"no hay camino material que conduzca hasta él
y no pueden recorrerlo los que él mismo no guíe"
Parsifal, de Richard Wagner.
La esencia de la búsqueda que quiero emprender, que he emprendido, siempre ha estado representada por símbolos que expresan su trascendencia, su totalidad, que sólo pueden ser alcanzados tras un arduo camino. Este camino requiere una trasformación de nuestra forma de comprensión, que se orienta en busca del significado profundo, del sentido oculto del mundo. Esta búsqueda en palabras de Henry Corbin "expresa una experiencia humana fundamental, que es de una fecundidad inagotable. Dondequiera que es vivida el mismo síntoma aparece, anunciando el sentimiento de una trascendencia que prevalece contra toda coerción y colectivización de la persona." Es pues una búsqueda universal e intemporal.
¿Y qué es lo buscado? Esto es lo más difícil de expresar y por eso mismo se han empleado para ello tantos símbolos. De nuevo en palabras de Corbin: "tal vez el medio más directo de situar este universo consista en constatar el vacío que deja su ausencia."
Es el vacío del paraíso perdido y el anhelo del retorno, la reunificación, alcanzar el centro y la propia totalidad. Encontrar el Grial y no sólo verlo, sino comprenderlo.
En los relatos medievales de la búsqueda del Grial el caballero encuentra al rey pescador y es testigo del mal que aqueja al monarca y a su reino. Sólo es capaz de triunfar en su cometido si tras comprender la tragedia que supone la decadencia y después de que le sea mostrado el Grial, plantea el problema de la restauración. Aquel que ve el Grial y (se) hace la pregunta, es aquel que no quiere ser un simple testigo de la decadencia, sino que está dispuesto a comprender y a trasformar el mundo a la luz de su nueva comprensión. El reino del rey pescador es un símbolo del mundo que debe ser restaurado y el Grial es aquello que otorga todas las riquezas y dones y devuelve la vitalidad: "es por la virtud de esta piedra que el fénix se consume y se convierte en cenizas; de ellas renace la vida" dice sobre el Grial en el Parzifal de Wolfram von Eschembach.
Recuperar el sentido de la unidad y de la eternidad mediante la restauración del estado original es la vuelta al centro.
Como explica Juan Eduardo Cirlot en su diccionario de símbolos: "el paso de la circunferencia a su centro equivale al paso de lo exterior a lo interior, de la forma a la contemplación, de la multiplicidad a la unidad, del espacio a lo inespacial y del tiempo a lo intemporal."
Por algo en el centro del paraíso está el Árbol de la Vida, inaccesible para el ser humano "caído", aquel que ha perdido el sentido de la eternidad.
En la Europa medieval se creía en la existencia de un reino cristiano maravilloso, una especie de paraíso en el que crecía el Árbol de la Vida y en el que se encontraba la Fuente de la Eterna Juventud entre otras maravillas. Se lo situaba en muchos lugares, entre otros la India o Etiopía. Era el reino del Preste Juan, que los autores de historias del Grial llegaron a incorporar a sus relatos dada su gran popularidad. Es nombrado tanto en el Parzifal de Eschembach como en
el jóven Titurel de Albrecht von Scharfenberg, donde es el propio Parzifal quien asume la función del Preste Juan llevando el Grial hasta su reino. Surgió así este lugar como símbolo del paraíso perdido y se realizaron esfuerzos reales por encontrarlo, como los de Joao II, rey de Portugal, quien envió a algunos exploradores en su busca. Uno de ellos fue Joao Alfonso de Aveiro, también conocido como Alfonso de Paiva, quien según los libros de historia, murió en Egipto en 1490 a la edad de treinta años después de haber fracaso en su intento de encontrar al Preste en Etiopía.
Sobre Joao prometo que en otro momento me extenderé más. Por ahora valga con comentar que cuando le conocí y le pregunté por qué marchó en busca del reino del Preste me contestó:
- No es la búsqueda de un reino en el que esconderse, sino que aquel que lo encuentre sabrá traer ese reino hasta éste.
Más tarde fui yo quien se marchó a Etiopía.
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