sábado, 9 de junio de 2007

El inmóvil señor del movimiento

Estuve meditando sobre el consejo de Karel para tratar de vincularme a la estrella Polar. Sería un medio de orientarme hacia ella, preludio del día en que tal vez fuera capaz de escalar el monte que me llevará hasta allí. Pero mi magia no funciona mediante talismanes, sino mediante la observación de las cosas que a veces te revelan sus secretos escondidos tras cada voluta, cada onda, cada evento que parece y es fortuito pero que está conectado al resto del cosmos y por tanto lo delata. No debía ser diferente con las estrellas que forman infinitos dibujos en el cielo sobre el cual los antiguos leyeron tantos mensajes. Quería ser capaz de compartir un poco de su sabiduría, la de aquellos que reciben directamente la influencia de la actividad en el cielo.
¿Podría yo escuchar sus mensajes? Quería que la propia estrella me indicara el secreto de la orientación, el paso de la circunferencia al centro, el punto que ordena el movimiento sin participar de él.
En la tradición sufí se habla de la orientación respecto al cielo del alma como el ascenso de lo semejante a lo semejante a través de todo el cosmos, el retorno de la luz a la luz, pues es el hombre una partícula de la luz divina. Las partículas encerradas en el hombre sufren la atracción por sus semejantes en el cielo, un magnetismo que es nostalgia y anhelo por el hogar de la totalidad; son las piedras preciosas que aspiran al mundo original del que fueron extraídas.
Está pues en ti la materia del talismán que resuena con la roca esmeralda del polo, aquello que ya participa de las energías de la estrella a la que pertenece. No es necesaria otra piedra preciosa sino la que anhela desde el interior contemplarse y completarse en el cielo, hogar original en el oriente luminoso.

Aquella noche viajé a kilómetros de París. Busqué un lugar oscuro donde escuchar al cielo nocturno y me tendí en la tierra bañado en su luz. Lo primero que me asaltó fue la emoción de su profundidad, de su infinita riqueza que tantos tendemos a olvidar por el velo en que La luz de las ciudades se ha convertido. Recuperé el sentimiento que se tiene en otros lugares y se tuvo en otras épocas donde la salida del sol, la luna y las estrellas era el acontecimiento cósmico ante el que maravillarse cada día. La oscuridad llena de luz era todo a mi alrededor y pronto me sentí como flotando en ella, compartiendo el movimiento ordenado por aquel punto magnético. Concentrándome en la clave de la bóveda, sentí cómo atraía al pequeño vástago, la pequeña esquirla que le pertenece y que ahora mora en mi pecho. Sentí que descendía sobre mí su asentimiento, su "sí, en realidad conoces el camino pues esta es tu casa" y el mensaje que me traía su luz, como la carta que llega al príncipe parto en el canto de la perla me decía:

"Danza conmigo. Soy el inmóvil señor del movimiento. Conoce la armonía no manifiesta de las conexiones ocultas y conviértete en un hombre verdadero."

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