Sobre la brillante tierra despertada por la aurora se formó un camino luminoso. Conducía hacia aquel árbol cuyas hojas parecían cirios encendidos por el reflejo del sol, aunque intuí que no era el final del trayecto sino algún tipo de umbral misterioso. Como fuera de mí me puse en marcha caminando despacio, sintiendo que le otorgaba así a cada paso la trascendencia que merecía. Me entraron ganas de llorar y reír y creo que lo estaba haciendo todo al mismo tiempo cuando sentí un escalofriante viento cortante a mi alrededor. No era como el frío aire matutino con el que me había sentido arropado, sino una amenaza expectante que empezaba a cobrar una intensidad opresiva.
Mis piernas comenzaron a pesar y mi pulso se aceleró con fuerza mientras trataba de comprender y de ubicar la fuente de aquel terror repentino. Entonces, sintiendo como si unos dedos fríos acariciaran mi nuca, supe que una terrible presencia se encontraba a mi espalda. Sentía su atención muy fija y todo el peso de su mirada. Intenté girarme con todas mis fuerzas y aunque me sentía casi paralizado pude hacerlo muy lentamente.
Detrás el paisaje había cambiado: estaba muy oscuro, como si hubiera retornado la noche, pero no una noche corriente que sabes que terminará con un nuevo amanecer, sino la noche más oscura que jamás termina. Me di cuenta entonces que mi temor y los negros pensamientos que me asaltaban eran como el eco de una voz que arrastraba aquel viento, sugerencias que hundían mi ánimo y me arrebataban el calor y la vida. Y aquel árbol estaba tan cerca...
El viento me decía que no se llevaría sólo mi vida, sino que me arrebataría mi alma, llevándola al pozo del que había emergido:
- criatura despreciable - sentí que decía su voz en mi interior -, no habrá tierra bajo tus pies ni nada que te sostenga. Caerás, caerás... Nos perteneces.
- No es cierto, ¡no lo es! - quería pensar mientras mis esperanzas flaqueaban al ver como la negrura comenzaba a oscurecer el suelo bajo mis pies.
En medio de aquella nada me pareció intuir la forma de una silueta aún más oscura, pues en ese momento se movió y uno de sus largos brazos se levantó hacia mí mientras extendía lentamente sus dedos. Aunque estaba lejos sentí que rozaba mi cara mientras una risa parecida a un siniestro gorgoteo resonaba a mi alrededor helándome la sangre.
Pero podía sentir el suave calor matutino calentando mi espalda.
- No es cierto - dije con un débil hilo de voz -. Tal vez me mates pero no puedes llevarme contigo.
Y aquella frase me sorprendió a mí mismo.
Era una certeza, ¡era fe! y traía consigo una paz y una fuerza que no pensé que poseyera; la de aquel que ha comprendido que no tiene miedo a la muerte. Por primera vez en mi vida entendí que estaba preparado para ello y al sentir que mis pensamientos y mi voluntad volvían a pertenecerme creo que me permití esbozar una pequeña sonrisa.
Entonces aquella silueta comenzó a acercarse primero con paso lento para después echar a correr, mientras el frío viento se aceleró y rugió con fuerza levantando polvo y piedras a su paso.
Yo sólo pensé que quería brillar, que quería que surgiera de mí la luz, aquello que forma nuestra esencia más profunda y que tantas veces había visto brillar y vibrar en el estanque sagrado de nuestra torre. Me preparé para que fluyera desde mí como si yo fuera un espejo en el que se reflejara aquella aurora perfecta.
Sin embargo, algo más ocurrió, pues escuché el trote y el relincho de un caballo que se aproximaba. Cuando galopó frente a mí vi que tras su paso dejaba un rastro de fuego que formó una barrera entre aquella criatura y yo. Después el luminoso jinete completó un círculo a mi alrededor y ambos quedamos encerrados en el interior de un anillo de fuego. En la confusión del momento me pareció que era una mujer vestida como una princesa oriental, y que un par de azuladas alas se extendían desde su espalda. No podía ver a la criatura pero seguía escuchando sus siniestros gorgoteos y amenazas desde el otro lado del fuego.
Entonces la mujer tensó un arco en el que cargó una flecha mientras entonaba un cántico extraño. La flecha comenzó a brillar con un resplandor dorado y cuando soltó la cuerda surcó el aire y se inflamó como lo había hecho la tierra bajo los cascos de su caballo. Se oyó un impacto más allá del muro de fuego y el gorgoteo se convirtió en un terrible alarido de dolor que terminó cesando tras unos instantes. Cuando el aullido paró también lo hizo el viento y al poco tiempo todo quedó en silencio a excepción del crepitar de aquel fuego sobrenatural.
Aturdido miré a la figura que desmontó ágilmente y caminó despacio hacia mí. Me quedé mirando extasiado y confuso su precioso rostro, sus alas y sus vistosos ropajes. Entonces me di cuenta que sonreía y me pareció percibir aprecio, pero también cierto aire burlón que me resultó familiar. Fue entonces cuando tras varios segundos mirando sus intensos ojos azules perfilados de negro reconocí el rostro de Elyse, tan hermoso como siempre pero con un brillo especial. Totalmente alucinado estiré mi mano para tocarla con el infantil gesto del que quiere comprobar si algo realmente está ahí. Ella miró hacia su hombro mientras la tocaba y mirándome después a mí me dijo con su inconfundible tono socarrón:
- Eh Pola cuidado, que no soy de piedra.
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