jueves, 19 de julio de 2007

El puente

"Sabe que el alma, el demonio, el ángel, no son realidades extrínsecas a ti; tú eres ellas mismas."
Najmoddin Kobra.

Aquel bosque estaba sumido en el más inquietante silencio. Pronto incluso el viento cesó, aunque la humedad y el frío seguían siendo penetrantes. En unos instantes se haría de noche y mirando en todas direcciones intenté decidir qué hacer y qué camino tomar antes de que la oscuridad fuera más profunda. La vegetación, el olor del aire y algo más intangible hacía que me embargara la sensación de estar en un lugar familiar, pues todo me recordaba a los bosques de Bohemia en el otoño. Me esforcé en ubicar una luz, un olor, un recuerdo, cualquier cosa que me indicara una dirección hacia la que adentrarme. Finalmente, buscando en el suelo me pareció distinguir un sendero de aquellos que recuerdan vagamente su trazado porque llevan demasiado tiempo sin ser transitados. Decidí seguirlo mientras pudiera verse y me puse a caminar en la dirección de la puesta de sol.
A pesar de que aún quedaba algo de luz y mis ojos se habían acostumbrado a la penumbra, el sendero parecía ser visible ora sí, ora no, en una extraña manera que se me antojó un juego siniestro. Aquello me intranquilizó más si cabe e imaginaba que trataba de extraviarme con algún propósito oscuro. Nervioso, me detuve a mirar hacia arriba. Aunque no vi la luna, la fortuna quiso que estuviera despejado y pudieran verse las estrellas. Esto me reconfortó; aquella sería la única luz de que dispondría a partir de ese momento, instante en que el cielo pasó del azul oscuro al negro.
Cuando devolví toda mi atención al sendero, observé una silueta redondeada unos metros más adelante. Al acercarme vi que era una piedra de casi un metro de alto. Alguien la había colocado allí y su presencia me resultó muy intensa, mucho más que la de los árboles que me rodeaban. Decidí aproximarme con cautela mientras sacaba el mechero de mi bolsillo. Con su llama podría apreciar si tenía algún tipo de marca o inscripción, pero además me proponía utilizar la vibrante luz del fuego para que su movimiento sobre la piedra me delatara a qué se debía su aura numinosa.
Me acuclillé y acerqué la luz. Las sombras danzaron por sus recovecos y me pareció distinguir una forma similar a la de una calavera. Entonces mi respiración hizo oscilar la llama y vi, por un instante, que tenía un rostro cuyos ojos estaban fijos sobre mí. Me aparté de forma brusca y con el sobresalto se apagó el mechero. Estaba seguro de que había sido colocada en el camino para vigilar y me intranquilicé profundamente pensando que aquel que lo hubiera hecho conocía ahora mis pasos.
Cuando los latidos de mi corazón y mi respiración se calmaron lo suficiente para dejarme escuchar otra cosa, me pareció oír el rumor de un río aun lejano. Al menos sería algo que seguir. Pensé llegar hasta él y caminar siguiendo su curso. Tarde o temprano encontraría alguna casa o alguna aldea y no deseaba detenerme en aquel lugar tan sombrío ni continuar caminando por aquel sendero traicionero cuya nada inocente intención parecía ser como mínimo la de extraviarme aún más.
Tomé otra dirección y caminé un buen rato lo más sigiloso posible prestando total atención a todos los sonidos. Comprobé que el rumor del agua se iba acercando pero también que algo más se movía conmigo. Si me detenía sentía su presencia detenida; con la marcha sentía que algo me seguía. ¿Era tal vez una sombra y un eco de mí mismo? Ya no estaba seguro de nada, pero al detenerme a escudriñar por enésima vez la oscuridad a mi espalda lo vi. A menos de diez metros, un lobo negro, enorme, cuyos ojos brillaban intensamente fijos en mí, adelantó y bajó su cabeza mientras emitía un gruñido que sonaba a amenaza y a muerte. Aterrado, recordé una vez más lo inapropiada que resulta mi magia para defenderme de algo así, si es que eso era posible, pues sabía que podría alcanzarme con un solo salto.
Durante unos instantes eternos permaneció así para después, con un sigilo antinatural tratándose de una bestia de semejante tamaño, desaparecer rápidamente de nuevo en la espesura. Alarmado pensé que tal vez me estuviera rodeando y giré sobre mí mismo tratando de abarcar todo lo posible con mi vista, una y otra vez, seguro de que no andaba lejos, aunque por ahora hubiese decidido no acercarse más.
Seguí caminando hacia el sonido del río sin dejar de girarme, desesperado, con la sensación de que podría atacarme en cualquier momento y la vaga esperanza de que si esa fuera su intención lo habría hecho ya. Quería creer incluso ¿por qué no?, que tal vez me escoltaba o protegía.
No sé cuánto rato estuve caminando sin seguir más dirección que el sonido. Espoleado por el pánico que me provocaba el acecho de la criatura llegué al río y encontré algo sorprendente.
Junto a la orilla, cerca de donde salí de la espesura, estaba la torre gótica del puente de Carlos, la magnífica puerta que se alza en el lado de la Ciudad Vieja de Praga. Imponente, negra, desgastada, viva. Me acerqué a la entrada y pude ver a través de ella el puente y sus fantasmagóricas estatuas barrocas ennegrecidas por el tiempo. Toqué la piedra y excitado sentí que ese lugar tenía algo mío, o más bien yo algo suyo y que más allá del umbral me aguardaba lo más terrible, lo más hermoso... o ambas cosas.
Desde allí no divisaba bien el final del puente, pero en el horizonte al otro lado del río se alzaba la colina del castillo en la que destacaba la majestuosa silueta de la catedral de San Vito.
Aliviado en parte por abandonar el bosque me adentré bajo el arco de la puerta y comencé a caminar. Las estatuas también parecían mucho más desgastadas que como yo las recordaba, e incluso algunas faltaban de su pedestal. Las contemplé mirando a uno y otro lado, sintiendo casi cómo respiraban cuando percibí una presencia mucho más fuerte que esperaba de pie bajo la salida del puente en la otra orilla.
Paré un momento tratando de distinguirla mejor, pero estaba muy oscuro y demasiado lejos. No había ninguna luz en la ciudad tras aquella salida y me pareció que las casas estaban en ruinas. Giré para comprobar si tras de mí podía ver ahora la Ciudad Vieja, pero allí seguía aquel bosque. Y en la puerta que acababa de atravesar se detuvo el lobo negro y supe que no me permitiría volver sobre mis pasos.
Entonces la figura del otro lado comenzó a andar hacia mí. Decidí seguir la marcha pero instintivamente mi paso se hizo más lento. No podía ver su rostro. Era una figura alta y encapuchada, con las manos escondidas dentro de sus negros ropajes. De esto sólo me consoló el hecho de que no llevara una guadaña, pero mi pequeño chiste privado se esfumó cuando sentí que en su naturaleza parecía estar el haberla llevado.
Me detuve y la figura siguió caminando hasta quedar a no más de tres palmos de mi cara. Entonces echó hacia atrás su capucha y vi el rostro de una mujer. Que no era humana era evidente. Su piel era muy blanca, algo enrojecida alrededor de sus brillantes y enormes ojos oscuros, como si hubiera estado llorando. Su pelo largo, liso y negro cayó sobre sus hombros. Lo terrible y lo hermoso que había sentido a la entrada del puente manaba de ella, sin duda. Entonces esbozó una sonrisa inhumana y un cálido aliento que transportaba una cálida voz me dijo:
- Saludos Pola - la sonrisa se esfumó de repente y con un tono ligeramente severo prosiguió -, ¿sabes a dónde vas?
- Sigo mi camino - contesté inquieto.
- Tu camino - volvió a sonreír -. ¿Tu camino hacia dónde?
- Hacia el centro del Alma - dije mirándola inquisitivo.
Ella abrió más los ojos al igual que su sonrisa y con un tono próximo a una canción comentó:
- puede que ya estés cerca.
Levantó lentamente su mano y acarició mi cara observándome con atención. Su tacto también era cálido.
- ¿Quién eres? - le pregunté entonces.
- Soy tu daena - me respondió con una mueca aún más extraña.
Todas las fibras de mi ser me decían que aquello no era cierto.
- No me reconozco en ti - le contesté tras meditar la respuesta.
- ¿Estás seguro? ¡Mírame bien! - dijo abandonando el tono dulce de su voz -. Soy el perro que vive de tus entrañas, el que aúlla en tu interior. Acompáñame, ¡ven conmigo al bosque!
Todos mis músculos se tensaron al oír su nueva voz.
- ¿Qué me espera allí? - le pregunté.
- Allí está la felicidad, el placer, la alegría. Allí te librarás del invierno - dijo recuperando su tono dulce mientras se aproximaba y volvía a acariciarme.
- ¿Qué invierno hay en mí? - pregunté.
- El invierno de los demás - contestó tajante. Después se acercó hasta abrazarse a mí y me susurró al oído - Serás libre Pola, podrás ser todo lo que quieras al fin. Es lo que deseas. Te conozco.
Miré de nuevo hacia delante y vi las fantasmagóricas siluetas de la ciudad y el castillo. Entonces le pregunté:
- ¿Qué hay al otro lado?
- No debes ir hasta la otra orilla - me contestó mientras me abrazaba con más fuerza -. Allí está él; te convertirá en piedra, como a los demás.
Vino a mi mente entonces la extraña roca vigilante que había visto en el camino.
- ¿Él? ¿Quién es él? - pregunté. Pero no obtuve respuesta.
Sentí como sus dedos apretaban con fuerza mi cintura y mi espalda y su contacto comenzó a dejar de ser cálido. Supe que si seguía a aquel espectro surgido de las moradas de la noche me llevaría al final de un camino del que ya no podría volver sobre mis pasos. Sentí que se escapaba mi fuerza y que el viento volvía a soplar helado a nuestro alrededor mientras me embargaba la náusea.
- Quiero ir al otro lado - le dije con un hilo de voz -. El bosque me esperará.
Entonces ella se separó dejándome exhausto y temblando. Sonrió siniestramente y asintiendo con la cabeza dijo:
- El bosque te espera.
Después, dando unos pasos hacia atrás, volvió a cubrirse con la capucha y flotando en el viento como una nube de vapor pesado se alejó mientras su contornos se desdibujaban confundiéndose con la oscuridad de la noche.
Haciendo acopio de mis últimas fuerzas corrí entonces hacia el final del puente, pero la debilidad de mis piernas y un fuerte mareo hicieron que cayera de rodillas. Respirando con dificultad levanté la vista; frente a mí estaba una de las estatuas del puente que más me intrigaba de niño, pues en su base había representada una prisión en la que se lamentaban tres hombres bajo la atenta vigilancia de un perro.
Me levanté y despacio llegué al fin hasta la otra orilla. Más allá de su umbral se abría ante mí una ciudad en ruinas que parecía desierta. Totalmente agotado lo crucé sin poder evitar pensar que tal vez estaba perdido y que siempre es posible que existan destinos peores que la muerte.


5 comentarios:

V dijo...

Felicitaciones por el blog, es excelente. Es todo un placer leerte. Cuando tenga un poco de tiempo disponible lo seguiré haciendo.

Saludos!

Anónimo dijo...

Muchas gracias por tu comentario y tu opinión. Espero tus visitas. Bienvenido cuantas veces quieras.

Monsieur Tiffauges dijo...

Qué maravilla. Muchas gracias por tu sugerencia, llega en el momento perfecto. Llevo varios días explorando bibliodyssey.blogspot.com. Si no la conoces échale un vistazo, quizá te guste: es inagotable.

Anónimo dijo...

Fantástica bibliodyssey, ya le había dado un pequeño vistazo cuando la incluiste entre tus enlaces. La visitaré con más detenimiento. También muy interesante Giornale Nuovo (esté entre los enlaces de bibliodyssey).

Monsieur Tiffauges dijo...

Giornale Nuevo es tan buena como BibliOdissey, como me decías, muchas gracias por la recomendación. Y seguro que también hay maravillas en sus enlaces, los visitaré con calma estos días.

 
Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.