viernes, 20 de noviembre de 2009

La ladera del Glydel Fawr

Para Kiko, David, María y Jorge, aquellos que dan vida a estas historias.
Para Sahaquiel, quien me ayuda a comprender su verdadero sentido.

Con el terror ciñendo mi cabeza
dije: "Maestro, ¿qué es lo que yo escucho,
y quién son éstos que el dolor abate?"
Y él me repuso: "Esta mísera suerte
tienen las tristes almas de esas gentes
que vivieron sin gloria y sin infamia.
Están mezcladas con el coro infame
de ángeles que no se rebelaron,
no por lealtad a Dios, sino a ellos mismos.
Los echa el cielo, porque menos bello
no sea, y el infierno los rechaza
pues podrían dar gloria a los caídos."

Dante, Infierno (III, 31, 42)

La figura esbelta, casi etérea de Isobel, se perfilaba decidida contra el viento y el paisaje gris mientras ascendíamos por la ladera del Glydel Fawr. Nunca antes había visitado Snowdonia, una maravillosa región de soberbios lagos, bosques, páramos y montañas al noroeste de Gales, ni había oído hablar de ella hasta que Gabrielle me contó su providencial encuentro en este lugar con las hermanas Bethan e Isobel Cadwalader. La narración de Gabrielle, en todo caso, dejaba más a la imaginación que realmente contaba, y tras negarse a ofrecerme más detalles de aquel encuentro me dijo con el fácil propósito de intrigarme:

-Tienes que hablar con ellas y ver con tus propios ojos ese lugar. Deja que te cuenten las leyendas que conocen: sé que te fascinarán. Y es muy importante que las medites; existe la posibilidad de ahondar mucho más en el misterio de la torre.
Me encanta Gabrielle haciéndose la misteriosa, así que le insistí un poco más, aunque sólo fuera para divertirme viéndola fruncir la nariz y decirme con un tono entre risueño y reprobador:
-¡Ay, Franta!, ¡vete ya y no me tires más de la lengua o acabaré contándotelo todo!

Con un coche alquilado seguí las carreteras secundarias y después los caminos pedregosos hasta el apartado caserón de la familia Cadwalader en el corazón de Snowdonia. Me sobrecogió el paisaje que lo enmarcaba: colinas que parecían dibujadas y un cielo cubierto por pesadas nubes que volaban veloces hacia el horizonte luminoso, como oscuros pájaros ávidos por la luz. Un poco más allá de la casa se perfilaba la silueta del pequeño castillo que erigió el antiguo señor y custodio de estas tierras: el insigne Meical Cadwalader cuya magnífica historia estaba a punto de conocer.

-Bienvenido, Pola –dijo Isobel sonriente al abrirme las puertas-. Por favor, siéntete como en tu casa: los amigos de la dama Ceinwen son nuestros amigos.

Al entrar al salón me sorprendió un antiguo tapiz que, ocupando gran parte del muro, mostraba una escena espectacular: en una parte se libraba un combate entre un jinete y una bestia, un precioso dragón bordado en granate, negro y plata; más allá se alzaba una torre cuya cima se perdía entre nubes doradas a modo de escala por la que descendían los ángeles.

-El tapiz narra la historia de nuestro antepasado Meical Cadwalader –me explicó Isobel más tarde-. Se dice que hubo un tiempo en que los ángeles instruyeron a los hombres en el arte de la construcción de las Torres, pero cuando sus conocimientos quedaron ocultos, aquellos que pretendieron su poder, incapaces ya de construirlas, se vieron en la necesidad de conquistarlas. Se cuenta que cada Torre estaba guardada por una terrible bestia, y que sólo a aquel que conseguía abatirla se le reconocía su derecho. Así lo hizo Meical, y tras vencer al dragón, los ángeles le entregaron el sello garante de su rango y con él la sabiduría de aquellos para los que las Torres ya no esconden secretos. Fue con éste poder con el que Meical hizo temblar la tierra y detruyó la Torre: ésa fue su elección. Más tarde erigió aquí su castillo y se consagró a proteger por sí y por su familia esta tierra de todo aquello que el rumor de sus ruinas aún pudiera convocar. Fue su nieto Gwythyr, según cuentan nuestras crónicas, quien se comprometió más tarde en un pacto, un juramento que vincula a mi familia con Ceinwen y aquellos que combaten junto a ella.
Al ver mi gesto inquisitivo, asintió con la cabeza y añadió:
-Paciencia. Mañana hay un lugar que quiero mostrarte; allí te hablaré detenidamente sobre ello.

-Encontramos una noche a Gabrielle y Xavier muy desorientados junto al emplazamiento donde estuvo la Torre de Meical- explicó Bethan -. Y no me sorprende que contaran que viajaron allí desde vuestra Torre en París, pues se dice que todas están íntimamente conectadas entre sí, más allá de las barreras del espacio o el tiempo. Aunque de ésta que se alzó un día en nuestras tierras no queden ni tan siquiera los cimientos, el viento que viene de allí trae mensajes que aún pueden escucharse si sabes prestar atención: nos hablan de las cosas que siempre fueron, son y serán.

Tras la cena terminamos la velada bebiendo algo junto al fuego. Por turnos siguieron hablándome de la visita de Gabrielle y Xavier, de su padre Siorus y de las historias sobre Ceinwen:

-La dama Ceinwen, “madre de dragones”, solía hablar con las tarascas de estos parajes cuando aún eran numerosas –explicó Bethan-. Nuestro padre nos contaba esas historias cuando salíamos a pasear por el bosque: ¡imagínate mi sorpresa al reconocerla, al saber que era ella la que tenía frente a mis ojos cuando Gabrielle y Xavier volvieron aquí acompañados por ella! Sólo la había visto en sueños: siempre trae noticias de mi padre y me reconforta, aunque al despertar nunca recuerde lo que me ha revelado.

En estos términos se referían a Ceinwen, aquella que en París llamamos Charo, una de mis compañeras de la torre Perret a la que conozco desde hace ya varios años y cuyo pasado -que parece perderse en el tiempo-, es un misterio para todos, incluso para ella misma. Sin embargo, los acontecimientos parecen conjurarse últimamente para que recuerde y comprenda el verdadero alcance de su misión. Y los acontecimientos, ya se sabe, no se conjuran sin razón.

Finalmente la charla se fue desviando hacia temas más mundanos hasta que terminamos hablando sobre nuestros respectivos gustos musicales. Observando con atención pude verlas tan parecidas y tan diferentes entre sí como suelen serlo las hermanas, pues la luz del fuego iluminaba sus rostros revelando impresiones muy distintas sobre las dos: sobre Isobel, unos tres años mayor, el reflejo del fuego parecía acariciar la superficie para elevarse a partir de ella, como enmarcando su rostro y otorgando aún mayor distancia a la dulzura de su mirada; sobre Bethan la luz jugaba acentuando sus formas en un perfecto equilibrio de claridad y oscuridad, haciendo brillar su viva mirada como una flecha a la caza siempre atenta del detalle.
Más tarde me enseñaron el resto de la casa y pude comprobar la pasión familiar por el medievo en su cuidada biblioteca. Finalmente, antes de acompañarme hasta la habitación de huéspedes, Isobel me mostró una sala donde había guardada una impecable armadura.

-Pertenece a mi padre –dijo mirándola con una mezcla de orgullo y tristeza-. Hace ya dos años se marchó en plena noche llevándose únicamente su espada. Bethan lo vio desde la ventana de su habitación saliendo de casa en la madrugada. Dice que lo acompañaba otra persona, alguien muy alto y encapuchado a quien no fue capaz de ver el rostro. Corrió lo más rápido que pudo para buscarlos, pero ya no pudo encontrar a nadie en el camino. Desde entonces no hemos tenido más noticias, salvo los sueños de Bethan y un mensaje –aquí se detuvo y tras una pausa en que esbozó una sonrisa, añadió -: pero siempre hemos sabido que sigue con vida.

A la mañana siguiente Isobel y yo partimos camino a la cima del Glydel Fawr. Durante el ascenso iba mejorando la perspectiva para contemplar aquellas tierras: montañas tapizadas de grises, ocres y verdes mezclados como en una acuarela y brillantes lagos lechosos bajo la tímida luz del sol apantallado tras las nubes. Todo tenía cierto aire pretérito, primigenio, como un paisaje elaborado por antiguos dioses que ensayan por vez primera la belleza mineral que otorgarán a este mundo.
Tras unas horas caminando prácticamente en silencio nos detuvimos al fin frente a nuestra meta. Se trataba de una extraña formación de alargadas rocas grises de aspecto imponente. Su presencia se perfilaba con gran fuerza, como sólo lo hacen las cosas que se encuentran a un mismo tiempo en éste y el Otro lado.

Isobel se agachó entonces y rozando con sus dedos el suelo me dijo:

-Sobre este punto posó la mano Xavier y tras desaparecer frente a nuestros ojos, volvió trayendo el primer mensaje de mi padre que hemos tenido fuera de los sueños de Bethan -tras sopesar qué decir, finalmente sólo añadió-. Tu amigo, desde luego, tiene extraños e interesantes dones.
No sé hasta dónde llegaban sus intuiciones, pero un tiempo más tarde comprobamos hasta qué punto tenía razón sobre él.
Acercándose después un poco más a las piedras, Isobel me contó la leyenda:

-Este es el lugar en que cayó Lucifer cuando fue expulsado del Cielo –explicó. Y señalando después a las rocas dijo-, y esta es su mano que tras la caída quedó al descubierto. Prudencia pues en este suelo sagrado: nos encontramos sobre una de las puertas del Infierno –tras quedar unos momentos pensativa continuó-. Se dice que alrededor de la mano hay noches en que pueden verse figuras caminando en círculos. Dan vueltas y vueltas, una y otra vez, lamentándose en forma tan amarga, que sus voces arrastradas por el viento pueden llegar a helarte la sangre aunque estés a muchas millas de aquí. Algunos cuentan que son fantasmas, pero mi padre me habló de su verdadera identidad tras la primera noche en que soñé con ellos cuando aún era una niña. Los días que siguieron a ese sueño me leyó la historia de Parzival, aquel que habría de convertirse en el rey del Grial. En el relato, su tío Trevizent contó a Parzival cómo Dios, en un principio, envió como custodios del Grial en la tierra a los ángeles neutrales, aquellos que no tomaron partido por ninguno de los dos bandos cuando lucharon Lucifer y la Trinidad; lo guardarían hasta alcanzar el perdón divino y al ser relevados en su cometido por la comunidad de hombres y mujeres llamados a dicha misión, aquellos “a quien Dios designó para ello y les envió su ángel”, fueron sus palabras. Pero cuando Parzival logró su meta, su tío habló sobre estos ángeles una segunda vez, revelándole sólo entonces la verdad sobre ellos:

“Os he contado que los ángeles expulsados habían vivido en el castillo del Grial, por castigo de Dios, mientras esperaban su Gracia. Pero Dios es inflexible y continúa la lucha contra aquellos que yo había dicho que podían conseguir su favor. Quien desee recibir su recompensa debe declararles la guerra. Están perdidos eternamente, pues ellos mismos eligieron su caída.”

Después se quedó en silencio, caminando alrededor de las rocas meditativa; hasta que un nuevo pensamiento cruzó su frente y su mirada serena volvió a dirigirse a mí:

-Si te acercas para observar mejor las piedras, te contaré qué otro secreto guardan –obedecí y ella fue señalando las rocas una a una -. Sobre cada uno de los cinco dedos está grabado el sello perteneciente a una Torre, aquellos emblemas conseguidos por quienes detentan su poder, sus custodios y protectores. Mi padre me contó que hace mil años, cinco Torres hicieron un pacto en este lugar: marcaron los sellos de sus casas y juraron consagrarse juntos a la lucha contra las gentes de Yvtrhuwn. Así es como los llama mi familia, pero tienen muchos nombres. Sé que vosotros los habéis combatido y los conocéis como los habitantes de la Ciudad Maldita y los Usurpadores, aquellos de quienes se dice que buscan la Vía para descender por ella; aspirantes a dioses que pretenden someter la Serpiente a su voluntad.
Me quedé observando los símbolos detenidamente tratando de recordar si había algún lugar donde hubiera podido verlos antes, pero sólo reconocí aquel que perteneció a Meical y que estaba representado en el tapiz.

-Sí, este es el sello de mi familia- confirmó Isobel –y de los otros sólo conozco lo poco que me ha revelado mi padre. -Deteniéndose frente a aquel que estaba grabado sobre el dedo índice prosiguió:- Este símbolo corresponde a la terrible Eriltes, a quien sé que conocéis. Se cuenta que Eriltes y Ceinwen son hermanas y que eran sacerdotisas de una Torre muy antigua que se alza en algún lugar oculto no muy lejos de estas tierras. Pero Eriltes traicionó a Ceinwen y a su culto y elaboró un arma de gran poder. Se dice que posee una daga en la que engarzó una piedra negra con un mango tallado a partir de las raíces del roble sagrado. Con ella atravesó el pecho del Ben-Elohim, el ángel que velaba por esa Torre, consumiendo su poder y se dice que su sangre. Eso convirtió a Eriltes en una poderosa bruja, tanto -advierte siempre mi padre-, como un demonio. Después hirió a Ceinwen para robarle sus conocimientos y recuerdos. Y se dice que desde entonces Ceinwen viene renaciendo a lo largo de los siglos, viviendo muchas vidas, siempre guiada por la fuerza de su destino para luchar contra las gentes de Yvtrhuwn y los fomore; hasta que llegue el día en que se haga valer el pacto y se reúna de nuevo con Eriltes y los demás sobre esta montaña.
Entonces, alzó su mano y señalando unas colinas lejanas dijo:

-En ese momento los ejércitos de Arturo podrán verse desfilar sobre las cimas, tal y como se canta en las viejas canciones –y fijando la vista en el horizonte, respiró hondo antes de añadir-: entonces volverá mi padre o yo ocuparé su lugar como líder de mi casa –Isobel sonrió-. Después de todo Cadwalader significa “líder de la batalla” –y mirándome fijamente a los ojos preguntó-: Ese día estarás a mi lado y al de Ceinwen, ¿verdad, Pola?
Asentí con la cabeza.
Cuando comenzamos el descenso de la montaña alcé la vista mirando hacia el cielo buscando confirmación a mi asentimiento; pero el intrincado vuelo de los pájaros me habló en realidad de todo lo que aún deberé enfrentar si es que ha de llegar para mí ese día.
 
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