porque ahora al fin comprendo quién es él para mí. Pero no adelantemos acontecimientos.
Madrugamos considerablemente teniendo en cuenta la noche anterior y nos pusimos en camino cuanto antes. Atravesamos campos, monte e incluso una pequeña aldea abandonada en la que nos detuvimos a almorzar. El sol intenso nos obligaba a detenernos de tanto en tanto bajo la sombra de algún algarrobo o junto a los muros de un pequeña ermita. En una de nuestras pausas aproveché para explicar a Elyse cómo utilizo el humo y un espejo para poder asomar mis sentidos al Otro lado, al reino intermedio donde moran los espíritus y se nos presentan los dáimones. Ella escuchó con atención y trató de hacer su primer intento, en principio sin éxito. Aunque el éxito pronto llegaría.
Caminamos así toda la mañana y toda la tarde hasta que encontramos un buen sitio para acampar junto a una pinada. El sol había estado calentando la vegetación todo el día y al atardecer, con el frescor nos rodeaban los aromas de los pinos, la lavanda y muchos otros que no supe identificar.
Levantamos la tienda de campaña y nos preparamos una buena y merecida cena en un pequeño montículo desde el que podíamos observar el mar. El paisaje se me antojaba muy antiguo. Como si volvieras al hogar donde naciste pero miles de años después, cansado tras tus muchas vidas y dispuesto a renovar tus fuerzas. Desde allí ya se veían las ruinas de Cnosos.
Esta vez estuvimos mucho más silenciosos y contemplativos. Decidimos preparar nuestro brebaje divino mezclando unas gotas del jugo del Soma en una botella de vino. Al abrir el pequeño vial sentí curiosidad por cuál sería su aroma y lo acerqué a mi nariz. No me pareció que en sí mismo tuviera un olor propio, pero me di cuenta que al inspirar profundamente comencé a percibir con gran nitidez e intensidad todos los olores que me rodeaban; el mar, las plantas, la tierra, Elyse, Gabrielle... También sentí que se despejaba mi mente, otorgándome un atención vigilante pero relajada. Empezaba a intuir los efectos que podría tener beberlo y esperaba que estuviéramos preparados para apreciarlo.
Comentamos poco más antes de irnos a dormir. El plan era levantarse en cuanto comenzase a clarear el cielo y llegar a Cnosos antes de que despuntara el sol.
Estaba ya dormido cuando sentí que alguien me observaba. Abrí los ojos y vi a Angelo sonriente asomado a la entrada de la tienda. Me hizo un gesto para que no hiciera ruido y otro para que le siguiera. Sigiloso, le seguí hasta una piedra unos metros más adelante. Se sentó y me indicó que tomara asiento a su lado dando palmaditas sobre la roca.
- Es bueno verte por aquí - le dije.
- Lo mismo digo - contestó cordial -. Aunque me gustaría saber qué es lo que te ha traído aquí exactamente. ¿Qué piensas que vas a encontrar Pola?
- ¡Por dónde empezar! - le dije -. ¿Dispones de tiempo?
Esa pregunta le hizo mucha gracia.
- De todo el tiempo del mundo. Eso ya deberías saberlo.
- De acuerdo - comencé -. La idea de venir empezó cuando comprendí el efecto de la danza de la consagración de la primavera que me mostró Gabrielle. Danzando, ella se fundió con el proceder del mundo. Estuve después leyendo sobre el sentido sagrado de la danza y no me sorprendió que siempre hubiera tenido la función de servir para identificarse con el creador y con el proceso de la creación. Las danzas sagradas permiten asociarse a la energía, al proceso que preside las perpetuas transformaciones del mundo.
Y luego estaba el significado de la espiral - continué levantándome para poder gesticular cada vez más emocionado. Angelo me observaba sin interrumpir -. Leí que la espiral tiene la notable propiedad de crecer sin modificar la forma de la figura total, símbolo de la permanencia del Ser a pesar de las fluctuaciones del cambio - dibujé una espiral en el aire con mi mano mientras me explicaba -, es un glifo universal de la temporalidad porque dibuja en el espacio la evolución del tiempo. Y todas estas ideas podían integrarse en la danza del laberinto.
Estuve leyendo que la antigua danza de la espiral que Ariadna enseño a Teseo (y por enseñanza de éste se bailaba en Delos), recibía el nombre de geranos o "danza de amor de las grullas". En ella los participantes formaban una cadena al estar cogidos a una misma cuerda. Danzaban hasta el centro de la espiral para después cambiar el sentido y volver sobre sus pasos.
Me detuve en mi explicación pensando que ya había terminado.
- ¿Y bien? - preguntó - ¿Qué más?
- ¿Qué más? - si seguía preguntándome es porque quería señalar la posibilidad de que yo no lo tuviera del todo claro.
- Pues pienso que la danza de la espiral esconde el secreto de vivir la muerte como una iniciación. Supone que mientras eres uno con los cambios y transformaciones del mundo puedes comprender que el núcleo del Ser permanece a través del cambio. Se intuye la inmortalidad y se goza del laberinto, pues para quien comprende esto la travesía es segura y Ariadna le permite el regreso.
- Bonitas palabras - me dijo con un poco de sorna mientras se giraba a coger algo que parecía haber dejado antes a su espalda. Era una caracola marina. Se parecía a la que hacía tiempo me había dado y yo le había regalado a Olympia.
- ¿Ves esto? - dijo -. El rey Minos, para saber dónde se escondía Dédalo después de que éste hubiera huido volando del laberinto... ¿Conoces la historia? - Asentí - Bueno, pues decidió dar una recompensa a aquel que fuera capaz de hilvanar un hilo por el interior de una caracola, y así descubrir dónde se ocultaba Dédalo. Porque ni que decir tiene que él fue el único que lo consiguió. Para ello ató el hilo a una hormiga y ella caminando por su interior hizo el trabajo.
Me dio entonces la caracola mientras se levantaba y me dijo:
- Ahora hilvánala tú.
Después me apretó fuerte con la mano en mi hombro y me deseó suerte antes de desvanecerse.


La Señora del Laberinto II. La embriaguez profana

El día que decidimos viajar a Creta Gabrielle y yo sólo tuvimos que preocuparnos de nuestras cosas; algo de equipaje y los instrumentos mediante los cuales enfocamos nuestros hechizos. Elyse nos pidió que dejáramos en sus manos organizar el vuelo (iríamos en su avión, un Cessna Caravan), el alojamiento y demás. Se vanagloriaba de haber sido, en el pasado, una gran organizadora de tours de aventura para yuppies. No hace falta decir que este viaje la inspiraba bastante más. No me explicó qué era exactamente lo que la movía a venir con nosotros, aunque la posibilidad de cierta aventura parecía ser suficiente. Con sus comentarios irónicos decía dejar las disquisiciones metafísicas para mí. Pero vamos, no resulta nada convincente. Su interés por todo es mucho más profundo de lo que le gusta demostrar. ¡Cómo olvidar que viajó dos veces a ese maldito rincón del Tíbet sólo por seguir una leyenda que indicaba que allí encontraría algo con lo que someter a los demonios! Cuando le volví a preguntar sobre el tema dijo que su intención es ponerlos a trabajar para que le construyan un palacio o un templo, tal y como hizo Salomón. ¿Quién sabe? Está lo suficientemente loca como para imaginárselo. Pero bueno, para no frivolizar es justo decir que, muy probablemente, a una búsqueda como esa la arrastra algo terrible de su pasado. Por ahora ignoro qué puede ser.

Tras un par de escalas en el norte de Italia y en la Grecia continental, llegamos a Creta mientras atardecía. Elyse explicó que siguiendo nuestros deseos esa noche dormiríamos en un pequeño hotel junto al mar, pero lo suficientemente alejado de nuestro destino como para que tuviéramos que hacer un día entero de caminata y una acampada corta bajo las estrellas para llegar a Cnosos al amanecer. Peregrinar, aunque sólo fuera durante un día a pie, nos parecía fundamental. Queríamos sentir aquella tierra en la que había nacido el mismísimo Zeus y recrearnos con la calidez y el perfume que tiene el aire primaveral en el monte mediterráneo.
Nada más instalarnos en el hotel Elyse propuso, al más puro estilo carpe diem, que bajáramos a la playa, nos bañásemos de noche antes de cenar, después cenando nos emborracháramos con vino griego y después ya se vería. En fin, tratar de disfrutar al máximo ante nuestro incierto destino (tal vez un laberinto del que no sabríamos volver). Ni que decir tiene que no hace falta la posibilidad del riesgo o la muerte para convencernos de lo interesante que es pegarse una buena juerga, tanto a Gabrielle como a mí.
Y así pasamos aquella primera noche en Creta. Nos dejamos arrastrar totalmente como futuros iniciados de un culto pagano ancestral. Con el vino salí del poco ensimismamiento que me pudiera quedar, y permanecí abierto por completo a la noche y las danzas que quisimos inventarnos. Bailamos y cantamos en la habitación. Después sobre la arena. Bajo un cielo sin luna la oscuridad lo hacía todo más claro, y como buenos borrachos nos dijimos los tres lo mucho que nos queríamos.
Más tarde, al desplomarme sobre la cama de mi habitación con una sonrisa que se había quedado a vivir en mi cara, sólo me dio tiempo a desear, antes de caer en el más profundo sueño, no tener demasiada resaca al día siguiente.

miércoles, 25 de abril de 2007

La Señora del Laberinto. El porqué de mi viaje a Cnosos

Varias son las razones que me llevaron a proponer que debíamos viajar a las ruinas del antiguo palacio de Cnosos en la isla de Creta. Y como suele ocurrir con los misterios, la más poderosa era aquella más oscura, más cercana a la intuición y a la fascinación por una imagen. Esta imagen era la del laberinto. Su sola forma es la promesa de la existencia de un tesoro sagrado, cuyo camino tortuoso guarda a modo de cerradura y de llave.
Todos conocemos más o menos el mito de Teseo y el Minotauro. En esta historia el laberinto de Creta era una construcción encargada a Dédalo por el rey Minos para encerrar en su interior al Minotauro. Teseo (hijo del rey de Atenas, ciudad a la que el rey Minos exigía la entrega de jóvenes con los que alimentar a la bestia), es capaz de adentrarse en el laberinto, matar al Minotauro y encontrar la salida gracias al hilo que le entregó Ariadna, la hija del rey Minos, quien se había enamorado de él.
Este es el mito griego que ha prevalecido en el tiempo. Sin embargo, sugiere Homero en la Ilíada una versión mucho más indicativa del legado de la antigua civilización de Creta.
Para los antiguos cretenses (hablamos de la civilización minoica que existió entre el 3000 y el 1200 a.c.), Ariadna no era la mortal hija de un rey, sino la señora del inframundo o señora del laberinto, pues era el laberinto, representado a modo de espiral, una imagen de su reino. Y esto es de lo más significativo, ya que si el laberinto representa al reino de los muertos, entonces, a pesar de sus dificultades y la trampa que suponen sus meandros, existe un importante detalle que cambia radicalmente su naturaleza; se puede salir de él. Ahí se oculta el gran regalo de la señora del inframundo a la humanidad.
Ariadna (ari-hagne que significa "la purísima"), decidía quien podía entrar en su reino y volver. Concedía el don de vivir la muerte como una iniciación y no como un final. Como una transformación.
Cuenta este mito antiguo -según explica Karl Kerényi en su libro "En el laberinto"-, que lo que Dédalo construyó en Cnosos era una representación de su reino para que Ariadna bailara. Y en esta danza del laberinto se encontraba el gran misterio de la comprensión del sentido de la línea que retorna sobre sí misma; el camino de regreso insinuado como danza, vivido como danza y simbolizado por la espiral.

Por detrás de este gran reclamo, de la sola idea de poder encontrar cualquier indicio de las enseñanzas de Ariadna, habían otras razones que me llevaron a sugerir el viaje.
Primero estaba el hecho de que de algún modo que debíamos determinar, nuestra torre está relacionada con Cnosos. Era una leyenda sobre una mítica construcción en Cnosos en lo que se basó Perret para diseñar el edificio. En sus planos y anotaciones figuran palabras en lineal A (el idioma antiguo de la creta minoica que permanece sin descifrar). Fueron grabadas en el forjado, pero no nos consta si Perret conocía su significado. Respecto a ellas, Onire dice que es de lo que se encarga de cuidar, pero para ella parece tratarse de algo inconsciente porque al mismo tiempo responde que no sabe lo que significan. Luego tenemos el gran misterio del origen del cable. Aunque Oriana y Perret lo trajeron del Tíbet quien sabe si su origen estaba allí. Yo apostaba a que no.
Y por último, y no mucho menos importante, es que desde que visité con Olympia la casa de sus padres, las islas del Mediterráneo son el paraíso para mí. Así que, como mínimo, nos daríamos una vuelta por el paraíso.
Con toda esta maraña de ideas preparamos el viaje Gabrielle, Elyse y yo; provisiones, equipo de acampada, linternas, cuerda... y algo que reservábamos para una ocasión que lo mereciera; extrajimos el jugo de la planta del Soma. Si había que danzar, lo haríamos bajo la influencia de la embriaguez más sagrada. Era un líquido de un rojo intenso, como sangre con luz en su interior.
Y por si la danza nos llevaba más allá, decidimos llevar miel. Como podía leerse en una antigua tablilla de Cnosos, la ofrenda debía ser "un vaso de miel para la señora del laberinto".
Había llegado la hora de ir en su busca.

martes, 24 de abril de 2007

El cómplice de la realidad

- ¿Cuál es la actitud adecuada para acercarse a la magia? Quiero experimentar por mí mismo todo lo que me has contado - pregunté.
Roman Korenek había estado hablando conmigo toda la tarde. Hacía un par de semanas que le había conocido. A él y a su compañera Aneta. Tomábamos una cerveza en el jardín de aquel antiguo monasterio convertido en biblioteca y museo en la subida de Petrin, junto al barrio de Malá Strana. Era un día soleado de mayo, hace ahora casi cuatro años.
Recuerdo haber pensado que nunca había hablado con nadie tan lúcido. Tenía una visión clara y profunda de las cosas y era la antítesis del erudito que utiliza las palabras para labrarse un aura de interés carente de significado. Lo contrario a un charlatán.
- Creo que si te he entendido bien vas por buen camino Pola - me contestó con su voz tranquila.
- ¿De qué camino hablas? - pregunté.
- Permeabilidad - contestó -, una forma de ver y entender que debe mantenerte permeable al mundo. El sentido del mundo siempre está dispuesto a manifestarse, a manar de la fuente que hay en lo más profundo del ser humano. Allí está la corriente común que forma parte de todas las cosas, dispuesta a fluir en momentos de plenitud y conexión especiales, llenos de significado.
El mundo siempre está hablando, siempre está preñado con la posibilidad del instante espléndido. Que no lo sintamos perpetuamente así puede ser porque estamos tan habituados a sus maravillas que ya no las percibimos como tales. Esto es por lo que según explicaba Pitágoras, no escuchamos la música de las esferas. O tal vez sea porque hayamos dormido esa capacidad, que en cualquier caso puede volver súbitamente en un momento de profunda claridad.
Para mantenerte atento a los mensajes del mundo es importante saber integrar en lugar de fragmentar. Así cada cosa se muestra en conexión con lo demás y no como algo unívoco, sino como una puerta a intuiciones más profundas.
No somos testigos pasivos del mundo, Pola. En nuestro percibir y comprender participamos de él. Así que se petrificará a tu alrededor si te propones entenderlo demasiado racionalmente, pues tus categorías lo encasillarán. Debes alimentar lo que John Keats llamaba la capacidad negativa; ser capaz de instalarse cómodamente en la incertidumbre, la duda y el misterio.
Es como el horizonte nocturno sobre el mar - me dijo tras una breve pausa -, intuido más que percibido. En la negrura es invisible pero aun así está presente; real, pero una ilusión debida a la posición desde la que observas; lineal y recto en apariencia, pero curvo si amplias tu perspectiva. Y es todo esto a la vez, además de una línea diurna de separación que en el crepúsculo se desvanece para dejar fundidos el cielo y la tierra.
Así que, amigo mío, mantén la ductilidad de tu espíritu, la atención vigilante y el sentido de la oportunidad. Esta es la inteligencia astuta que los griegos llamaban metis - explicó -, una capacidad de asirte la realidad pero de manera cómplice, ambigua y dúctil. Te permitirá la comprensión allí donde ninguna solución se abriría en el intelecto común.
Me quedé meditando su respuesta y sonrió:
- Déjate llevar Pola - terminó -, ya te digo que vas por buen camino. Hazte cómplice de la realidad.

viernes, 20 de abril de 2007

Karel

Hay una habitación en la torre diferente a todas las demás. Recuerdo mi impresión la primera vez que la vi.

Hacía un par de semanas que me había instalado en París y una mañana temprano decidí ir a casa de Judith con el propósito de explorar con tiempo hasta el último rincón, ya que ocupa nada menos que las ocho plantas superiores del edificio más la sala de la piscina sobre ellas. Cuando llegué no parecía haber nadie así que la soledad acompañó a la lluvia para crear el perfecto ambiente de misterio.

Decidí dejar para el final la increíble biblioteca de planta octogonal que ocupa los cinco pisos inferiores y comenzar con la vivienda. El enorme salón con el piano y la cocina dominan la planta principal y el resto son habitaciones que compiten por ser la más bonita y acogedora. Subí así, abriendo cada puerta y recreándome con su interior, hasta que me paré frente a una de ellas. Era muy diferente al resto: recia, de madera oscura y aire muy antiguo. Sostenía una aldaba de hierro forjado con la figura de un dragón y su pomo y su cerradura eran muy elaborados. El dragón me miraba fijamente y ya se sabe que suelen ser guardianes de fantásticos tesoros. Intrigado, pegué la oreja a la madera y no me pareció que se oyera ningún ruido. Sonreí excitado al comprobar que al girar el pomo la puerta se abría sin problemas y aunque apenas crujía la moví muy lentamente, pues sentía que era así como debía ser abierta. En cuanto pude me asomé a su interior y debo decir que superó con creces lo que había imaginado.

Una habitación de unos cuarenta metros cuadrados te transportaba a otra época. Era el siglo XVI, tal vez XVII. Grandes vigas de madera sostenían el techo. Fuertes muebles artesanales, una cama con dosel al fondo, estantes con objetos de vidrio de bohemia, un gran globo terráqueo con pie en el suelo, una mesa llena de papeles, libros, una preciosa pluma granate junto a un tintero y en un rincón, sobre un atril dorado, un búho real que parecía dormido.
Me aseguré al entrar de que la puerta no se pudiera cerrar por accidente; temía estar viajando en el tiempo y que si se cerraba no podría volver. Me acerqué de puntillas al búho y vi que efectivamente estaba dormido. Era grande, enorme a mis ojos, y en el atril había un nombre grabado: "Copérnico". Llamó mi atención que sobre la mesa habían unas anotaciones tomadas con tinta y pluma sobre un papel; con la más bella letra renacentista alguien había apuntado direcciones de páginas web de astronomía. Sobre la mesa también había una funda de violín y partituras.
Apoyado en el suelo descubrí un gran arcón, pero cuando estaba a punto de abrirlo oí un ruido unos metros a mi espalda. Al volverme me di cuenta de que no había comprobado si había alguien en la cama ya que de ser así las delicadas telas del dosel lo habrían ocultado. Me acerqué y las aparté con cuidado. Entonces encontré a una criatura maravillosa.

Su pelo dorado se extendía por la almohada enmarcando un rostro blanco y delicado. Parecía tener si acaso veinte años. Si era una muchacha sus rasgos eran hermosos, dulces y apacibles. Si era un muchacho también. No podía asegurarlo. Y aquel ángel, pues sólo podía ser un ángel, dormía plácidamente con un camisón blanco de aspecto tan antiguo como el resto de la habitación.
No sé cuanto tiempo pasé contemplándolo, pues estar allí junto a su cama, escuchando la lluvia y su respiración era como un sueño. Creo que se me había olvidado incluso que podría despertar cuando de repente lo hizo. Sus ojos almendrados se abrieron y vi que eran de un azul intenso que brillaba de forma especial porque parecía contener pequeñas estrellas.
Al verme se ruborizó y preguntó en un francés muy peculiar:

-¿Quién sois? -con su voz tampoco pude averiguar si era o no una chica.
-Discúlpame -contesté algo apurado -, soy Frantisek Pola, un amigo de Judith. ¿Quién eres tú?
-Mi nombre es Karel de Budejovice - respondió mientras se incorporaba -. Es un placer conoceros caballero - y acompañó su cortés presentación con un ligero inclinamiento de cabeza.
- Karel... -repetí un poco decepcionado de que al final fuera un muchacho -, un placer igualmente.
Me ofreció asiento y me pidió que esperara mientras se vestía. Después charlamos largamente sobre multitud de cosas.

También era de Bohemia. Conocía a Judith desde hacía casi un año y ella había pedido que decoraran la habitación así expresamente para él. El búho se llamaba Copérnico y me explicó que no le pertenecía, sino que siempre había acompañado a su maestro y ahora había decidido acompañarle a él. Me contó que era un astrónomo, lo que a su modo de ver incluía ser astrólogo, y estaba absolutamente maravillado con las teorías de cosmología que había leído en "esa increíble biblioteca universal" que según sus entusiastas palabras era Internet:
-Un universo en expansión, ¡y lleno de mundos como propuso Giordano Bruno! -me explicaba con los ojos muy abiertos.

La pregunta desde luego era de dónde lo había sacado Judith. Entonces me contó lo más increíble.
Nació en 1581, pero una desgracia le aconteció al resto de discípulos de su maestro y a él cuando realizaban un hechizo para el que se habían preparado largo tiempo.

Era el año 1600. En la fantástica Praga de Rodolfo II ser mago era un oficio, por algo se le llamaba el emperador de los alquimistas. Su maestro les había infundido el espíritu de la época; la creencia de que estaban cerca los tiempos en que se revelarían los muchos secretos de la naturaleza, la justicia y la verdad brotarían de la tierra y del cielo y el conocimiento sería patrimonio de todos. Arrebatados por ese ideal decidieron invocar a un mensajero del Señor, abrigando la esperanza de que les otorgaría la sabiduría y los dones para alentar en los hombres esa búsqueda. Y así lo hicieron: la noche propicia, a la hora propicia y con los elementos propicios invocaron a aquel ente por su nombre. Y se presentó. Karel describía la visión con metáforas de gloria, calidez y luz. Dijo que contemplar su rostro le otorgó una profunda comprensión. No habló, pero su mirada les hizo entender que no existen palabras mágicas o atajos para lograr el despertar humano, la libertad de su espíritu así lo procura. Alentar esa búsqueda es la titánica tarea que Dios impone a sus enviados. Su infinita compasión les dio fuerzas para continuar con su misión y la ingestión de sus lágrimas les otorgó la vida eterna. Pero después, apenas salían de su trance, un antiguo enemigo les atacó y aunque Karel no murió, durmió durante siglos. Uno de sus compañeros, Pieter, también sobrevivió y cuidó de él mientras vengaba las muertes de los otros. Cuando la torre fue construida lo dejó dormido, protegido en una sala secreta.
Al encontrar aquella sala, Judith, Gabrielle y Aníbal lo encontraron dormido pero lograron despertarlo. Desde entonces Karel vive y aprende en este lugar, un templo sagrado de magia y conocimiento.

Y es por eso que entre las maravillas de la torre contamos con nuestro propio ángel, pues es evidente que quedó vinculado con aquella criatura que les visitó.
Evidente por completo cuando toca en su violín la música que escucha en sus sueños; la música de las esferas.


miércoles, 18 de abril de 2007

Onire: el alma de la torre

La torre, nuestra atalaya en el centro del mundo, está dotada de alma. Cuando quieres hablar con ella basta con decir su nombre desde cualquier habitación. A no ser que esté terriblemente ocupada con algo importante siempre acude. Curiosa y eficiente. Protectora, cariñosa y adorable. Así es Onire.
Desde la primera vez que se manifestó en la piscina tiene el aspecto de una niña india, en concreto de la tribu de los apaches broncos. Aunque el porqué de esta excentricidad sería demasiado largo de explicar, digamos por ahora que encarna así algo perdido que vuelve a través de ella a formar parte de este mundo. Este es al parecer uno de sus principales dones: recuperar cosas perdidas, proteger todo lo que existe y merece la pena ser conservado y por qué no, tal vez traer a la existencia todo lo imaginable. Y es esto lo que la hace tan magnífica y le da una potencialidad tan terrible.
Pero no está sola en sus quehaceres; estamos nosotros. Con una gran responsabilidad pues ella sabe sobre sí misma aquello que nosotros hemos averiguado.
El otro día le planteé una duda sobre ella y me dijo que tenía la respuesta en la punta de mi lengua.
Angelo, el padre de Judith, dejó escrito en sus diarios sus intuiciones acerca de lo que la existencia de este lugar puede suponer para el mundo, pero es tarea nuestra profundizar mucho más.
A pesar de los más de veinte años que Judith vive en este edificio, no deja de sorprenderla. Y es lógico. No sólo es que sus misterios son muchos, incluido el de en qué se inspiró exactamente su abuelo para diseñarlo, sino que además cambia con el tiempo.
Sí, nuestra Onire crece. La primera vez que se manifestó aparentaba unos ocho años de edad. Ha ido cambiando y ahora, tras el último estirón -que se produjo con el rito de la danza de la primavera que hizo Gabrielle-, ya es una muchacha de unos trece. Y sabemos que cuando ella crece el cable también lo hace, pues son dos manifestaciones de una misma cosa; Onire es una adolescente y las raíces del cable crecen por el subsuelo de París enraizando la torre más y más.
Aunque esto sea sutil y perceptible sólo por aquellos que han aprendido a hacerlo, en modo alguno es algo trivial. Sus efectos pueden ser profundos. Muy profundos.
El terreno de Onire, como el de todo daimon, es el territorio del Alma del Mundo, el reino intermedio que pone en contacto lo trascendente y el mundo físico. A él pertenecen los espíritus de los lugares, los mensajeros de los dioses y los sueños en los que a veces nos visitan. Y si Onire se enraíza más, refuerza esa unión, revertiendo así el proceso de alejamiento del misterio y de la magia.
Nada desdeñable, desde luego. Esto es cambiar el mundo, abrir posibilidades latentes.
Algo me dice que los sueños de los parisinos van a ser más vívidos y significativos: tal vez haya cierta explosión creativa si quienes los visitan son las musas; tal vez cierto resurgir espiritual si quienes les susurran son los ángeles.
Pero todo tipo de dáimones habitan el reino intermedio.
Estaremos alerta, al igual que los lobos, pues no todos los espíritus son favorables.

martes, 17 de abril de 2007

Angelo

No recordaba aquel primer encuentro hasta que lo reviví en un sueño hace sólo unos meses.

Tenía entonces ocho años. Esa mañana en el colegio había ganado trece canicas -que aún conservo-, y las atesoraba en una bolsa de terciopelo azul oscuro que Veronika, mi madre, había utilizado hasta ese momento para guardar unos pendientes. Aquellas esferas mágicas, que había logrado con más suerte que pericia, necesitaban guardarse de un modo apropiado. En esa bolsa las llevaba por la tarde en el bolsillo cuando Veronika me pidió que esperara junto a una fuente del jardín que hay en el centro de la Karlovo námestí.

Ella se alejó unos metros para charlar con un tipo que había sido su amante los últimos meses. Apenas habíamos tenido trato. Como aquella charla carecía de interés para mí (ya me había explicado mi madre que iba a romper con él) y durante un rato observé que Veronika lo tenía todo bajo control, decidí explorar las posibilidades de mis canicas.

Las mojé en la fuente pensando que después las podría hacer rodar por el suelo y ver así el mensaje oculto que los dibujos dejados por el agua me mostrarían. Tenía que funcionar, así de enigmáticas se mostraban ante mis ojos. Ya había jugado otras veces a que sabía leer el futuro en las tiradas de los dados de póker que siempre llevaba mi admirado Klement, el batería del grupo de jazz de mi madre.

Al lanzar las canicas al suelo una salió despedida mucho más lejos y acabó junto al pie de un hombre que estaba sentado en un banco. Era muy alto y de piel morena. Cuando me acerqué me esperaba con la canica en la palma de su mano. Tenía ojos grandes y oscuros y unas cejas muy pobladas, pero ni un solo pelo sobre la cabeza.
Me devolvió la canica mientras me observaba atentamente con curiosidad. Yo le observé también curioso preguntándome qué estaría mirando. Entonces sonrió:

- Me llamo Angelo -dijo en un checo con fuerte acento extranjero-. ¿Y tú?
- Pola -contesté. Ya por entonces sólo mi madre me llamaba Frantisek.
- Bueno, no quería interrumpirte -dijo -, parecía importante lo que estabas haciendo.
- No, ¡qué va! -mentí -. Sólo estoy jugando. -No pensaba contarle mi intuición al primer desconocido. Parecía demasiado interesado y tal vez quisiera robarme mis secretos.

- Y dime Pola -continuó -, ¿a qué te gustaría dedicarte?, ya sabes, cuando seas más mayor.
- Pues quiero ser piloto de carreras y músico de jazz -le contesté sincero.
- ¡Vaya!, parece muy interesante -comentó riendo-. Pero, ¿por qué cortarte las alas que te llevan al infinito? ¿No prefieres ser un mago?

- Buenas tardes -oí que mi madre nos interrumpía saludando desde mi espalda. El hombre le contestó cortesmente inclinando la cabeza.
- Venga cariño, ya hemos terminado aquí. Despídete de este señor, nos vamos.
- Adiós Pola. Ha sido un placer conocerte -se despidió.
- Adiós señor- le dije y corrí a recoger mis canicas. Por desgracia no me dio tiempo a leer ese gran secreto que me iban a revelar.

"¿No prefieres ser un mago?"

Después olvidé ese encuentro pero no esa idea que reaparecía en mi mente de tanto en tanto, primero en mis juegos infantiles, después en otros juegos y ante ciertos pensamientos y experiencias que me adentraban en esa posibilidad. Cada vez lo creía más profundamente. Hasta que encontré a aquellos que me hablaron seriamente de ello: Roman y Aneta. Los conocí al interesarme por unas charlas sobre simbolismo en las que intervenía Roman. Entonces ya tenía veinticinco años y mis intuiciones se habían agudizado mucho.

Ahora ya sé quién era aquel hombre de mirada tan intensa. Era Angelo, el padre de Judith. Y aunque murió cuando ella tenía dieciséis años de alguna forma esto no impide que charlemos en las breves ocasiones en las que me ha visitado. Angelo heredó la torre de sus padres, Oriana y Perret. Judith conoce parte de los grandes planes que tenía respecto a ella porque los dejó por escrito en sus diarios.
Respecto a sus planes sobre mí no dejó nada por escrito. Le gusta ser críptico conmigo a modo de maestro enigmático. Aparece aportando profundidad a ciertos momentos, llamando mi atención sobre su trascendencia. Remarca ese instante para que medite sobre qué puedo aprender de él, siempre me hace preguntas y no suele responder a las mías. Ya no estoy seguro quién aprende de quién.

La última vez que nos vimos fue una noche junto al mar. Charlamos sobre la naturaleza del tiempo y antes de marcharse me dio una caracola que llevaba en la mano.
No he vuelto a saber de él desde entonces.

domingo, 15 de abril de 2007

La magia más antigua III. El sentido de rito

La quintaesencia es la realidad última que compone cada cosa y todo puede ser formado a partir de ella. Mis compañeros, mucho más sabios que yo, son capaces de tomarla impregnándose con ella. Incluso son capaces de moldearla creando entidades etéreas o servirle de canal para transferirla de un lugar a otro.
Aunque me han explicado sus métodos yo sé que no soy capaz de hacer algo hasta que no comprendo el fundamento de forma profunda y significativa para mí. Pero si había un lugar donde poder tratar de comprender estas cuestiones, ése era la piscina de la torre.
Después de lo que habíamos descubierto sentí la quintaesencia con mayor claridad que nunca, precisamente allí donde se conjuraba de la nada sobre el árbol del Soma. Gabrielle había descubierto que la planta no sólo era un ente espiritual, sino que estaba vivo de alguna forma diferente a todo ser que hubiera observado en otra ocasión. Al tratarse de un ser espiritual, ella pensó abordarlo para comunicarse con él a la manera en que podía hacerlo con otros espíritus.
Volvimos a subir juntos a la piscina a la mañana siguiente. Adentré de nuevo mis sentidos en lo etéreo y pronto me vi envuelto por su luz y su brillo. Sentí entonces curiosidad por saber si ocurriría algo especial si me movía entre la luz de la quintaesencia con los suaves movimientos del Tai-chi. Fue increíblemente hermoso. Al sentir cómo fluía la quintaesencia podía alinearme con su flujo y los movimientos eran más fluidos que nunca. A mi alrededor y a través de mí sentía una calidez especial y cerca de la punta de mis dedos, la "luz" que flotaba como pequeñas gotas de finísima lluvia suspendidas en el aire, respondía a mis movimientos formando intrincadas espirales a la manera del humo.
Fue en el momento que me encontraba totalmente integrado, moviéndome sin pensar cuando cogí la cola del gorrión, uno de los movimientos que el señor Yu me había enseñado. Cuando "solté" la cola, vi que las volutas de quintaesencia tomaban la forma de un pájaro que voló por unos instantes hasta volver a diluirse con el todo.
No pude continuar. Me detuve respirando hondo cuando mis pensamientos volvieron a asaltar mi mente. Si realizaba movimientos sin sentido no parecían tener ningún efecto. Sin embargo aquello me hizo pensar que un movimiento u otras actividades rituales llenas de sentido para quien las realiza (una letanía, música, una danza), podrían tener efectos profundos sobre la base misma de la realidad.
Fue cuando me di cuenta que Gabrielle me observaba con una sonrisa desde el borde de la piscina. También había visto el pájaro. Me dijo que había sentido que a la manera ordinaria que conocía no podría comunicarse con la planta del Soma, pero que sabía que debía haber otra forma. Entonces le pregunté si conocía alguna danza ritual y dijo que sí. En su reciente viaje a Rumanía había participado de una antigua danza de celebración del inicio de la primavera. Con ella se le convocaba, despertando a la naturaleza de su letargo invernal.
Le pedí que bailara para mí y me explicara el ritmo para poder acompañarla con percusión. Una vez estuvimos preparados comenzó a danzar y a cantar. Con sus pies descalzos y su pelo suelto giraba y alzaba los brazos.
Y en el vaivén del sentir de la danza, su cuerpo movía la etérea quintaesencia. Y vi a Gabrielle conectar con un estrato profundo de su alma y ya no estaba ante ella, no contemplaba al individuo, sino al mundo mismo cuyo aire se llenó de frescor, humedad y aroma primaveral emanando de la fuente en que se había convertido su pecho, viajando como una ofrenda hasta la planta del Soma y extendiéndose por sus raíces como un pulso por la ciudad. Consagrando a la primavera y siendo consagrada por ella, recuperó todo el sentido que esconden las formas de los viejos ritos.

Y habría quien podría argumentar: "para que llegue la primavera sólo tienes que esperar". Y es cierto.
Pero hacer-no-haciendo, como dicen los taoistas, no significa no actuar, sino actuar según la naturaleza de las cosas. Comprender y participar del hacer sagrado del mundo: ¿qué puede haber más grande?
Esa mañana, Gabrielle fue lo más grande.

sábado, 14 de abril de 2007

Gabrielle

Me gustaría hacer una pausa en mi narración para hablar sobre Gabrielle. Querría ser capaz de explicar por qué es alguien tan indicado para hacer lo que hizo; llevarme a comprender el profundo significado de aquella frase con la que me había topado. Recuerdo que al leerla me detuve pensativo con la impresión de que explicaba un secreto fundamental, ya que decía así: "con la danza se es uno y lo mismo con la vida del universo".

Gabrielle ve el mundo de forma intensa, a veces muy intensa, pero la pasión es un ingrediente importante.
Mantiene el suficiente grado de confusión en su mente para no creer que lo sabe todo, porque la incertidumbre es una puerta abierta.
Sabe que no es un observador del mundo, sino una artífice. No por encima de lo demás, sino precisamente al igual que todo lo demás; una perspectiva esencial para ponerse en movimiento desde el respeto a todas las cosas.
Ha vivido lo suficiente para que su conocimiento no se apoye en teorías, sino en experiencias, desde lo más terrible a lo más sublime. Y sin embargo tiene la actitud de una niña que está empezando a descubrir qué es la vida.
Además es una mujer, y no nos engañemos, no digo que tras una búsqueda intensa no se pueda ser más o menos como ellas, pero ellas nacen así, de modo que parten con ventaja. Una preciosa ventaja de lo más inspiradora.
Y Gabrielle también lo es, tanto como para inspirar a aquello que inspira a los poetas.

Aquella mañana que volvimos a subir a la piscina, ella inspiró a la propia primavera.

viernes, 13 de abril de 2007

La magia más antigua II. La luz coagulada del mundo


El interior de la sala de la piscina estaba tan silencioso que se oía el débil golpear del agua tranquila contra los bordes. Y nada más. En cuanto entré, me quedé absorto en el reflejo de la luz del sol que en las paredes y el techo reinterpretaba el movimiento de las ondas en el agua. Esas lineas luminosas en movimiento me permiten adentrar mis sentidos en lo etéreo.
Me acerqué al borde del agua y suavemente toqué la superficie con la palma de mi mano. Después la moví con cuidado, para perturbarla como si fuera la piel de un tambor, pero sin que mi mano llegara a hundirse. Mientras, no dejé de observar los reflejos de las ondas por la sala y así seguí hasta encontrar un ritmo, un pulso con el que empezó a mostrarse lo invisible, la quintaesencia que a modo de luz y vibración sonora compone la realidad última de cada cosa.
Todo es más luminoso y cristalino, con un resplandor hipnótico. Y la quintaesencia se mueve, aunque a pesar de su movimiento no se desdibujan las formas de las cosas. Al igual que un tornado está hecho de aire en movimiento, todo a mi alrededor y yo mismo éramos quintaesencia en movimiento.
Fue entonces cuando al concentrarme sobre la planta del Soma y el agua de la piscina, me di cuenta de algo que me sobrecogió. Había visto el fluir de la quintaesencia en otras ocasiones y siempre sin discontinuidad, quiero decir, parecía no tener una fuente ni un final, sino que forma un continuo fluir.
Pero allí ocurría algo diferente. Algunas nuevas gotas de "luz" aparecían de la nada en el agua de la piscina y sobre la planta del Soma. Conjuradas de ningún sitio, como rocío condensado a partir de aire sin humedad. Tras aparecer fluían con el resto, pero lo hacían desde las ramas de la planta hacia sus raíces, descendiendo por el cable. Sentí como seguían descendiendo los treinta pisos de la torre para llegar hasta la tierra donde se unían al resto del continuo que lo forma todo. Parte del fluir de la quintaesencia también se producía en sentido contrario, de la tierra a la piscina, pero su flujo era menor.
Allí estaba. Podía contemplar la "luz coagulada del mundo"... ¡mientras se coagulaba! El mismísimo comienzo del movimiento del no-ser al ser. El mismísimo principio.
Cuando salí del trance y pudimos hablar tanto Gabrielle como yo de lo que habíamos sentido, Judith me dijo que Santiago, nuestro alquimista, había presenciado eso mismo en un viaje que hicieron a la India. En dicha ocasión, la fuente de la quintaesencia era la voluntad de un hombre. Un santo que se encontraba en profunda meditación.
Dijo que los ojos de Santiago brillaban cuando trataba de explicar lo que había sentido. Para un hombre de profunda fe como él, fue un contacto directo con la divinidad que se abrió ante sus ojos para mostrarle parte del secreto del ser del mundo; de cómo Dios se revela en cada una de las formas.
Comprendimos que en nuestra torre, a diferencia de lo que habíamos observado en otros lugares de poder telúrico - como Chartres - la quintaesencia no es que fluya y allí se acumule o circule de una manera especial, es que se genera, naciendo del "cielo" y pasando al interior de la tierra para participar de la creación del mundo, para que ella engendre todas las cosas.
Y la pregunta que se plantea con todo esto es: ¿Es así como se formó el mundo en un principio?
¿Quién sabe?
Sobre esta cuestión hablan los preciosos versos que pueden leerse en el Rigveda:

"¿Quién puede saber acerca de estas cosas...?
¿Quién puede decir de dónde procede lo creado?
Los dioses no pueden saberlo,
porque son posteriores a la creación.
¿Quién sabe de dónde procede el mundo?
¿Ha sido creado o... quizá no?
Eso solo lo sabe o quizá no sabe
Aquel que en lo más alto, vela por todo"

La magia más antigua I. la planta del Soma (Continuación al templo inconcebible)

Existe un antiguo concepto griego que venía rondando mi cabeza desde que volví del Tibet: la palabra Kairós. Con ella se expresa el "momento justo", la experiencia de estar ante el instante oportuno, el tiempo de la ocasión. Se le representaba como una figura alada, indicando su naturaleza pasajera. Debía ser asido o de otra forma se corría el riesgo de no poder recaptarlo.
Kairós entonces. El momento adecuado está aquí. Había madurado lo bastante nuestra comprensión de lo que es el cable que recorre nuestra torre - desde el subsuelo hasta la piscina en la última planta del edificio - como para tratar de abordar sus secretos. Partíamos de saber que es un artefacto antiquísimo, que Perret y Oriana lo trajeron desde el templo del Tíbet pero que tal vez su origen no estaba allí, que en la piscina se recolecta el ser en bruto que se llama quintaesencia, pneuma, éter, qi o espíritu de la tierra, al parecer haciéndola ascender desde el subsuelo, como haría un árbol para tomar el agua. Tal vez por esto o como modo de manifestar su naturaleza de ente sagrado a partir del cual generar todas las cosas, si meditas en la piscina, si observas con atención hasta que el mundo se vuelve transparente, puedes ver como del agua brota la parte superior del cable, que ha tomado la forma de la planta del Soma.
Según la tradición hindú, Soma es el nombre de una planta y el nombre del dios que habita en su jugo, del cual se alimentaban el resto de los dioses. Era divino e inmortal, confiriendo esa inmortalidad a los dioses y a los hombres. Daba fuerza al guerrero, inflamaba la imaginación del poeta, confería visiones al sacerdote y la seguridad ilimitada en las posibilidades de la propia acción. Es el vehículo de la embriaguez sagrada. En estos y otros sentidos se le compara con Dioniso. Dice en referencia a él un antiguo himno:

"Eleva el alma de la tierra al cielo;
así de grandes y maravillosos son sus dones.
El hombre siente al dios en sus venas
y exclama en voz alta la frase de alabanza:

Nos hemos saciado con el jugo del Soma
y nos hemos vuelto inmortales;
hemos entrado en la luz,
y a todos los dioses hemos conocido".

Y aquí le tenemos, expléndido y brillante emergiendo del agua. Confirma con su presencia que desde este recinto sagrado y a través de él, obran los dioses o las fuerzas del mundo, dando forma al caos informe. Pero, ¿cómo?
Judith, Gabrielle y yo estuvimos pensando como abordar su comprensión de forma directa, ya que de seguir especulando, corríamos el riesgo de perdernos en las formas de las palabras que utilizábamos para hablar de todo ello.
Gabrielle me explicó que trataría de comprender la naturaleza del propio cable, cuya cima tomaba la forma del Soma: ¿estaría vivo?, ¿cómo crece? Yo por mi parte quería entender su funcionamiento: ¿cómo actúa? Si como yo pensaba es una fuente de la manifestación, un lugar donde del caos amorfo surge el mundo, sería increíble poder contemplarlo y comprender en la medida en que fuera capaz de hacerlo.
Con esos propósitos subimos esa tarde hasta la sala donde está la piscina, sala que ocupa la última planta de la torre por completo.
La rosada luz primaveral que aquella tarde entraba por los ventanales se reflejaba sobre el agua haciendo que sus ondas luminosas danzaran parsimoniosas por el techo y los muros.
Y en el centro del centro, la planta del Soma emergiendo del agua.
Al contemplar aquello se dibujó una gran sonrisa en mi cara. Pensé que precisamente yo, nadie en particular, tenía acceso a aquel lugar y tal vez estaba a punto de contemplar el proceso de los procesos, el misterio de los misterios.
Kairós volaba en frente de mí.


sábado, 7 de abril de 2007

Los misterios

Mucha gente piensa erróneamente que no es posible compatibilizar la actitud o el pensamiento científico con la actitud mística hacia la vida. En realidad son perfectamente compatibles. La ciencia se centra en los problemas, que son aquellas cuestiones que se deben resolver, pero un misterio es algo de naturaleza totalmente distinta. Un misterio no es para resolverlo, sino para vivirlo, para experimentarlo; es el encuentro con un dios, es el camino por un laberinto, es la abolición del tiempo.
Ambos tipos de conocimiento son perfectamente válidos e importantes, el problema viene cuando uno invade el territorio del otro. Muchas explicaciones supuestamente científicas a ciertos misterios no son más que propuestas simplistas que la mayor parte de las veces más que ayudar a explicar realmente algo, lo trivializan o banalizan totalmente, privando a aquel a quien satisfacen de llegar a un conocimiento más profundo, actuando como un veneno que adormece el verdadero sentido del misterio, robando las llaves que abren todas las puertas.
Si puede resolverse con una explicación es que no es un verdadero misterio, pues la esencia del misterio es escurridiza, ajena a lo analítico y racional. Pertenece a un reino diferente donde mantiene toda su potencia transformadora.
Para salir en su busca basta con despertar el anhelo más profundo, dejarse arrebatar, mantener activa esa visión... Esto es para mí recolectar "miel para la señora del laberinto", la ofrenda más sagrada para la diosa.
Cuando haya recogido suficiente iré en su busca.

miércoles, 4 de abril de 2007

El decálogo del caósofo

No es que pretenda definir el concepto de caosofía. No quiero ser yo quien limite los significados que pueda tener ese término, ni siquiera para mí. Sí querría explicar sus implicaciones en mi forma de entender el mundo. Aquí están las cinco más importantes.
- Reverencia por la incertidumbre.
Allí donde hay incertidumbre hay posibilidad de sorpresa, de lo nuevo o lo fantástico. Las certidumbres son callejones sin salida y rara vez son verdades. Lo que crees saber es más bien una aproximación a la realidad con la que funcionar hasta conseguir una aproximación mejor. Los momentos en los que descubres mejores aproximaciones se convierten en epifanías. ¡Abajo los esquemas!
A veces una partícula como un electrón utiliza la incertidumbre para atravesar una barrera infranqueable (se llama efecto túnel). Aprendamos del electrón.

- Los objetos son redes de relaciones inmersas en redes mayores.
Para conocer de forma profunda cualquier cosa, cualquier sistema, es fundamental no sólo conocer sus partes, sino cómo se relacionan éstas entre si. Conocer su red de relaciones o patrón. El objeto es entendido como un proceso, nunca aislado del resto. Esto lleva al siguiente punto.

- El estado de cualquier entidad en un momento dado depende del estado de todo lo demás.
Nada está aislado. La red de relaciones es a veces poco o nada evidente, pero existe. No hay que subestimar la influencia mutua de entidades que parecen aisladas.
Separar el universo en categorías es cosa de nuestra mente y del lenguaje. El lenguaje es sólo una aproximación para funcionar. Quien lo olvida corre el riesgo de confundir el mapa con el territorio.

- Cualquier cosa puede ser una semilla del caos si se encuentra en el lugar y la dinámica adecuada.
El elemento o evento más insignificante puede ver amplificado su efecto debido a la interconexión de todo, si se encuentra en la dinámica adecuada. Su influencia pasa a tener consecuencias nada insignificantes. Las alas de la mariposa, una frase en el momento oportuno, una célula que se vuelve cancerosa, una idea...

- El tiempo es una manifestación de la interconexión de todo.
Los sistemas al estar conectados y abiertos al resto del universo, evolucionan en un sentido y no en el inverso. Este sentido es la flecha del tiempo que depende de la entropía, y en ella reside el secreto de la creatividad de la naturaleza.
La irreversibilidad de la flecha del tiempo no sólo hace que al caer una taza al suelo se rompa en añicos y nunca veamos que sucede al revés (añicos saltando del suelo para unirse en una taza). También hay irreversibilidad cuando un ser vivo toma energía en forma de luz o alimentos y se autogenera y automantiene. Cuando crece, cuando se reproduce. Hay irreversibilidad en el nacimiento y evolución de una estrella.

En resumen, más que pretender controlar los sistemas complejos mediante la separación en partes, la cuantificación y analizando la causalidad, el caósofo agudiza sus intuiciones acerca del funcionamiento global del mundo para interactuar con él de la forma más armoniosa posible.
¿Seré capaz?

martes, 3 de abril de 2007

El hexágono turbulento



Un magnífico ejemplo de caos turbulento generando orden, el hexágono del polo norte de Saturno. Hidrógeno, helio y metano danzando lejos del equilibrio.
Cuando un sistema está en equilibrio está muerto para la novedad, no se generarán nuevos órdenes ni surgirán nuevas propiedades. Lejos del equilibrio, como explicó el físico Ilya Prigonine, el flujo constante de energía puede llevar un sistema caótico a dar un salto cualitativo, generándose una estructura ordenada que se automantendrá a condición de que continúe el flujo de energía con el entorno. Estas estructuras fueron definidas por él con el nombre de estructuras disipativas, dado que disipan energía constantemente, pagando así la deuda de su existencia con la entropía universal.
Lejos de suponer el monstruo que todo lo devora, un concepto que sólo denota desorden y degeneración, la entropía es el motor que marca la flecha del tiempo, indica el sentido en el que evolucionan los sistemas, el despliegue de las maravillas de la complejidad, como el hexágono de Saturno.
Como la vida.

lunes, 2 de abril de 2007

El templo inconcebible VI. Conclusión final. Escribiendo desde el centro del mundo.

Heme aquí, en la piscina de la torre de vuelta en París, tratando de ordenar mis ideas para comunicarlas a otros. Escribiendo después de un baño en nuestro estanque sagrado, hasta el cual se prolonga el cable, el clavo.
Al construir este edificio, consciente o fortuitamente, Perret y Oriana repitieron el antiguo rito de fundación. Cualquier recinto, ciudad o templo para llegar a ser sagrado debe participar del simbolismo del centro del mundo. Explica Mircea Eliade en su libro "El mito del eterno retorno" que el centro es la zona de lo sagrado por excelencia, de la realidad absoluta. El camino al centro es un rito de paso de lo profano a lo sagrado.
El centro, sea visto como montaña sagrada, ciudad, templo, palacio o árbol por las diferentes culturas, representa el eje del mundo, el lugar donde se unen el cielo, la tierra y el inframundo, las tres regiones cósmicas. Este lugar sagrado no sólo es el centro del mundo, sino que pasa a representar el lugar en el que comenzó la creación, donde se cumple el paso de lo no manifestado a la manifestación, del caos al cosmos.
Por ejemplo, Babilonia (Bab-ilani o puerta de los dioses), estaba construida sobre bab-apso, la puerta de apsu, el nombre de las aguas del caos anterior a la creación.
El omphalos que había en el oráculo de Delfos era también considerado el centro del universo creado y vía de comunicación de los tres mundos. Estaba situado sobre el lugar en el que Apolo había matado a la serpiente Pitón, simbolizando la potencia que domina a las fuerzas de esta deidad infernal que era un azote sobre la tierra (se cuenta también que Apolo no la destruyó para eliminarla, sino para apoderarse de sus poderes proféticos).
En muchas otras tradiciones el caos también se representa como algún tipo de monstruo o serpiente y el acto de la creación viene dado por su sacrificio por parte de un dios. Como el Leviatán abatido por Baal en la tradición fenicia, la serpiente vencida por Indra según la tradición hindú o el dios Marduk matando a Tiamat en el mito de la creación mesopotámico narrado en el Enuma Elish. Tiamat debe morir porque simboliza la inercia por la cual los dioses seguirían siempre inactivos y nada cambiaría jamás.
Emulando esta hazaña primordial, cuenta Eliade que existe una tradición en la India por la que un astrólogo indica el punto de los cimientos de un edificio en el que debe clavarse una estaca para "fijar bien la cabeza de la serpiente".
Mediante los ritos de construcción como este, se sacrifica el caos amorfo que es aquello que impide que el mundo se haga o perdure. Estos ritos implican, según Eliade, que nada puede durar si no está animado, dotado de un alma mediante un sacrificio con lo que se asegura la realidad y duración de la construcción.
Todo espacio así consagrado coincide con el centro del mundo, y la construcción se proyecta del tiempo mundano al tiempo mítico, tiempo en que se produjo la fundación del mundo. Se hacen sagrados tanto el tiempo como el espacio.
El clavo del templo inconcebible de Padmasambhava, o el cable en nuestra torre, es la estaca en la cabeza de la serpiente, el rito de emulación del gran mago cuando comenzó la manifestación, cuando el caos pasó de ser algo inerte a la fuente de toda creación. Es el artefacto que en manos de un héroe civilizador puede moldear el mundo. La magia más antigua.
Y es por eso que aquí junto a la piscina, el tiempo convencional se esfuma para dar paso a la eternidad, sólo comparable para mí a lo que siento junto a Olympia, mi mensajera de Apolo.
Y es por el rito que este edificio esta dotado de alma. Le llamamos Onire, y cada día que pasa tenemos más que aprender de ella. Hace que este sitio sea más real y duradero.
Nosotros cuidamos de ella y ella del cosmos.

El templo inconcebible V. El Gran Mago

Mientras Elyse dormía en su turno, me senté cerca de ella a meditar sobre lo que habíamos descubierto. Tenía miedo de centrarme en sutilezas y perderme el gran meollo, el conocimiento importante que podría obtener de esta búsqueda. Si ocurría así, más me valdría haberme ido de vacaciones a la costa.
Cuando el cielo comenzó a verse de color azul oscuro, sentí una fuerte presencia detrás de mí. Era un hombre de aspecto hindú y rostro muy sereno. Llevaba dos cuencos de arroz, uno en cada mano. Me saludó por mi nombre y se sentó junto a mí, ofreciéndome el cuenco que llevaba en su mano izquierda. Todas las fibras de mi ser me decían que era Padmasambhava, quien según la leyenda, al abandonar el Tíbet prometió que regresaría todos los meses el décimo día de la luna creciente para bendecir a quienes invocaran su nombre.
Le agradecí el arroz y comenzamos a comer lentamente. Aquella comida restauró todas mis fuerzas.
Le conté mi encuentro con la criatura del laberinto. El asintió y me dijo que no debía meditar sobre aquello que era mera apariencia, ya que todo son manifestaciones de la realidad última, de la Unidad. Todo es Brahman.
Me explicó que la misma creación del mundo se realiza por el autosacrificio de Brahman, entendido como acto sacralizador, mediante el cual el Dios se convierte en el mundo. Así, Brahman es el gran mago que se transforma en el mundo realizando esta hazaña con su mágico poder creativo.
Me explicó que el concepto maya significaba el poder y la fuerza del mago divino, pero que con el tiempo ha llegado a significar el estado mental de cualquiera que se halle bajo el encanto de su obra mágica, confundiendo la multitud de las formas del mundo con la realidad última. Todas las formas son el relativo y fluido maya conjuradas por el gran mago. Lila es el nombre que recibe este proceso rítmico y dinámico.
Pensé que no era diferente del taoismo donde la realidad última es el Tao y su potencia creativa inagotable, mediante la cual se crean todas las cosas, recibe el nombre de Te.
Tampoco diferente a la cábala, donde el mundo es la manifestación de un proceso dinámico resultado de Dios actuando sobre sí mismo.
Entendí que participar de este poder creativo era la función del clavo y él asintió. Le pregunté entonces quién había elaborado algo así. Él me dijo que la pregunta era más bien por qué se habían dejado de fabricar artefactos como aquel, dándome a entender que no se trataba de una excepción llevada a cabo por un artífice increíblemente sabio, sino que fue un conocimiento más extendido. Me explicó que sus propios conocimientos sobre el tema los transmitió a su esposa, la princesa Ye-shes Tsho-rgyal, quien fundó una escuela de tantra encargada de guardar los "tesoros ocultos" para cuando el mundo necesitara de ellos. Pensé que esa escuela debía seguir existiendo.
Con el silencio que siguió me incitaba a que la buscara algún día.
Se levantó para marcharse, llenando antes de nuevo mi cuenco con arroz para que se lo diera de comer a Elyse cuando despertara.
Después, cuando el sol comenzó a despuntar, se desvaneció.

domingo, 1 de abril de 2007

El templo inconcebible IV. Aprendiendo de mi locura

Después de lo ocurrido durante la noche, decidí permanecer lo más alerta posible. Elyse me pidió que en cuanto estuviéramos cerca de las ruinas, utilizara mis hechizos para tratar de encontrar el clavo. Por mi parte decidí prestar mucha atención al Otro lado para evitar que volvieran a sorprendernos.
La ruta de esa mañana fue menos arriesgada que la jornada anterior, aunque cada ráfaga de viento y cada sombra de una roca parecían observar nuestro paso. Me negué a despedirme mentalmente de nada ni de nadie. Debía estar muy atento y mantenerme lo más sereno posible.
Fue pasado el mediodía cuando Elyse me indicó que ya estábamos cerca. No había necesidad de que lo hiciera. El aire parecía como tensado y una niebla espectral cubría el paisaje. Me concentré con el pequeño espejo y siguiendo el humo de un cigarrillo comencé a adentrar mis sentidos al Otro lado. El paisaje era más oscuro y la niebla formaba decenas de figuras que nos observaban desde ambos lados de la senda que seguíamos. Una quietud vigilante. Pero la presencia más intensa se encontraba en nuestro camino, frente a nosotros, unos veinte metros adelante. Parecía un hombre tibetano con ropajes de la zona, aunque muy alto. Y lo más terrible eran sus ojos. Incluso a esa distancia desvié la mirada por temor a caer fulminado.
Elyse sacó de un bolsillo una pistola que yo ni sabía que tenía. Le apuntó.
Entonces todo ocurrió muy rápido.
Un fogonazo prendió en la mano de Elyse y su pistola se volatilizó mientras ella caía de rodillas entre alaridos de sorpresa y dolor. La criatura apareció junto a mí y en un instante, antes de que pudiera ni gritar, me levantó del suelo agarrándome de la ropa, llevándome en volandas hasta la cima de un risco cercano.
Y vi sus ojos.
Tras ellos moraba una furia y un fuego apenas contenido que amenazaba con escapar pulverizándome a su paso. Desvié la mirada aterrado cuando nos posamos sobre la roca. Al bajar la vista hacia el suelo vi las ruinas del templo a quince metros bajo mis pies y junto a ellas un paisaje espantoso. Se abría el suelo para mostrar una sima en cuyo interior asomaba un laberinto cuyas paredes parecían formadas de fuego o de roca incandescente. Si me soltaba caería directamente en su interior.
Entonces comenzó a hablar en un idioma que no pude identificar pero que entendí perfectamente:
- Escucha mago. Este lugar ya no os pertenece. Hemos vuelto. Somos las fuerzas contenidas en la Voluntad y estos son nuestros dominios. Si tú o los tuyos volvéis, me llevaré tu alma y la de ella. Y nadie quedará con vida.
Pensé:
-Pola, estás ante un volcán, un terremoto. Es un espíritu de la naturaleza, terrible, pero una fuerza que tiene su papel y está en su terreno. Sé el mosquito taoista que debes ser. Comprende y retírate. Mataros es lo menos cruel que puede haceros. Entiéndelo, es una fuerza del caos de este lugar que durante un tiempo estuvo sometida por el poder del clavo y que no desea volver a estarlo. Comprensible. Dile que sí y lárgate. El clavo ya no debe estar aquí.-
Sin volver a mirarle a los ojos le dije que sí y me dejó sobre el suelo, para después saltar al interior del laberinto, cerrándose la tierra sobre él tras su paso.
Todo quedó en absoluto silencio.
Aun no sé cómo bajé tan rápido, pero en un instante me encontraba junto a Elyse que había hundido su mano herida en la nieve. Parecía absolutamente aturdida.
- Nos vamos.- Le dije.
- Ni hablar tío, tenemos que encontrar el clavo.
- Calla, confía en mí. Vámonos.
Pensé que me iba a golpear con su mano sana, pero comprendió que mi gesto era el de quien conoce un secreto y se hace el interesante para desvelarlo más tarde. Es una experta, ya que se pasó haciéndomelo a mí durante todo el viaje de llegada hasta aquí. Ahora pensaba "vengarme" en la vuelta. Le dije que no iba hablar de esto hasta que no estuviéramos volando lejos de aquí.
Nos pusimos en marcha sin parar de mirar atrás hasta que volvimos a la caverna. Ahora estábamos casi seguros de que no vendrían a hacernos daño. Lo habrían hecho ya.
Esta vez si que recuerdo que nos turnamos para dormir, pero yo no lo conseguí. Si cerraba los ojos veía los de aquella criatura y sentía que perdía la razón. En un intento de aferrarme a algo familiar, pensé que si iba a volverme loco quería al menos conservar cierto sentido de la realidad a la manera de Egon, un curioso personaje de París que se hace llamar El Maestro del Caos. Oí entonces la voz de Egon en mi cabeza:
- Venga pequeño aprendiz, ¿por qué crees que no te ha matado?
- No lo sé - le dije.
- Pero piensa hombre. Reparos morales no parecía que tuviera.
- Entonces es que no le interesaba hacerlo. Tal vez espere que le conduzcamos hasta el clavo.
- ¿Y para qué crees que lo querría?
- Bueno, no sé, supongo que le interesa no volver a verlo por aquí. Parecía temerlo.
- Sigue que vas bien. Pero, ¿por qué no te ha matado? ¿Por qué ha preferido pactar la paz contigo?
- ¿Por miedo entonces?, ¿miedo de que si nos mataba los demás vinieran aquí a someterlos de nuevo?... ¡Mierda!, ¡Claro!
- ¡Hombre!, ¿por fin una conclusión?
- Sé dónde está el clavo. Dónde ha estado todo este tiempo. Ése es su increíble poder. No sólo recolectar quintaesencia de la tierra, sino someter al propio caos y crear el mundo a partir de él. ¡El cable!
- Bueno chico, y pasando a cosas más interesantes, ¿qué me dices de esa especie de Indiana Jones con tetas?, ¿te gusta?
- Hombre, pues está muy bien.
- ¡Qué idiota! No sabes lo que quieres.
- ¡Sí que lo sé!
- ¿Pola?- escuché a Elyse mientras me zarandeaba- creo que estas delirando, ¿estás bien?
- Se me está yendo la cabeza - contesté - pero todo está bien. ¡Tenemos que salir de aquí con vida!
- Tienes los ojos demasiado abiertos tío. Respira anda, respira.
 
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