miércoles, 7 de noviembre de 2007

El hechizo

El viento gélido que soplaba aquel atardecer hacía volar rápidas las nubes por un cielo nítido de intenso anaranjado. Pero sentir su fuerza contra mi cara no me ayudaba a despejar mi mente. Estaba profundamente abotargado por el cansancio, la incredulidad y el miedo, y el recuerdo de Hlinka aleccionándome durante toda la noche y todo el día apenas dejaba espacio para nada más. Oía su voz en mi cabeza y veía sus gestos e indicaciones con el sonido de fondo de mi corazón que latía de forma intensa y extraña, dándome la sensación de que no lo soportaría más y decidiría pararse en cualquier momento.
Apenas consciente de mi alrededor, veía el cabello de Stibor agitarse en su nuca mientras caminaba delante de mí en silencio. Yo le seguía fuera del castillo a través de las desiertas calles de la Ciudad Pequeña en dirección al puente, lugar donde Hlinka le había ordenado que me acompañara y al que debíamos llegar antes de la puesta de sol.
Al fin traspasamos el arco entre las torres de su entrada en el momento en que el horizonte y las aguas comenzaron a teñirse de rojo.
Escuchar el sonido del río me ayudó a concentrarme en el aquí y ahora. Comencé a ser consciente de que conforme nos alejábamos del castillo decaía la influencia del poder de Hlinka, aunque distaba mucho de haber desaparecido por completo. Entonces Stibor se detuvo en el puente y se volvió hacia mí. Recuerdo como me impactó su rostro y todo lo que pude leer en aquel gesto; podía ver el gran aprecio que sentía por mí y un destello en sus ojos que hizo palidecer el miedo que nunca hasta ahora lo había abandonado. Transmitía una esperanza y una paz que me caldearon desde dentro. Durante un momento se silenció la voz de Hlinka en mi interior y pude empezar a escuchar la mía propia. Entonces comprendí que no podía hacer lo que me había pedido. Era como si en ese instante algo que sólo había sido una loca posibilidad lejana o un mal sueño cobrara absoluta realidad.
Queriendo alejarme de Stibor, di unos pasos hacia atrás y señalando el bosque en la otra orilla le dije:
- ¡corre Jirí!
Mi voz sonó quebrada en un primer momento, pero luego grité con fuerza:
- ¡vamos, márchate!, ¡vete!
Él siguió mirándome muy fijo sin moverse y negó ligeramente con la cabeza.
- ¿Y a dónde podría huir?
- Lejos, eso no importa ahora. Tienes que hacerme caso, ¡por favor! ¡Márchate!
Caminó hacia mí y extendió su mano hasta asir la mía.
- ¿Es que todavía no lo habéis comprendido? - dijo mientras me apretaba con fuerza -. Sé por qué me ha ordenado que os traiga hasta aquí. Sé lo que os ha pedido que hagáis. Fui un iluso al pensar que tal vez habría una posibilidad de que no averiguara mis planes para escapar, pero él lo ve todo.
Y tras respirar profundamente añadió:
- y ahora sé que realmente me ama, pues si no fuera así no me liberaría a pesar de mi traición.
- ¿Liberarte? - exclamé escandalizado - ¡No pretende liberarte!
- Os equivocáis Pola - contestó -. Yo le he visto condenar a la prisión de piedra a aquella que más le amaba por no cumplir sus deseos, abandonarla al terrible infierno de la muerte en vida que vos presenciasteis; ¿es que no comprendéis que es eso lo que nos espera a ambos si no hacéis lo que os pide?
- No, no puedo hacerlo - solté su mano y sacando de debajo de mis ropajes la daga que Hlinka me había entregado la dejé caer al suelo-. ¡Es imposible!
- Así debe ser - dijo con su dulce voz mientras se arrodillaba a recogerla -. Supe que me salvaríais y seríais mi camino para escapar - y ofreciéndomela tras incorporarse añadió -, fuisteis vos lo que el espejo me mostró cuando le pregunté cómo podría salir de aquí.
Viendo que yo no reaccionaba se acercó hasta mí y mientras ponía el arma en mi mano me susurró al oído:
- Tendréis vuestra oportunidad. No desesperéis Pola.
- No puedes pedirme esto - le dije con lágrimas en los ojos -. No puedes.
- Por favor, liberadme - y apoyándose en la baranda de piedra señaló en la dirección hacia la que fluía la corriente -. Y os ruego que después arrojéis mi cuerpo al río. No deseo ser enterrado en este lugar.
El profundo temor que siempre mostraba su rostro se había desvanecido por completo. Yo sabía que todo lo que había dicho era cierto; ¿qué no podría hacer Hlinka con nosotros si había sido tan despiadado con Katerina? Y veía descender el sol sobre el horizonte sabiendo que ya no tenía más tiempo para tomar una decisión. Stibor volvió a acercarse a mí y queriendo darme fuerzas me dijo:
- jamás resolveréis esto tratando de huir de él.
Y supe que también aquello era cierto.
Entonces me abrazó y levantó la mano con la que yo sostenía la daga hasta situar el filo contra su cuello.
En mi cabeza se agolpaban la voz de Hlinka y el recuerdo de las pesadillas, mientras que el agotamiento absoluto y el frío intenso hacían temblar todo mi cuerpo hasta que el disco del sol se ocultó. Entonces el odio por Hlinka empezó a eclipsar todo lo demás; ¡cómo deseaba que hubiera sido su cuello aquel que tenía a mi merced! Comenzó a embargarme el sentimiento de rencor sin riendas que se apoderaba de mí en mis pesadillas y supe que el espectro que las habitaba estaba cerca. Sentía crecer en mi interior las fuerzas que me otorgaba y como la rabia nublaba mi entendimiento. Y antes de perder totalmente el control sobre mí mismo, desesperado, hundí el filo en la carne de Stibor. Sus piernas y las mías flaquearon y caí de rodillas al suelo sin soltarlo, abrazándolo con fuerza mientras su sangre brotaba empapando nuestras ropas y fluía tiñendo los adoquines. Corría por sus juntas como si éstas fueran ahora sus venas. Entonces vi que la sangre se extendía hasta tocar los blancos pies de aquella mujer.
Allí estaba. Había aparecido de la nada y me observaba fijamente desde escasos metros, sonriendo satisfecha como siempre que cometía atrocidades en las pesadillas. Vi como sus oscuras pupilas brillaban iluminadas por el fuego de mi ira.
- Al fin te has decidido a venir junto a mí - dijo con su voz más terrible -. ¡Vamos, levántate!, el mundo nos espera. Todo lo que quieras, lo que siempre has querido, será tuyo. ¡Camina conmigo!
Entonces saqué lentamente la estatuilla de Némesis que había traído. Ella miró su figura un momento sin comprender, pero de repente sus ojos se abrieron de par en par y su gesto cambió cuando manché la estatua con la sangre de Stibor para que se formara una cadena que llegara hasta sus pies. Y alzando el brazo con el que la asía con fuerza, pronuncié con decisión las palabras que Hlinka me había enseñado, invocando a las fuerzas que la atarían para siempre. Con el sonido de éstas se detuvo el viento y se acalló el río mientras el espectro comenzaba a deshacerse en aquel vapor oscuro y pesado con el que solía desvanecerse cuando se marchaba. Esta vez, en lugar de volar lejos, el vapor se iba deslizando lentamente hasta la estatuilla desapareciendo en su interior cuando la tocaba, haciéndola más y más pesada.
- ¡Necio! - la oía exclamar poseída por la ira -. Este es tu fin. ¡Jamás te librarás de él mientras yo esté encadenada! ¡Jamás!
Me gritaba maldiciéndome y yo comprendía hasta qué punto era verdad lo que decía.
Cuando el hechizo terminó, la estatuilla vibraba con tal intensidad que creí que se soltaría de mi mano. Entonces el viento volvió a soplar y escuché de nuevo el sonido del río. Esto me hizo recordar lo que Stibor me había pedido.
Guardé la estatua y me abracé a su cuerpo con fuerza mientras le pedía perdón una y otra vez, incapaz de creer lo que había hecho; temía haberme convertido finalmente en todo lo que tanto había querido evitar.
Algo de mí murió con él en aquel lugar.
Y allí estuve no sé cuanto tiempo, abrazándolo hasta que el frío de la noche hizo que me dolieran todos los miembros. Sólo entonces observé su rostro sereno y comprendí que aún tenía fuerzas para enfrentarme a lo que viniera después.
Tras darle un beso en la frente, lo alcé en brazos y lo dejé caer al río; mientras veía como lo alejaban las negras aguas me despedí de él para siempre.

No hay comentarios:

 
Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.