Siempre se habla de la capacidad transformadora de los viajes. Creo que es muy cierto, aunque puede que en parte se deba a que al enfrentarte a algo a lo que no te has enfrentado nunca aprendes cosas sobre ti que no sabías.
Todo empezó con la llegada de Elyse Spiteri. La primera vez que la vi pensé que se trataba de una chica bonita que Judith había conocido, una turista maltesa a la que había decidido hacerle las vacaciones más interesantes. Luego averiguamos que había venido a husmear a la torre. Tiene una avioneta y se dedica a viajar aquí y allá en busca de cosas de las que en principio se negó a hablar. Es de esas personas que por experiencia (probablemente dolorosa) debe haber averiguado que tras muchas leyendas se esconden partes de verdad. A ver sino por qué querer volver a un recóndito rincón del Tíbet que ha dejado una marca de terror en ella observable con un análisis no muy profundo.
Tras acorralarla un poco confesó que conocía la ubicación de las ruinas de un templo, y que un anciano le había mostrado fotos de unos europeos a los que su padre acompañó en una expedición a finales de los años treinta. Eran los abuelos de Judith. A través de los datos del avión de las fotografías y de lo que aquel hombre pudo recordar había logrado llegar hasta ella. No es complicado. Desde que Judith comenzó con la Fundación para el Pensamiento Antiguo y Medieval su nombre sale en Internet.
Las esperanzas de Elyse por encontrar una pista significativa se acrecentaron cuando vio que el edificio donde vivía Judith tenía una cima muy particular que recordaba, sin lugar a dudas, a la estructura del templo.
Averiguar cada nuevo dato sobre la torre es vital para nosotros. En mi cabeza se agolpaban las preguntas que pensé que ese lugar podría responder: ¿quedaría alguna marca dejada por la actividad del templo mientras estuvo en funcionamiento?, ¿habría alguna pista que tal vez Oriana y Perret pasaron por alto sobre la sabiduría de Cnosos que buscaban allí?, ¿qué cosas en las que no hemos ni pensado podríamos encontrar? Además estaba lo que fuera que Elyse buscaba y que sólo quería contar a quien estuviera dispuesto a acompañarla. Sin pensarlo mucho más me ofrecí.
Así comenzó el viaje. Tras varias escalas, llegamos hasta el aeródromo (más bien un trozo de tierra en el que poder aterrizar) cerca del pueblo más próximo al lugar donde reposan los restos del templo. Antes de marchar había leído en la biblioteca la leyenda de Padmasambhava y su clavo kila, y una vez en camino, Elyse explicó que conocía la leyenda y confesó que lo que ella buscaba en ese lugar era ese artefacto: el clavo con el que Padmasambhava sometía a los demonios.
Después de lo que me han contado mis compañeros sé que por desgracia alguien como ella puede tener sus motivos para buscar algo así. Me interesé por saber qué la llevaba a buscarlo. Se limitó a decirme que si hay demonios, es mejor estar preparado, por si acaso. Una verdad a medias, pero estas cosas no se le cuentan a cualquiera.
Poner un pie en aquella tierra y sentir que era el lugar espiritualmente más extraño en el que había estado fue todo uno. Pasaríamos la noche en un hostal que frecuentan los alpinistas y saldríamos hacia las ruinas al día siguiente. Iban a ser al menos dos días de camino, así que me confié totalmente a la pericia que pudiera tener Elyse para sobrevivir en la montaña. Después de todo ya había estado allí y había vuelto. Habló de una cueva en la que podríamos pernoctar.
Antes de eso, en la escala que hicimos en Pakistán, me contó que cuando encontró las ruinas por primera vez, allí había una presencia que la dejó completamente petrificada. Una silueta, a penas una sombra de aspecto humanoide, pero supo, sin lugar a dudas, que era algo terrible. Una vez pudo moverse, sólo pensó en correr y después se maldijo por haber perdido su oportunidad de encontrar el clavo. Fue cuando decidió continuar la investigación por la pista de los exploradores europeos que la llevó a París donde vive la heredera de Oriana Cannizzaro.
Sabiendo que aquella cosa podía seguir allí, las risas nerviosas y las bromas acerca de lo loco que hay que estar nos acompañaron el resto del viaje. Estuvo a punto incluso de dejarme colgado en el hotel de Pakistán y largarse sin mi. Llegué corriendo hasta el avión un momento antes de que arrancara gracias a un taxista con ganas de aventura. Viendo mi gesto de indignación me dijo que le había caído bien y que no quería que me pasara nada. Nos reímos luego mucho de la reacción peliculera de ambos. El aire de irrealidad de todo hacía más fácil seguir adelante. Y el sentido del humor también.
Durante la noche en la pensión del Tíbet deseé que me hubiera dejado en Pakistán.
Me desperté en la madrugada sobresaltado por un escalofrío. No sabía si sugestionado por las historias de las que habíamos hablado y por el peligro al que nos dirigíamos, me pareció observar por el rabillo del ojo que las sombras tenían extremidades y que se movían arrastrándose por las paredes. Si las miraba directamente desaparecían. Utilicé un pequeño espejo y la luz de una temblorosa vela (de una vela en mi temblorosa mano), para poner de manifiesto si realmente había algo allí. Y lo había. Tras una eternidad de unos segundos la llama osciló antinaturalmente y la débil luz danzando por el techo mostró que en él habían al menos dos sombras como posadas a cuatro patas. La luz pareció molestarlas y corrieron a fundirse con el resto de la inquietante oscuridad.
Pensé que no volvería a dormir en meses, tal vez jamás.
Y sin embargo no sería nada comparado con quien nos esperaba más adelante.
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2 comentarios:
!Oh, Pola!
Me has puesto el alma en vilo.
No se si lo que cuentas es ahora o un recuerdo con mensajes que nos debes contar.
No se si los terrores que mencionas te acucian o disfrutas narrandolos por que sobreviviste y es una importante historia que contar.
No se si tengo que ayudarte o solo escuchar y estar atenta.
Tienes esa facultad preciosa de recordarme lo obvio.
Me has recordado mi viaje.
Me recuerdas lo importante que
es.
Me recuerdas que hay cosas que me distraen y que mis viejas responsabilidades se resienten por ello.
Por eso eres tu el de los Grandes Viajes y yo la de los Pequeños.
Ten cuidado, te lo digo no por que quiera cohibirte o retenerte, si no por que te quiero volver a ver y oír lo que tienes que decirnos.
Ve hasta donde yo no me atrevo.
Y si necesitas mi ayuda...
Solo silba.
No te preocupes Gabrielle. Todo salió bien. Más que bien de hecho. No sólo sobrevivimos sino que ahora comprendo que la magia que tenemos en la torre es la más antigua del mundo.
Pronto charlaremos sobre esto.
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