domingo, 15 de julio de 2007

La noche

En la soledad de mi escritorio rememoro todo lo que aconteció a continuación. Forzándome a ser sincero trataré de no omitir los detalles de las historias que no nos enaltecen ni enorgullecen. Pero así he resultado ser: no soy Joao ni Santiago. No soy Galahad ni Perceval.

El descenso por las raíces del árbol al final del sendero fue un poco aparatoso pero no largo. Pronto salté de su extremo al suelo y pisé la húmeda tierra de un bosque de extraña y familiar fragancia. Hacía poco que había llovido y el barro y las hojas caídas tapizaban aquel paisaje sombrío apenas iluminado por la huidiza luz de un sol que se ponía. Desorientado miré hacia arriba y el frío y húmedo aire barrió las raíces por las que acababa de bajar como si hubieran estado compuestas de arena.
Pero aquella tierra que pronto me pareció reconocer no sería el final del descenso; sólo el inicio de la noche.

"Quien está solo de noche en campo abierto o camina por tranquilas calles percibe el mundo de otra forma que de día. Algo susurra y suena, no sabe dónde ni qué. El sentimiento también es incierto. Por el más amoroso misterio se experimenta cierta extrañeza, y lo espantoso excita y atrae. No hay más diferencia entre lo muerto y lo vivo, todo está animado y sin alma, durmiente y despierto a la vez. Lo que el día acerca paso a paso y hace reconocible se desprende de improviso en la oscuridad. Como un milagro aparece el encuentro; ¿qué es lo que se revela, una novia mágica, un monstruo o un tronco cualquiera? Todos lo objetos irritan al caminante, juegan con rostros conocidos y al instante se difuminan los contornos. De repente asustan con gestos extraños y de nuevo son familiares e inofensivos.
El peligro acecha por doquier. De la oscura garganta de la noche que se abre frente al caminante puede salir, en cualquier momento y sin advertencia, un asaltante, un horrible espectro o el espíritu intranquilo de un muerto; ¿quién sabe lo que alguna vez ocurrió en aquel lugar? Tal vez la voluntad de nebulosos espíritus maliciosos que lo apartan del camino recto hacia el yermo donde reina el espanto y donde demonios seductores danzan el corro que a nadie deja con vida. ¿Quién puede protegerlo, acompañarlo rectamente y aconsejarlo bien?
El mismo espíritu de la noche, el genio de su bondad, de su encanto, de su ingenio inventivo y de su profunda sabiduría. Ella es la madre de todos los secretos. Cubre a los cansados con el sueño, les quita las inquietudes y divierte sus almas con ensueños. Su protección la busca el infeliz y el perseguido tanto como el astuto al que su oscuridad ambigua proporciona miles de invenciones y habilidades.
Pero la oscuridad de la noche, la que invita al dulce sueño, también otorga al espíritu nueva atención y claridad. Lo hace más conocedor audaz y temerario. Una intuición se enciende o desciende como una estrella, una intuición rara, preciosa y aun mágica.
Así la noche puede asustar y engañar al solitario, y es al mismo tiempo su amiga, ayudante y consejera."

Walter F. Otto. Los dioses de Grecia

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