Era el mes de mayo cuando comenzaron a producirse unos extraños casos de catatonia que en sólo unas semanas llegaron a afectar a seis personas; todos en la ciudad, algunos turistas y otros praguenses, habían sido encontrados no inconscientes, pero sí sin voluntad. Eran incapaces de reaccionar a ningún estímulo, como si se hubieran transformado en una carcasa vacía. Todos se encontraban entre dos espejos enfrentados cuando el ataque les sobrevino. Pero eso lo descubrimos más tarde.
Que uno de los afectados fuera Dusan Kikal, aquel notario de mirada inquieta que solía acudir a las conferencias de la Sociedad Ocultista de Praga junto a Dragan Radinojevic y sus "acólitos" (como Aneta los llamaba), fue lo que hizo que Roman empezara a atar cabos.
A manos de Roman habían llegado hacía tiempo unos escritos en clave de finales del siglo XVI en los que el Doctor John Dee describía su "máquina". Con ella era capaz no sólo de invocar a los espíritus con la ayuda de su colega Edward Kelly, sino que podía atraparlos en objetos para emplear sus poderes a voluntad. Con ella pretendía crear toda suerte de talismanes con los espíritus apropiados. Sin embargo la máquina funcionaba en sí misma porque incluía un antiguo talismán, un espejo egipcio con un espíritu cuyo poder era el de atar a otros.
Lo que Kikal no sabía el día que el artefacto fue enviado a su casa desde Londres, es que jamás debía abrirse con otro espejo presente en la habitación. Si esto ocurría, el espíritu del espejo podía liberar una parte de sí mismo robando la fuerza espiritual del desdichado cuyo reflejo se multiplicaba entre los espejos enfrentados. Después era libre de viajar por los reflejos y seguir cobrando poder cuando era capaz de sorprender a alguna otra víctima en la misma situación; como aquella bailarina, aquel camarero o aquellos turistas.
El resto de los colegas de Kikal no fueron tan estúpidos y supieron utilizar bien la máquina.
Para cuando Roman, Aneta y yo comenzamos a investigar, habían ganado mucho poder y esperaban conseguir mucho más. No pensaban permitir que nada ni nadie se interpusiera en sus planes y por eso acabaron con ellos. No lo hicieron conmigo porque no sabían de mi existencia. Por fortuna yo no estaba en la casa de Praga con mis compañeros, sino siguiendo parte de la investigación en Inglaterra.
Entonces atacaron; me los imagino borrachos de poder, sintiéndose medio hombres medio demonios cuando utilizando sus talismanes, entraron sin ser detectados y los apuñalaron en la noche, sin que a penas tuvieran tiempo de reaccionar.
Cuando volví de Londres no había nadie en la casa y no había podido contactar con ellos por teléfono desde hacía días. Jamás habría averiguado qué pasó de no ser porque los que ahora son mis compañeros en París fueron también a Praga siguiendo la máquina por sus propios intereses e investigaciones. Los recuerdo en trance en la habitación de Roman y Aneta describiéndome la escena de su asesinato -que había tenido lugar hacía una semana- como si transcurriera en ese instante ante sus ojos. Fue así como supe que con su último hálito de vida y de voluntad, Aneta hizo arder y destruyó la carta que yo le había enviado desde Londres, eliminando con ella toda pista sobre mí.
Aquella carta... Sólo me iba a marchar para una semana, tal vez dos. Pero al despedirme de Aneta tuve una extraña sensación que entonces no supe interpretar. Ya en Londres sentí el impulso de romper lo que había escrito, pero no lo hice. Creo que supe que de no ser así jamás podría decirle lo que sentía por ella. Y así fue. Aunque sé que ella lo sabía.
Y al destruir la carta me salvó la vida.
Jamás los olvidaré, ni nada de lo que aprendí junto a ellos. Y mientras veo como cada día el sol cae más lentamente, me acuerdo de las tardes de Praga, de mi fascinación por ellos, de nuestras conversaciones, de frases como aquella:
- Mira Pola, observa ahora. Observa como esta luz sobre el puente hace que el mundo se vuelva transparente.-
Transparente y eterno.
1 comentario:
el puto Golem persiguiendo goims
Saludos
Anunnaki
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