sábado, 31 de marzo de 2007

El templo inconcebible III. Noche en la caverna

Desperté a Elyse y le conté lo que había visto en el techo de la habitación. Ella me animó como cuando se quiere tranquilizar a un niño tras una pesadilla, sólo que sabiendo que no puedes decirle que los monstruos no saben caminar por la vigilia.
Con estos pensamientos comenzamos nuestra ruta al amanecer.
La sensación de vastedad y soledad me encogían el alma. Un paisaje como aquel te devuelve la perspectiva que te corresponde como mota de polvo de la inmensidad. Traté de disfrutar al máximo la experiencia, dejándome inundar por lo que sentí en un mundo donde los dioses de la tierra acaban de levantar los pilares que los dioses de la entropía aún no han tenido tiempo de desgastar.
Sobre esta parte del camino es justo también comentar que sólo mi suerte proverbial y la pericia de Elyse evitaron que me despeñara.
Finalmente, casi al anochecer, llegamos hasta la cueva de la que habíamos hablado. Al entrar allí sentí una paz especial, el recogimiento en el silencio en medio de aquel paisaje a merced del viento. Recordé que según la leyenda, Padmasambhava, a pesar de haber construido el templo, moraba con sus seguidores en una caverna cercana. Bien podría haber sido aquella. Quise poner de manifiesto aquella sensación y lancé al aire una hoja de papel hecha añicos para observar que me mostraba el vuelo de sus fragmentos. Los trozos flotaron hasta un rincón de la caverna y antes de caer al suelo, por un instante, formaron la silueta de un hombre sentado en la posición del loto. Sin duda todavía resonaba la presencia de aquellos hombres. Pensé que sería un buen refugio. Luego se mostró que esa noche, sólo lo sería del frío.
Nos acomodamos lo más cálidamente que pudimos y ya no recuerdo si decidimos turnarnos para dormir.
Lo que siguió aquella noche me es difícil de narrar. En parte porque se ha desdibujado de mi memoria como acostumbran a hacer los sueños. Digamos que me desperté en la noche al escuchar los sonidos de un combate que se libraba en la fría oscuridad exterior. Elyse no estaba y fuera se veían relámpagos y se oían sobrecogedores aullidos y rugidos. Cuando cesaron los sonidos una bestia, sólo vagamente parecida a una lobo gigante, se desplomaba herida en la cueva para después transformarse en Elyse moribunda. Traté de ayudarla sabiendo que si no hacía algo, moriría en unas horas. Me eché a llorar desesperado sintiéndome el ser más inútil sobre la tierra. Ella me hablaba de que nuestra búsqueda valía la pena. No recuerdo que contesté, sólo que quería ponerme en contacto como fuera con Judith, mientras le daba a beber el agua que traje conmigo de la piscina de la torre, confiando en que su fuerza pudiera aliviarla.
Cuando comenzó a haber luz, se oyeron unos pasos en la entrada de la cueva. Era Judith que decía que había venido preocupada por no haber podido sentirnos en la distancia durante días. En principio me sentí enloquecer de alegría por no estar solo, pero poco a poco su conversación hizo que a pesar del cansancio y la desesperación entreviera al fin qué estaba pasando. Ciertas preguntas y tonos en su voz y comprendí con horror que no era Judith quien estaba frente a nosotros. Era uno de ellos, un demonio de aquella tierra. Y comprendí que mi conversación había delatado que estábamos allí buscando el clavo. Pedí perdón mentalmente por las consecuencias que mi error pudiera traer a mis compañeros, mientras entendía que no tenía ningún lugar a donde huir.
Fue entonces cuando todo se desvaneció y volví a encontrarme en la noche tumbado junto a Elyse en nuestro campamento en la caverna. Aun no había amanecido. Ambos teníamos sangre saliendo de nuestro oído y una terrible resaca. Le pregunté que había experimentado y le conté parte de mis visiones pero no mencioné el clavo, ya que aun no estaba convencido del todo de que aquello no fuera también parte de una trampa. Comprendimos que aquellas criaturas ya sabían para qué estábamos allí y también que a pesar de ello seguíamos vivos.
Sabiendo que estábamos en su terreno y a su entera merced, decidimos que seguiríamos hasta el final, que de todas formas, quedaba ya más cerca que la vuelta sobre nuestros pasos.

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