sábado, 6 de octubre de 2007

El monstruo

"Soy el espíritu que siempre niega, y con razón, pues todo cuanto tiene principio merece ser aniquilado, y por lo mismo, mejor fuera que nada viniese a la existencia. Así, pues, todo aquello que vosotros denomináis pecado, destrucción, en una palabra, el Mal, es mi propio elemento".
Fausto de Johann W. Von Goethe

Recuerdo la ira. Como la sensación agónica de mi postrada frustración se convertía en una gran fuerza; el calor y la vida volvían a mis miembros calentados literalmente por los ríos de fuego en que se convertían mis venas. El terror que había sentido en presencia de la desdichada Katerina y la desesperación ante mi impotencia frente a Hlinka, eran el combustible de una profunda rabia que, dotada de voluntad propia, se hería a sí misma inflamándose al mostrarme como había fracasado otras veces a través de los recuerdos más terribles. Susurraba que volvería a ocurrir y que esta vez sería definitivo cuando Hlinka devorara todo rastro de mi pequeña y patética voluntad, esa que no previó ni evitó las muertes de Roman y Aneta y que después no fue siquiera capaz de ejecutar a los culpables.
Recuerdo como esa fuerza hizo que me levantara con la sensación de haber roto unas pesadas cadenas y sobre aquella cama se quedaban, como si fuera una serpiente que muda la piel, partes de mí que ya no quería recobrar. Esa noche se abría a mis pies el pozo del que surgen las aguas que otorgan el poder de la acción más cruda, envenenando todo raciocinio, justificación y límite. Bajo su embriaguez febril todo era absurdo, débil y quebradizo y sólo merecía el más profundo desprecio.
Recuerdo como mi mano asía con fuerza un objeto contundente -¡cómo había deseado poseer mis propias garras!-, y recorría el palacio sintiéndome audaz, temerario e invencible en busca de Hlinka. Al alcanzar el salón lo encontré de pie, esperándome, firme pero confuso y asustado. Y ese temor hizo que vacilara un instante -error fatal- incrédulo ante lo que estaba viendo. Trató de alzar su mano, pero jamás le permitiría ejercer su poder sobre mí. Nadie lo haría. Ya no. Y con la velocidad de una bestia poseída me abalancé sobre él, golpeando y golpeando, sintiendo como se quebraban sus huesos -aquel sonido-, el olor de su sangre que embotaba mi garganta, la náusea y esa sensación terrible, indescriptible, una y otra vez, hasta que se convirtió en un despojo inerte, destrozado e irreconocible.
Recuerdo que no se agotó ni el odio ni la ira y queriendo destruir todo vestigio suyo, arrojé su cuerpo moribundo al interior de aquella enorme chimenea cuyo fuego tanto le agradaba contemplar.
El hedor a carne quemada hizo que me girara asqueado y vi entonces que Stibor observaba muy quieto desde la puerta. Tratando de comprender miraba asustado con los ojos muy abiertos. Tan frágil, tan delicado. Con su aspecto casi femenino respiraba entrecortadamente cuando puse mi mano sobre su hombro. Pero algo en su dulzura, su indefensión y su miedo me irritaba profundamente. Pensé que quería aniquilar su inocencia -ya nadie tenía derecho a ella-, y tras darle un abrazo al que se aferró con fuerza, lo arrojé al suelo y lo asfixié.
Recuerdo que aún era de noche cuando crucé las murallas del castillo que jamás podrían volver a detenerme. Asomándome a la oscuridad observé las siluetas de los árboles bajo la luz de la luna y sentí como se mecían suavemente al ritmo de mi pulso. Éste sería ahora la única ley e imaginaba que todo, junto a las vidas de aquellos que moraban allí, me pertenecía: ¿cómo dispondría de ellas?
- Y dime Pola - dijo la mujer del puente susurrándome al oído mientras se abrazaba a mi espalda -, ¿a qué monstruo podrías temer? ¿Qué miedo podrá habitar en ti ahora que comprendes que puedes ser el más terrible?
Entonces todo se desdibujó en la niebla.

Todavía me estremezco al recordar cómo seguía sintiendo su abrazo cuando despertaba y cómo emergía exhausto del agujero que ella excavaba para mí cada noche; el pozo en el que, impaciente, me aguardaba.

5 comentarios:

Pedro dijo...

Vaya, realmente bueno. Por lo que he visto debe de ser parte d euna serio o novela. Un estilo muy contundente, lleno de acción. Además permites que alguiemn que llegue de nuevas como yo lo lea como historia independiente. bueno iré leyendo el resto que me ha picado la curiosidad.

Anónimo dijo...

Amigo____, gracias por tu opinión. Me alegro de haber picado tu curiosidad y espero que te agrade el resto. He visto que también publicas relatos. Pronto te haré más visitas y comentarios.
Bienvenido.

Vill Gates dijo...

Un relato oscuro, me dió la impresión como si transcurriera de noche, entre muros de piedra húmedos.
Bueno, tal vez nada que ver.
Muy bueno.

Anónimo dijo...

Pola, escribes muy bien. Me gusta lo que leo en las líneas y lo que esconden esas líneas. El monstruo... que no puede soportar la presencia de la inocencia. Nada hay más perverso que la inocencia ¿quién podría sentirse libre de toda culpa? Respecto a Frantisek, en una ocasión a Jung le preguntaron: "dígame señor Jung, usted que todo lo sabe ¿Cual es el camino más corto para mi vida?" Jung soltó una carcajada y le contestó: "¿El camino más corto? Perderse". Seguiré observando el camino perdido de Pola, veamos hasta qué lugar nos lleva.
Enhorabuena por la narración y un abrazo,
F.

Anónimo dijo...

Gracias por dejar vuestra opinión y por leer mis escritos (y en tu caso lo que no está escrito, Filousía). Me alegro que os esté gustando y me encantaría que si volvéis de visita comentéis más adelante qué os ha parecido. Se agradece tanto cada comentario...
Un abrazo.

 
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